Tambores de guerra
En pleno siglo XXI, después de un sin fin de enfrentamientos desde los tiempos de las cavernas, no muy lejanas dos guerras mundiales, es triste ver, que no hemos aprendido nada. El ser humano lleva dentro de si, en su genética, el ansia de crecer, acaparar, expandirse, a veces sin reparar el coste que lleve al objetivo, con tal de lograrlo. Somos capaces, de dar lo mejor y lo peor de nosotros mismos.
Cuando el poder y los ideales, nos nublan el sentido de la realidad, distorsionando todo, solo vemos lo que nuestra mente quiere ver. Por seguir teniendo el poder que se sustenta, se es capaz de las más abominables decisiones. Decisiones, que aunque cuesten vidas de inocentes de todo tipo de edades, se sigue con el objetivo, sin reparar en las victimas que el conflicto origine.
Las guerras siempre son la sin razón de personas, que en ocasiones aluden que pelean por una guerra santa. Como apunte, no creo que un luchar por algo, aunque sea lo más grandioso sea santo. El simple hecho de pelear por algo, ya le ha quitado el valor que pudiese tener. Que decir, si es lo más importante para uno, entonces, no se repara en todo tipo de argucias, buenas o malas con tal de conseguir lo planeado. Toda lucha, es falta de paz, así que muy santa no debe de ser.
El hombre, es el peor enemigo de si mismo y cuando los ideales rigen la razón, sin dejar un pequeño resquicio para aceptar otras opiniones, se es capaz de arrasar con todo, sembrando odio y destrucción.
No han bastado los millones de muertos, que las dos guerras mundiales han traído al mundo, sin contar conflictos a menor escala, que todavía hoy, que nos creemos, cultos y una civilización avanzada, volvemos a tropezar en las misma piedra, cayendo de bruces nuevamente, y, decimos que sabemos, sinceramente no sabemos nada.
Cada ser humano, tanto blanco, como negro; bajo, alto; rico, pobre; ama, sufre, ríe, llora como cualquier otro, aquí, y en la Cochinchina.
¿Entonces quien tiene la autoridad para destruir al otro?
¡En nuestros sueños de grandeza nos creemos intocables, pero si somos, una ínfima mota de polvo en un universo infinito!. Cuanto falta nos hace humildad y ver al adversario, como una prolongación de nosotros mismos, tan digno de respeto y amor, como el que prodigamos a nuestros propios egos. Esos egos, aterrorizados de miedo, atacan primero para sentirse fuertes, debilitando al más frágil, para justificar una paz, que está muy lejana de sentirse.
Los animales, los cuales consideramos menos inteligentes, que nosotros, nos dan lecciones a cada paso, ellos pelean por continuar la vida o alimentarse, y después de la trifulca, todo vuelve a la normalidad en minutos, sin ningún tipo de resentimiento o venganza. Nosotros sin embargo, arrastramos odios e inquinas, incluso después de generaciones, que nos corroen y amargan la vida. No sabemos, ni deseamos aprender, a soltar esas pesadas cadenas, que nos mantienen esclavos de la sin razón.
Hoy estamos más susceptibles quizás, por una invasión a las puertas de Europa, con dimensiones mediáticas, pero existen muchas más de las que no se habla, esas no tienen repercusión, por que están en países que no tienen intereses estratégicos. Es lamentable, que como seres humanos, seres que estamos dotados de sentimientos, no sintamos, ni un mínimo de respeto y amor por nuestros semejantes.
Aludo aquí, a la idea de una persona muy querida que no está, que solía decir:
En la guerra, que peleen los mandatarios, de cada país en conflicto. Él que pueda menos y pierda, acepte su derrota a favor del vencedor, para eso ocupan un cargo, del que nadie que accede a él quiere marchar, y no los pobres ciudadanos de a pie, que la mayoría de las veces, no saben ni por que luchan. Son arrastrados por los que dan las órdenes, que como comadrejas, se escoden, para que los que nada saben los defiendan.
¡Seguro que si los dirigentes tuviesen que medirse con el rival, no tendrían tantos deseos de llegar ni permanecer en el poder!