El seranu

El baile

Llevaba ya dos años en el extranjero sin poder asistir a las fiestas del pueblo, pero aquel año conseguí llegar a tiempo con una gran ilusión y con cierta emoción al mismo tiempo, sin llegar a pensar que aquellas fiestas serían para mí únicas e inolvidables.

El pueblo se había preparado para recibir a los familiares y a muchos llegados de fuera y se respiraba un aire festivo que recorría todos los rincones. Se habían recogido las cosechas, se habían sacrificado cabritos y se había reservado vino para llenar las mesas.

Amaneció el día propio de la fiesta y una mañana radiante y soleada acompañaba a la Virgen y a todo el pueblo en su procesión alrededor de la ermita. Entonces la vi a ella, con un vestido propio para la época, elegante y con una melena larga y morena. Llevaba a la virgen junto con otras tres mozas, y tras ellas el cura, los músicos, y todos nosotros que seguíamos el paso hacia la interior de la iglesia.
Contemplé cómo los años habían convertido a aquella niña que tantas veces vi camino de la fuente con su cántaro de cobre, en una moza hermosa y atractiva y en mi opinión guapa, como ninguna.

Al terminar la misa la gente se arremolinaba en aquel bar improvisado mientras yo la seguía con la vista, y mientras, ella charlaba y se reía con todos, ajena a mi discreta mirada. No me atreví ni siquiera a saludarla, pero sólo ansiaba que llegara el baile de la tarde para poder volver a verla. Y en aquel baile, la busqué, la saludé, y empezamos a charlar de nuestras vidas. Desde ese mismo instante supe que era la mujer con la que quería compartir el resto de mi vida.

La invité a una gaseosa y a pesar de mi gran timidez la saqué a bailar. La orquesta tocaba y tocaba una pieza tras otra, el baile estaba lleno de parejas bailando, pero a mi me daba la impresión de estar sólo los dos, las trompetas de los músicos sonaban para todos y a mi me parecía que tocaban sólo para nosotros.

Nuestros cuerpos hablaban sin hablar, y nuestros ojos nos delataban sin delatar. Siempre oí decir que de aquellas fiestas de los pueblos salían muchas parejas pero yo nunca pensé que a mi también me tocaría esa suerte, y hoy hace más de cuarenta años que comparto feliz mi vida con aquella niña que tantas veces vi camino de la fuente con su cántaro de cobre.