El seranu

La Brújula

Todo comenzó aquel día en que Frontaura, un tratante de ganado, creo que de Torneros de la Vardería, vino a intentar comprar un par de hermosos jatos que mi padre los había cuidado como si fuese él mismo el que los hubiese parido…

Lo cierto es, y no lo digo porque sea mi padre, que lo de criar buen ganado se le daba especialmente bien; pero aquel año, incluso se superó a si mismo…

Claro está que todo no lo había puesto él; por lo menos la mitad del merito en la calidad de los jatos se lo debía al nuevo semental que habían comprado para el pueblo. Era un toro que por su bravura, no se hacía a ir con la manada de la vecera, y por tal razón, siempre permaneció encerrado en su cuadra… Justo lo sacaban a un corral para allí cumplir con la labor de cubrir a las vacas del pueblo… a todas.

Pero volviendo a la compra-venta del par de jatos… como siempre sucede en estos casos: al que compra le parece que compra caro y, al que vende le da la sensación de que vende barato…

En este tira y afloja entre mi padre y el tratante, no había forma de que se pusieran de acuerdo… en esto, aparecí yo en el lugar del trato.

Si una cosa tienen y han tenido los comerciantes, es psicología…

Yo, que por aquel entonces tan solo era un rapazuco, y por mucho que me esforzaba, no llegaba a entender aquello de : «mándame tú…», «no, mándame tú, que son tuyos…» ; y en esas estuvieron un buen rato… aquello me parecía una conversación en clave.

En esto, aquel hombretón del guardapolvos negro se acerco a su cuatro latas, y desde el exterior alargo el brazo hasta la guantera, de donde sacó un objeto que yo no había visto en mi vida y, dirigiéndose a mí me lo ofreció. Yo, miré tímidamente a mi padre esperando su aceptación… «¡cójelo hombre!» me dijo.

Y a partir de ese gesto del tratante, que posiblemente fue lo que ablandó el corazón de mi padre, se dieron la mano en señal de «trato hecho». Los jatos ya estaban vendidos.

Aunque en aquel momento desconocía el artilugio con el que era agasajado, pronto descubrí que se trataba de un indicador de los puntos cardinales.

De aquella, yo era el único del pueblo que poseía una brújula… y no me separaba de mi sagrado objeto, ni a sol ni a sombra:

Cuando iba a clase, sabía que la escuela se encontraba al sur de mi casa… Y gracias a aquel aparato, ya había comprobado que el río pasaba al norte del pueblo; las eras las situé perfectamente al suroeste… y el molino y el prao concejo, vi claramente como dentro de la esfera quedaban del lado de la «E»…por tanto, estaban al este con referencia al pueblo.

Lo de manejar la brújula ya era para mí como coser y cantar… o así yo lo creí; me veía con tal soltura en el manejo del instrumento, hasta el punto de que el pueblo se me empezó a quedar pequeño.

Varias veces fueron las que me alejé un poco eligiendo unos de los montes que rodean el lugar, pero claro, no fue muy apasionante la aventura… para decir verdad, ni necesite de aparato mágico para regresar, pues los montes estaban tan pelados de vegetación que no perdí de vista la torre de la iglesia en ningún momento…

Pero el momento decisivo llegó aquel día, un domingo después de comer; quería comprobar mi destreza a la hora de orientarme… así que no pude elegir otro sitio mejor que el pinar.

Me adentré hasta alcanzar la mitad mas o menos, y después de dar unas vueltas y perder por completo la noción de donde me encontraba, saqué del bolsillo mi brújula… Como tierna y párvula criatura que era, en ese instante ya estaba pagando mi inconsciencia de haberme metido en aquel lío… Claro que sabía donde estaba el norte, me lo decía bien clarito el aparato; ¿y eso de qué me servía…?, de nada, pues no tenía una referencia donde apoyar ese punto cardinal.

Estaba perdido… Para salir de aquel laberinto y llegar al pueblo, no sabia si tenía que ir hacía el norte, al sur, al este o al oeste…

Recuerdo que di vueltas y vueltas…hasta caer rendido. Cuando ya me daba a mi mismo por perdido, pues el bosque se empezaba a tornar oscuro, de repente oí ladridos… uno de estos ladridos procedía de Coronel, mi perro, un mastín leonés…

Al día siguiente, mi padre se encamino donde el tratante de ganado a deshacerse del diabólico instrumento; debió pensar que si aquello continuaba en manos de su hijo, algún día lo perdería de verdad.

Al llegar donde Frontaura le dijo que, por el trato hecho con los jatos no había problema, pero que el regalo que le hizo al rapá, que se lo devolvía… ¿O el de la brújula fue Valderas…?, ya no lo recuerdo bien…

Seguro que algún paisano me puede dar noticias… ya que tal vez la brújula del tratante fuese a parar a sus manos, más diestras que las de un servidor en el manejo de la aguja imantada.

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