Pan con vino
Como se decía en otros años, en la juventud de nuestros abuelos, con Pan y Vino se anda el camino. ¡Y bien que se caminaba!
Unas veces, ayudados por lo frugal de la comida, otras se disparaba la energía debido a los efluvios del alcohol, remojando aquellos trozos duros de pan, con un poco de azúcar que servía tanto, de desayuno, como de merienda, incluso para los infantes, cuando regresaban de la escuela. ¡Y afortunados, los que llenasen la panza con él!.
En las escasas horas lectivas, a las que asistían la mayoría de los pequeños, debido al trabajo en el hogar, más que atender se amodorraban debido a los efectos etílicos de aquel vino que aunque casero, no dejaba de ser alcohol.
La cosa se complicaba, si en vez de vino, al que se añadía agua para tener para la mayoría del año, lo que se echaba era un poco de orujo, para ablandar aquellos mendrugos de pan. Entonces, o se quedaban totalmente dormidos, o por el contrario se alteraban en exceso, originándose a veces trifulcas.
Quiero apuntar aquí a una persona, que en sus recuerdos me narraba, que siendo el mayor de los hermanos, y teniendo una cantina, que como en la mayoría de los pueblos, más alejados de poblaciones importantes, hacía tanto de local de bebidas, como de todo tipo de comestibles y enseres que se necesitasen. Él, siendo el primero de la tropa de hermanos, dejaba de ir a la escuela, o solo asistía en algunos momentos, para atender a los vecinos, que se acercaban a la cantina. Subido a una pequeña banqueta, alcanzaba los mandos de la cafetera, que a las pocas horas de práctica, manejaba con soltura. Allí servía cafés, copas de orujo, anís y licores de la época, además de todo tipo de mercancías necesarios para la subsistencia diaria. En más de una ocasión y sobre todo cuando la gente se juntaba en el local, solía preparar mayor cantidad de ferburos, y los llamados carajillos, aprovechando él, una buena dosis, lo cual tenía la virtud de darle energía un pequeño rato, para luego adormecerse, y en ocasiones, quedar medio colgado del brazo de la cafetera.
Mientras la madre cuidaba de los más pequeños, cocinaba, echaba un ojo al negocio en ausencia del progenitor, que con tres mulas, acarreaba los víveres, que más tarde consumirían sus convecinos, el pequeño era el que atendía el local, enchispándose en más de una jornada.
Me contaba con sorna: ¿Sabes, yo tenía todas las papeletas, para haber sido un borrachín?. Aquellas modorras que los ferburos me daban, y en los escasos momentos de lucidez, que tenía, me daba vergüenza que se rieran de mi, cuando el mando de la cafetera me izaba de la banqueta. Y.., riendo abiertamente, con toda la gracia y humor que poseía, añadía:
Yo era ruinin, (pequeño) pesaba poco y con siete años, quería ser como los grandes, un hombre. Así que, probaba de todo lo nuevo que llegaba al bar, y algunos, ¡hasta me gustaban!
Cundo espurrí un poco, añade: porque muy grande non soy, ya me gustaban las chavalas, y dije; se acabó el alcohol. ¡Y hasta hoy! He bebido algún vino en ocasiones, por lo demás, agua solo.
Pero entonces, cuando la necesidad apretaba.¡ Y yo no me puedo quejar!. El Pan con Vino ayudaba, a mitigar el hambre, sobre todo si te pasabas. En esos momentos no parecía tan preocupante lo de no tener comida, el alcohol te daba fuerza, y te envalentonaba, confiesa.
En muchos de los hogares de la geografía española, en buena parte del siglo pasado,
no había como hoy de todo. Se buscaban los mendrugos de pan duro, que quedaban por los cajones, y ablandados en vino, aplacaban al estómago, sonríe.
Por mucho, que con Pan y Vino se ande el camino, ojalá no nos falte lo básico, y sigamos teniendo, donde echar la mano, remata.