El seranu

Noche de Reyes

Como cada año, desde que había pasado muchas primaveras, siempre tenía la corazonada que el nuevo año iba a ser diferente y aportarle un poco de ayuda extra.

De niño, debido a la situación familiar, rodó por unos cuantos hogares de acogida, en los cuales, nunca fue capaz de adaptarse, unas veces, porque entre las partes faltó una buena intención, en otras porque quizás, se puso muy alto el listón. El caso es que Saúl, cuando veía un posible candidato, se hacía ilusiones, hacía planes, antes de saber si era el idóneo para tan fin, trucándose en numerosas ocasiones sus expectativas.

Debido a tanto cambio en sus lugares de acogida, el organismo que llevaba su tutela le aconsejó quedar en el centro con compañeros en su misma situación. Eso era algo que él odiaba, pero después de tantas malas experiencias, empezó aceptando lo que la vida le presentaba.

Los años pasaron y aunque su carácter indómito, debido a sus fallidas experiencias, en ocasiones le creó situaciones embarazosas. Consiguió terminar los estudios, y encontrar un trabajo en una fábrica cercana, a lo que había sido lo más perecido a un hogar. A partir de ese momento, dependía de si mismo, para salir adelante. Después del trabajo, encontró una habitación donde la casera, además de dormida, le facilitaba una comida al día. El precio no era desorbitado, pero el material ofrecido, era de muy baja calidad.

Tanto en la fábrica como en la pensión pasó casi cinco años, donde en alguna ocasión tuvo algún altercado.
En esa época encontró el primer amor de su vida, ese que llega y pone todo patas arriba, para al poco desaparecer, mientras se cree que es el definitivo.

Ya de pequeño, cuando, iba de hogar en hogar, deseaba cuando fuese mayor, irse al continente africano, y ayudar a los niños que como él, estaban necesitados, sobre todo de afecto. Por eso al sentir que su primer amor le había fallado, tanto como sus padres biológicos, y adoptivos, tomó la decisión de poner tierra de por medio, e ir a África de voluntario. Pensaba…¡ que peor no podía ser!. Así que en un breve tiempo, se embarcó par ayudar en África.

Aunque él la vida no le había tratado con miramientos, cuando llegó allí, pudo ver in situ, las necesidades más básicas insuficientes, y la situación le hizo volver a sus orígenes y aún en su desgracia, considerarse afortunado. Él fue a uno de los campamentos de Etiopia, donde las hambrunas, las infecciones, y el acceso al agua era un lujo.

A pesar, de carecer de afecto maternal, y de un hogar estable, la mayoría de sus cuidadores, les trataban con respeto, y a su estómago, aunque fueran cosas sencillas, sin grandes preparaciones, siempre llegaba alimento, algún sencillo juguete. Sin embargo las personas que vio allí y sobre todo los niños, tenían el vientre inflamado debido a la desnutrición, y a las diversas infecciones, que con comida y unas condiciones mínimas de higiene mejorarían.
Se dio cuenta que África, era una tierra rica, que una minoría explotaba, quedando la gran mayoría a expensas de lo que esa mínima parte mandase. Se enamoró de sus paisajes, unas veces áridos, en otros productivos, de valles fértiles y extensas llanuras, de la sencillez y la alegría de sus gentes, que con lo mínimo, eran capaces de sonreír y agradecer las pequeña dádivas.

Él, junto con otros cooperantes, hacían la vida más agradable a un grupo de personas alejadas de la capital, enseñándoles a producir sus propios alimentos y a canalizar el agua que llegaba a estos y cerca de sus hogares, para hacerles más fácil la tarea de vivir el día a día. Otros enseñaban a los niños a leer , mientras los demás curaban a los enfermos. Con las ayudas de los cooperantes y las personas que desde el primer mundo aportaban unas cantidades según su situación. Ese dinero, aportado por los socios, ó por personas generosas que colaboraban, hacían que en esos lugares con la ayuda de los voluntarios, las condiciones de vida mejorasen, facilitando medicinas y vacunas con las que dar una oportunidad a esos niños, que de otro manera estaban condenados a no sobrevivir.

Llevaba allí mucho tiempo y debido a los numerosos países en conflicto la ayuda económica se interrumpía, ahora que quedaba ya poco para que las infraestructuras básicas echasen a andar.

Esa tarde cuando el ocaso se acercaba con sus sombras, se acordó que cuando era niño, y estaba en el hogar de menores, la noche de Reyes ponía el calcetín colgado de la chimenea, para que si había sido bueno, los Magos les dejasen sus regalos. Saúl, a pesar de su frustración, con los tres Reyes de Oriente en su infancia. Cerró los ojos, y desde el corazón pidió que esas almas generosas que habitan el mundo, compartiesen un poco de lo que tenían, para terminar las obras. Esas obras que tantas veces se habían pospuesto por falta de ayuda, para así conseguir que en ese rincón del mundo, unos niños y mayores, disfrutaran de unas condiciones de vida básicas, era algo que anhelaba, aunque él tuviera que ser destinado a otro lado. Tenía aquella acorazonada que de niño le acompañó varias veces, pero nunca se cumplió.

El día siguiente de Reyes, Saúl se sentía algo decepcionado como de chico, pero escarbando en su interior mantenía una ligera esperanza. Próximo al anochecer, llegó la noticia y el cheque con el que haría realidad un sueño durante cincuenta años aplazado.

Mientras escuchaba el silencio tan solo roto, con algún animal nocturno, se dijo para si:
Siempre hay esperanza, para el que sabe esperar y con ilusión, no desespera.

Saúl siguió haciendo su labor, hasta que la vida le llamó. Dio gracias por encontrar a otros que estando en peores condiciones, le enseñaron la lección de ser agradecido, porque siempre hay algo que agradecer por poco que se posea.