El seranu

La excursión

En aquella escuela de dos plantas , donde los menores hasta los once ocupaban la planta baja, dejando para el segundo piso, niños desde los doce años hasta terminar la E.G.B a los catorce, las dos profesoras que controlaban los cincuenta niños y niñas, tenían que hacer maravillas para atender a todos.
Los de menor edad, eran los primeros en atender dejándoles tareas para entretenerse, mientras sin más, iban curso por curso designando trabajos, para de nuevo volver a los primeros y que no se alborotara la clase.
Los de mayor edad, necesitaban más explicaciones conforme los cursos ascendían y llegaban las complicaciones, pero tenía una responsabilidad, portarse bien y echar un ojo a los pequeños, algo que pocas veces se cumplía.
Ese año se organizó una excursión , como todos los años, con los niños. Los de los cursos más altos podían ir solos, los de menos edad acompañados de un adulto.

Se organizó una salida nada menos, que al país vecino o sea a Portugal.
Llegó el día señalado y todos estaban entusiasmados, no habían conseguido conciliar el sueño, se iban a otro país nada menos que cuatro días, aquello era algo extraordinario, y la mente que no para, no dejaba de traer al consciente un sin fin de problemas.
Saldrían para el país luso a las seis de la mañana de un mes de mayo. Conforme las horas iban pasando, y aún en tierras españolas, se paró a tomar un chocolate, en la ciudad de Lugo. El tentempié sentó al grupo de maravilla.
Pasado un rato la mayoría de chiquillos empezó a marearse, debido a la escasa costumbre de viajar, y al chocolate ingerido. Las bolsas de plástico que cada uno portaba no dieron abasto, y para todos los lados que se mirase del autocar, no siendo los adultos y una sola chiquilla la de menor edad, todos estaban pálidos, ojerosos y encima revueltos de la vomitona. En aquellos autocares de hace más de cuarenta años, no eran lo confortables que son hoy en día, el olor a pesar de abrir ventanillas era insufrible.

Ya en tierras lusitanas, en la ciudad de Braga, se paró a comer los bocadillos que se llevaban.
La gran mayoría no tenía el cuerpo para ingerir nada, pero aún así, en aquellos años de mil novecientos sesenta y nueve, las neveras portátiles no eran conocidas, y los alimentos o se consumían o se tiraban.
Quien pudo intentó comer aunque a la fuerza, para nada más iniciar camino, volver a las andadas el cuerpo no quería nada dentro, por eso expulsaba todo hacia fuera.

El viaje a pesar de que los profesores, no paraban de entonar canciones, acompañados de un jesuita, que en cada parada, se cambiaba de bus, no lograban animar a la chiquillería, aquello más que un viaje agradable, parecía una reprimenda severa, la mayoría de los pequeños, iban amodorrados en los asientos, con las ropas sucias debido al mareo. Cuando se estuvo en la ciudad de Oporto para hacer noche, la mayoría se aseó y cambió de muda, lavando la ropa sucia, para poner en fechas posteriores.
Las dos primeras jornadas fueron muy malas, pero ya en la media tarde del segundo día, el mareo fue pasándose y ya había mas gana de juerga.

El tercer día después de visitar Coimbra , Fátima con especial hincapié y Leiría, se fue camino de la capital portuguesa bordeando la costa, cuando fue posible.
Allí la mayoría de los pequeños ya recuperados, pudieron ver el mar, ese mar del que tanto solían hablar y no conocían, y nada menos que el océano Atlántico. Como la mayoría no sabía nadar, echaban la toalla, para mojar la cara, enterrando los pies en la arena, que la espuma de las olas acariciaba. ¡Aquel mar, que se perdía en el horizonte y parecía infinito!.¡Con que admiración lo miraban los pequeños!. ¡ No se lo podían creer!. ¡ Allí estaba esa inmensidad de agua!.
La brisa marina y el rumor de las olas, parece que alegraron el espíritu de los convalecientes, y las última jornada por Lisboa terminó de alborotar a la chiquillería.

Ya de regreso hubo algún que otro revuelto, pero la mayoría estaba bien disfrutando de la excursión.
Los pocos adultos que viajaban, más la benjamina del grupo, resistieron las curvas de idas y venidas sin tener si quiera, la más leve molestia.