El seranu

Parque sin niños

Antes de que los más longevos recordasen, la mayoría de los infantes, que no eran todavía aptos para realizar las actividades más sencillas del hogar, acompañaban a sus madres o abuelas, para que estas vigilasen de cerca sus juegos. La mayoría de las veces, por no decir casi todas, solían jugar con objetos imaginarios, lo más parecidos, a muñecas, canicas, coches, combas, pelotas etc. Como no estaba a la altura de todos los bolsillos, invertir dinero en algún pequeño juguete, los chiquillos hacían crecer su imaginación fabricando éstos.

Para las canicas, por ejemplo a falta de éstas, se utilizaban una especie de baya redondeada de los robles, llamadas “carrabouxas” (lenguaje local). Agallas es su nombre, que no es más que la defensa que el árbol, hace de la puesta de huevos de insecto Andricus Kollari o un tipo de avispa, que deposita los huevos en los brotes del roble, aislándolo el árbol para que no penetre en sus células, formando esas pequeñas caninas leñosas, para defenderse.

Las muñecas solían ser restos de retales cosidos, dándole la forma de una muñeca.
Los cochecitos hechos con madera o cartones, y en las épocas de forraje, con los bulbos y raíz de nabos o remolacha, con la ayuda de algún adulto, que dibujaba y esculpía los objetos.
Para la comba bastaba una simple cuerda que tuviese peso, para rebotar contra el suelo.
Las pelotas, las había de trapos pero no solían botar éstas mucho, otras veces era cualquier cosa redondeada, que rodase y no se rompiera a la primera patada.
Con los columpios se ponía una cuerda un poco fuerte colgada de una rama de un árbol que resistiese para no romperse la crisma, con unas maderas, o un trozo de tela, donde asentar las posaderas sin incomodidad. A veces, tan solo bastaba la simple cuerda, para batirse unos momentos contra el viento.

El lugar de reunión de los chiquillos era en la plaza principal, o en las eras, utilizadas para desgranar el cereal. El resto del año solo se ocupaba un pequeño espacio, por unas formas conoidales donde se amontonaba la paja, llamados «mederos» o «medeiros» quedando el resto despejado para corretear los pequeños, incluso esos: mederos o medeiros, hacían de atalaya, para vigilar, el lugar donde se escondían los compañeros, o la presencia del dueño. Ya que a éste casi nunca les gustaba, que su acopio de paja fuese usado, para los juegos de los niños, pues la paja estaba desperdigada por el suelo, con socavones, que facilitaba la entrada del agua cuando llovía. ¡Las correrías que acogieron dichos lugares en cada aldea!, mudos testigos fueron de miles horas de actividad. Lo que no hace tanto, era una marabunta de chiquillos agitando la paz de la bien merecida siesta, con alguna que otra regañina, por parte de los mayores descansando de sus labores, que los chiquillos importunaban. Hoy es silencio a todas horas sin el menor estallido de risas y carcajadas, y alguna pelea, que muy pronto se terminaba.

Ahora, en la mayoría de esos pueblos despoblados, no faltan los parques, con unos cuantos columpios, caballos de madera, y algún tobogán, incluso un suelo de corcho, para que los pequeños no se lastimen, canchas de baloncesto y pequeñas porterías para correr detrás de un balón. Tan bien equipadas para su disfrute, pero la mayor parte del tiempo están solos, sin las risas y los juegos de antaño. Han tenido que marcharse los habitantes de los pueblos, que antes hubieran dado cualquier cosa por tener unas instalaciones así, para que ahora casi todos tengan alguno, pero sin pequeños que puedan disfrutar de ellos.

Solitarios, nuevos y desgastados por las inclemencias del tiempo, pero sin el menor roce de algún infante que llene de alegría las solitarias calles de los poblados, con la compañía de unos pocos ancianos, que a falta de sabia nueva descansan en los columpios, o en las primeras escaleras del tobogán, contando sus cuitas, rememorando una infancia años atrás casi olvidada, con menos posibilidades de disfrute, ya que lo primero era el trabajo ,pero igual de inocente y soñadora, como la de cualquier chiquillo.
Saben que son los últimos y cuando se vayan, tan solo quedara el silencio. Hasta el pequeño parque, hoy limpio y en pié, no tardará en llenarse de malas hierbas desconchándose los materiales con el paso de los años. Y recordarán las alegrías de otro tiempo, mientras el lugar de ocio seguirá,- aunque sin niños.