El seranu

Por los caminos del aullido del lobo

El señor José era hojalatero, se ganaba la vida haciendo candiles y faroles, cuando no había luz por los pueblos, él trabajaba varios días seguidos en la hojalata, nadie la trabajaba mejor, era su oficio y lo hacía muy bien.También hacía bandejas para hacer las ricas empanada en el horno de leña, hacía regaderas, flaneras, todo lo que hiciera falta, con aquellas chapas tan brillantes que reflejaba nuestra cara igual que sí fuera un espejo, nos encantaba mirarnos, (¡él nos reñía porque tenía filo y era peligroso por los cortes que pudiera provocar!).

También nos entretenía ver aquellas bolitas brillantes que salían del estaño, cuando lo calentaba con aquella especie de martillo de mango largo de hierro que recogía aquellas perlas grises para soldar los empalmes, o para tapar algún agujero que tenían las viejas cacerolas de porcelana.

Después de trabajar varias semanas en su material, insertaba en una cuerda, con paciencia, por un lado los faroles, candiles y demás cosas pequeñas, por el otro lado las flaneras las bandejas y en otra cuerda el trozo de latón que le quedaba por si tenía que hacer algún encargo en el pueblo que iba a visitar.

Sacaba al macho de la cuadra, le ponía los aparejos y colgaba todos sus artículos fabricados de latón por ambos lados de la noble animal que con su infinita paciencia esperaba a que el señor José terminará de colocar el cargamento, luego ponía las alforjas, con la cebada para el macho y comida y bebida para él. Le daba una lata de cebada.. se subía encima y emprendía su aventura por los pueblos de Cabrera baja, iba hasta la Baña, quedándose por los pueblos, hasta que vendía lo que llevaba y arreglaba las cazuelas rotas, cuando terminaba el material volvía para su casa unas veces más contento y otras menos.

Le pasaban mil cosas por los caminos, viajaba de día, pero algunas veces también llegaba a su casa bien entrada la noche.

Iba mucho hacia Orellan y tenía que cruzar el campo de braña, campo que divide los montes de Yeres Las Médulas y Orellan. Entonces había muchos lobos, al oscurece los oíamos aullar, auuu, auuu, una noche aullaban bastante y el señor José estaba en Orellan, había dicho que vendría el jueves, el día pasó los lobos empezaron a aullar y el señor sin llegar, el miedo de su familia también iba en aumento, no sé podía hacer nada de nada, sólo esperar..

La angustia se apoderaba de su familia que esperaba su llegada, y también lo que pudiera haber obtenido de su trabajo, pues la abundancia era escasa y todo hacía buena falta.

Pasada la una de la madrugada llegó a casa con el pelo de punta y el macho empapado en sudor… pero llegó sano y salvo, gracias a su noble compañero, al llegar al extremo de campo de braña donde empieza el camino para Yeres había mucho monte, y el macho enseguida detectó los lobos, empezando a bufar, y patear, no quería cruzar aquel trozo tan peligroso, el señor ya sabía que eran los lobos, era noche cerrada, se le había hecho demasiado tarde, y tenía que cruzar sí o sí, azuzó al macho que sabía perfectamente lo que tenía que hacer, tomar una buena carrera, así con las bandejas y el latón que le habían sobrado, los ató flojos para que hicieran más ruido con el galope del animal, aquello empezó a sonar igual que sí hubiera una batalla de los soldados de Napoleón, y no hubo un lobo que se atreviera a acercarse, más bien echaron a correr por el lado contrario… camino despejado y él señor a su casa, ¡¡dando una buena lección de sabiduría y una alegría para su familia!!