Los helados
Era el pequeño de tres hermanos, y el que echaba más en falta de los cuidados maternos, ya que con cinco años, perdió a la mujer que la había dado la vida. Su hermana mayor que le llevaba diez años, hizo las veces de madre, aunque ese papel le viniese grande, a pesar de ella poner todo el empeño en ello.
Cuando Tomás contaba once años, se organizó una excursión en su colegio, y su padre, le animó a visitar la zona costera gallega, así podría ver el mar, algo que un muchacho de tierra adentro no conocía.
El pueblo del chiquillo era muy pequeño, se componía de unos cien habitantes, pero para Tomás era el más bonito, pues en su corta edad, solo había visitado algunas poblaciones cercanas al suyo, y cuando era más pequeño, con casi cuatro años, tuvo que acudir a una cita médica al hospital, el cual se ubicaba en la capital. Esos había sido sus viajes.
Esta vez iba solo, con sus compañeros, su padre no le acompañaba ya que tenía que trabajar, y sus hermanos lo mismo.
Estaba muy exaltado, pues estaría fuera de casa tres días, donde visitaría la costa gallega.
Cuando vio el mar, no daba crédito, a la cantidad de agua, que se perdía en el horizonte.
Visitó lugares desconocidos, pueblos marineros que le agradaron mucho, aunque lo que más le impresionaba, era la gran masa de agua, que iba y venía a la orilla, rugiendo cuando la situación se ponía complicada.
Habían ido a primeros de Junio y el primer día lloviznó casi toda la jornada, los otros dos siguientes, ya calentó el sol. Por eso, como la temperatura era agradable, les llevaron a visitar el puerto de A Coruña. Era casi medio día y en el paseo del puerto, había diversos vendedores callejeros, con chuches, helados, pequeños juguetes, en fin un montón de cosas que agradaron a los niños.
Las finanzas, de cada pequeño, iban en manos de sus profesores, que cada día le asignaban, ya que si lo hubiesen llevado ellos, en un momento se hubiesen quedado sin nada.
Tomás se acercó a un puesto de helados, pues estaba intrigado, con aquellos, que llevaban un palito como los Chupa Chus, de color naranja y amarillo, que otros niños degustaban. Se compró uno de naranja que le supo a gloria, después pidió otro de limón que le pareció aún más sabroso, por lo decidió gastar toda la paga del día en comprar los helados, que con cuidado guardó en el bolsillo del pantalón.
¡Después los comería se dijo!.
Lo que no contaba es que al rato, toda la pierna del pantalón estaba empapada, y para colmo con una mancha pegajosa de colorines.
Cuando le ve la profesora, con semejante mancha, le regaña, los dos pantalones que traía se han ensuciado, el primero por dejarlo entre las rocas de la playa, en un montón de algas y ahora el segundo, por los helados.
Como aún le queda otra jornada antes de regresar, no tienen más remedio que comprarle otro pantalón en una tienda. Las finanzas traídas, son insuficientes para la compra, por lo que la maestra, es la que hace cargo del gasto que ha originado la prenda, de regreso, ya hablaría con el padre para que le abone el gasto.
Al día siguiente Tomás solo pudo comprase un único helado, a él, que tanto le habían gustado. ¡Y pensar, que quería llevarse todos los que su dinero le permitiera!. Ahora lamenta su mala suerte; no pudo comer los dos que se derritieron, le mancharon el pantalón y encima un gasto extra para comprarse otro pantalón.
De regreso, ya vería lo que opinaba su padre.