El seranu

El proveedor de la montaña

Llamó a la puerta, pregunté: «¿Quién es?», dijo: «Soy el proveedor de la montaña», abrí, y era Octubre.
Octubre es un hombre que vuelve del mercado con sobrecarga. Es joven. Y viejo. Y un niño.
Contrariada por que hubiera llegado tan pronto, pero con firme voluntad de disfrutar el reencuentro, le dije «pasa», con sonrisa en los ojos más que en la boca.
Pero no quiso pasar todavía.
«No. Aún tengo sol. Sal tú.»
Y salí a Octubre.
Ha desperdigado su cargamento por todas partes, y lo voy recogiendo. Entre palabra y frase que escribo, me como uvas de Octubre de tres en dos, o de dos en tres.
Voy a la huerta que el verano y yo trabajamos, y Octubre aún pone rojos a varios tomates cada día.
Ha sido un año raro para las plantas, y Octubre benevolente les hace creer que su ciclo aún no ha terminado.
Los pimientos duermen su inocente sueño verde, y entretanto, Octubre infla calabacines y berenjenas durante la noche.
La hiedra tiene flor, Octubre se la pone. Siguen las moras. Y cuando las fresas son aquel lejano y breve acontecimiento que pasó por el supermercado en primavera, las fresas de verdad esperan a Octubre para cumplirse.
Octubre artesano, se asegura de perfeccionar nueces y castañas antes de esparcirlas.
Aún hay manzanas sin caer.
En unos días, Octubre accederá a pasar y entraremos en casa. Haremos conservas y congelados con los frutos. Le invitaré al primer plato humeante de la primera olla de caldo que habrá en mi cocina. Será el mismo día en que Octubre aumente unos milímetros el grosor de los calcetines.
Pero no mañana.
Ni al siguiente.
«Ya tengo la luna fría», dice, «pero aún tengo sol».

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