El seranu

Viscerales y cerebrales

Antonia y María eran dos, de las que componían una larga lista de diez hermanos. Hoy en estos años, algo insólito, pero en siglos anteriores era el pan de cada día.

Había una diferencia de cuatro años entre ambas, ocupado por un hermano llamado Gabriel.
Antonia, era la mayor, de las dos, con otros tres hermanos mayores, que ella. Ésta era de tez morena, ojos oscuros y profundos que destacaban del conjunto de la cara, siendo ésta, de lo más normal. Tampoco su cuerpo era agraciado, de estatura media, bien entrada en carnes, con algunos kilos de más. Por el contrario María era más blanca de piel, con una figura estilizada, y una cara hermosa donde como la primera destacaban sus bellos ojos oscuros.

María era, una persona inteligente, que con un golpe de vista controlaba todo y nada se le escapaba, sabía que hacer y como actuar en cada momento. Pensaba y repensaba, sin dejarse llevar por el momento, meditaba cada paso que iba a dar, sin que ningún fleco se le escapara, haciendo que quien la observase, pensase que era manipuladora y todo lo controlaba. En parte era así, pero lo que nadie intuía es que ella hacía esto, por que le gustaba tener bajo control y todo perfecto, para esconder su vulnerabilidad, para que nadie pudiese herirla. Era perfeccionista, si algo no quedaba como tenía que ser, daba una y mil vueltas hasta dejarla como quería. A veces, parecía como si nada le importase, y aunque las lágrimas pugnasen en sus pupilas, las guardaba para sí. Sonriendo para los demás, aunque muy adentro se rompiese en pedazos.

Su corazón se apartaba para dejar paso a su cerebro que pensaba y colocaba cada cosa, dejando al sentimiento de lado, pero solo en apariencia.

Por otro lado Antonia, era la que pasaba desapercibida, su persona no tenía nada llamativo, había que conocerla para admirarla. Era de semblante serio, casi aburrido, amaba su soledad y cada ser que la rodeaba. Como su hermana era inteligente y observadora. Confiaba en todo el mundo, pensaba que todos eras sinceros y leales como ella, que nadie tenía maldad. Y en su ingenuidad tropezaba con personas que se aprovechaban de su generosidad, haciendo que su vida estuviese llena de dolor. Con cada tropiezo en la vida, se decía que nunca más volvería a sucederle lo mismo, pero una y otra vez topaba con la misma situación. Antonia se dejaba llevar por el corazón y los sentimientos, lloraba en su fuero interno. Incluso cuando hablaba con alguien, de algún suceso emotivo, intentaba no dejar escapar ni una lágrima, pero eran vanos sus intentos emocionándose por todo. Por más que lo intentase no había situación que no sacara su extrema sensibilidad.
Si alguien cercano sufría o sentía que alguien le faltaba lo necesario, allí estaba ella, buscando resquicios por donde ayudar, dejando sus deseos para volcarse con los más desfavorecidos.

En sus momentos de dolor descargaba su ira, culpando al mundo de sus errores, sin pensar que tal vez ella, fuese la equivocada. Daba sin esperar, que alguien se lo pidiera, pensando que así actuaba correctamente. Con los años ha sabido ver, que si no piden ayuda es mejor esperar y respetar, aunque eso a veces sea difícil de entender.

María siempre fue una mujer fuerte, que no se achantaba ante nada. Incluso dentro de sus allegados, todos seguían sus dictados, sin cuestionarse nada. Ella se negaba a llevar el liderazgo, pero los demás depositaban sus temores en ésta para que se encargara de resolverlos. ¡Una manera, de escabullirse de los problemas!. María los solucionaba, pero en muchas ocasiones, cuando nadie la observaba dejaba escapar los sentimientos donde se vaciaba, para de nuevo poner buena cara y que nada pudiese trasmitir ni el más pequeño resquicio, de su pesada carga.

Antonia, por más que intentara, no dejarse llevar por la situación su cara la delataba, era como un libro abierto, demostrando lo que realmente sentía sin medias tintas, con total trasparencia.

Ambas se amaban y respetaban por igual, cada una, aportaba a la otra, de lo que cada cual carecía.