El seranu

El ciego y el cojo

No hace mucho tiempo, en una pequeña población española, vivía un hombre, que siendo niño, ya se le notaba una leve cojera.Ésta era debida a una pequeña dismetría (es decir una pierna un poco más corta que la otra). Hace sesenta años, en las zonas rurales, no se podía acceder a tratamientos médicos que hoy hubiesen corregido el problema. Entonces aunque acudió a consultas privadas, no encontró resultados como esperaba, y con los años la cojera se fue notando un poco más.
Cercana la cuarentena, intentó buscar una pensión como la mayoría de sus conocidos. Asesorado, por un familiar quiso buscar una jubilación a pesar que que casi no había cotizado.
Recopiló algunas nóminas,documentos, informes médicos pagados, algunas radiografías, y todo lo que creyó pertinente.
Tenía este hombre medio cojo, un familiar que años atrás trabajaba en la secretaría de un ayuntamiento cercano a la capital y ahora también estaba jubilado. El cual de pequeño por un golpe jugando en la escuela, había perdido un ojo, y en el otro, con los años y debido al golpe se había reducido la visión.

El que tenía el problema visual, se había esforzado de pequeño, y sus padres viviendo en una gran provincia, pudieron darle una buena educación a pesar de su minusvalía. Cuando se presentó al examen de acceso a la administración, sacó una de las mejores notas, y después de unos años, por otros lugares, regreso a su lugar de origen.
Allí entró en la secretaría del ayuntamiento de la zona, ejerciendo su labor casi cuarenta años.
El hombre de la cojera, deseaba por todos los medios jubilarse, aún sin tener los años requeridos, lo comentó con su primo ciego, que llevaba ya años inactivo, y aún sin estar seguro le animó a que se informara. El hombre cojo creyó que todo sería fácil, y pidió a su familiar que le acompañase a la cita médica, que tenía en la capital. El ciego no estaba tan seguro, aún así quedó en acompañarle.
Los dos hombres hablaron y quedaron de encontrarse en la estación de la capital.

El de la dismetría a buena hora cogió un taxi y recorrió los cuatro kilómetros que separaban la aldea de la estación. Allí tomó el tren para llegar a su destino.
Al llegar a la capital, tras horas de camino, allí estaba el familiar esperando, después de tomar un café y ponerse al tanto de los pormenores de la familia, se fueron a buscar la parada de autobús más cercana para llegar a donde estaba el edificio del Tribunal Médico.
En el trayecto que tuvieron que andar, desde la parada más cercana al lugar donde iban, parecía una estampa surrealista, uno apoyado a un bastón que forzaba la cojera y otro, con otro bastón que tanteaba el suelo, como un auténtico ciego.
Al llegar esperaron un rato y después de valorar documentos y pruebas les invitaron a entrar.
El hombre que estaba detrás de una mesa y hacía las veces de evaluador, les invitó a sentarse. Concluidas las presentaciones y formalismos, llegó otro hombre que se sentó juntó al primero y con cara de malas pulgas le espetó:
¿Así que usted quiere jubilarse?, miró hacia el cojo.
El aludido contestó que sí.
De nuevo volvió a hablar el evaluador, hemos revisado toda la documentación y siento decirle que no tiene los años requeridos, para ello, además alega que tiene que caminar con un bastón algo que me parece correcto, pero incluso asevera que necesita ayuda.¿ Verdad?.
El cojo asiente.
El evaluador dando un resoplido, le dice:
¿Usted me quiere tomar el pelo?
Hombre señor, no tengo intención, repite el cojo haciéndose el tonto.
Así que, usted necesita ayuda, por lo que dice, y se hace acompañar por una persona que casi no ve, y está peor que usted. ¿Cómo entiende eso?,
Yo solo le digo, que no puedo trabajar me duele la pierna, y los días que cambia el tiempo estoy peor.
A mi también me duelen cosas y aquí me tiene, oyendo insensateces.
El que evalúa, viendo que el hombre cojo no da visos de marcharse, aún diciéndole que no tiene derecho a la jubilación a pesar de su problema, carraspea, y se revuelve en su asiento. Los dos que tiene de frente, siguen sin hacer movimiento alguno. Molesto se levanta, no sin antes decirle de nuevo que tiene que tener un mínimo de años requeridos. Además su pequeña cojera no le impide realizar un trabajo, añadiendo que todavía tiene cuarenta y dos años, y le queda bastante para retirarse. El cojo sigue dándole vueltas, y no hace nada por marcharse. Al evaluador no le queda otra cosa que salir de la habitación para ver si de una vez se van.

Después de un gran rato, salen de la sala malhumorados, les han dejado allí, sin hacerles caso. En el exterior se dan la vuelta para mirar el edificio, meneando el cojo la cabeza, con la rabia de no poder acceder a lo que pensaba. A través de la calle caminan, uno con un bastón para apoyarse cuando se acuerda, y el otro guiñando el ojo que le queda, mientras mueve el bastón en ambas direcciones.
Se miran y exclaman: ¡Salió mal la jugada!.
El evaluador desde una ventana, les sigue con la mirada, comentando en voz baja: ¡Menuda estampa!. Lo que se tiene que ver en la vida.

De regreso al pueblo, el cojo siguió con su vida. Alguna vez cuando estaba de juerga, comentaba la anécdota de su anticipada jubilación.

El ciego un poco mayor, notaba algo de pérdida en la visión, pero por lo demás gozaba de buena salud. Cuando pensaba en la vez que acompañó a su primo al Tribunal, se reía por lo bajo, no sin sentir vergüenza por la situación.