El seranu

En un rincón del corazón

Hace más de seis décadas, que María nació. Vino al mundo en una fría tarde de primavera, y como fue la segunda de cuatro hermanos y encima mujer, no contaba.

A pesar de ser una persona, intuitiva, inteligente y muy observadora, era la última a la que se preguntaba por sus deseos, solo contaba para trabajar y de eso… sabía un cuanto.
Ella ayudaba en casa a su madre y cuando había faenas fuera, (que casi siempre había) hacía lo mismo que cada uno de los hombres que componían la familia. De regreso, mientras ellos descansaban, ella, tenía que echar una mano a su madre (¡que para eso era mujer!).

Era una persona amante del saber y del estudio, con lo poco que tenía compraba libros , en vez de joyas u otras cosas. Además las personas más cercanas, con las que tenía confianza, si alguna vez le regalaban algo, eran libros. Deseaba con toda su alma poder estudiar y tener una carrera, algo que para ella era alcanzar un sueño.
Gozaba mucho de la soledad y de la naturaleza, de ella decía que se aprende de todo, con solo observar.
Siempre fue una persona romántica y soñadora, vivía en su imaginación, preciosas historias de amor. Cuando conoció su primer amor, era una muchachita de dieciséis años, fue un amor platónico, de esos que a pesar de darse cuenta que no puede ser, se insiste en que sean. Pero la vida al fin de cuentas es la que decide, y la dejó con el corazón hecho pedazos. De ese amor aprendió, aunque como no, siguió tropezando en la misma piedra, pues por mucho que se quiera, siempre es como tiene que ser, y no como se quiere.

Años después, encontró el amor de nuevo, no como el primero, pero más tranquilo y correspondido. El primero fue como las tragedias griegas, un vendaval que llega arrasándolo todo, arrancando de su existencia, la esperanza en la vida, del que cuesta reponerse, si no es con tiempo.

A pesar de ser una persona mayor, llegando a los setenta, sigue activa, pues el trabajo lo tiene tan inculcado en el alma, que siempre tiene algo que hacer, sino se lo busca. Cuando se jubiló, y aunque sobraban faenas, se apuntó en la universidad y está terminando una carrera, que le ha costado mucho trabajo y broncas, pues su pareja no pensaba igual, pero ella deseaba sacar esa espina, que no dejaba de clavar dentro. Con enfados y broncas peleó por lo que le gusta, sin dejarse amedrentar. Para ello ha contado con la inmejorable ayuda, la de su hija, que está muy orgullosa de María su madre.

Y como la vida, siempre trae lo que debe ser, hace un año, su marido ha fallecido y aunque le echa de menos, sigue fiel a su forma de ser, afrontando la vida con sus problemas, con días mejores y peores.

Después de casi cincuenta años sin verse, hace unos días caminando por la calle, se tropezó de nuevo, con el que había sido el primer amor de su vida. Se cruzaron y no se reconocieron, aunque María notó como una voz, le decía que esa persona, era alguien muy conocido. Unos metros más adelante, María sintió que algo le obligaba a retroceder y volver sobre sus pasos. Echó a correr para poder darle alcance, cuando llegó a su altura le obligó a detenerse, pues el esfuerzo casi no la dejaba hablar. El hombre, el que antes ella recordaba era delgado, musculoso y con una mirada azul, que no dejaba indiferente a casi nadie. Ahora, había ganado unos cuantos kilos, la mirada se había opacado, tan solo seguía aquella sonrisa …que parecía iluminarlo todo.
Le preguntó: ¿No sabes quien soy?.
A lo que él, en principio dudó, pero pasados los primeros minutos de vacilación, ¿Le dijo?:
¿No serás María?. Ella, asintió.
Después de las dudas se abrazaron y la mujer notó como el corazón galopaba como un corcel, algo muy dentro le recordaba lo que hacía cincuenta años la había devastado.
Él, la miraba a los ojos sin dejar de exclamar: ¡Cuantas veces, me imaginé el reencuentro!
Entraron en una cafetería cercana y estuvieron hablando un gran rato, donde él, le aseguró que si no le habla, no la hubiese reconocido. Añadió, que aunque la veía muy bien, el recuerdo que conservaba, era de aquella muchacha de diecisiete años. Y….ya se sabe, la realidad a veces se corresponde poco con el recuerdo. Lo que si le aseguró; es que cada día, siempre dedicaba unos minutos a mantener viva su imagen en la memoria. Ella, también guardaba el suyo y sabía bien que el tiempo deja su huella, por mucho que uno intente creer que no, pero en su corazón algo le decía que era la persona por la que tantas veces suspiró. Así que sin pensarlo, corrió detrás suyo.

Al despedirse, un nudo ahogaba la garganta de ambos, él le comentó por que tuvo que irse. No fue, porque no le importara, sino, porque unos problemas económicos, le obligaron.
Ahora, hubiese actuado de otra manera, pero entonces…hizo lo que creyó mejor. Por eso, ahora nada se podía hacer, pues él vivía en otro país con su esposa y eran abuelos de cinco nietos, aunque no era un amor como el que sintió por ella, había mucho cariño, además de sus dos hijas.
Él le dijo: Cada día siempre he tenido un pensamiento dedicado a ti.
Ella añadió: Pues yo, a pesar de todo lo vivido, aunque pasen los años, siempre habrá UN RINCÓN EN MI CORAZÓN DONDE VIVA TU RECUERDO.
Emocionada le abrazó. Ligera se alejó calle abajo , sin volverse ni una sola vez, bajaba la cabeza, para que los que se tropezaban con ella, no viesen su cara anegada en lágrimas, mientras seguía repitiendo, SIEMPRE HABRÁ UN RINCÓN EN MI CORAZÓN DONDE VIVA TU RECUERDO.
Él se quedó, como una estatua, hasta ver desaparecer a la mujer que más amó y nunca tendría, sabiendo, que mientras viviera cada día, DEDICARIA UN MOMENTO PARA NO OLVIDAR SU AMADO RECUERDO.