La maleta
Allá por los años sesenta y setenta, había una maleta, como los bolsos llamados hoy de mano, que hacía las veces de equipaje, para llevar como dice la palabra en la mano, denominado “fin de semana”. Esta maleta era cuadrada con un cinto que se colgaba a modo de bolso. En casi todas las casas había, y la mayoría la utilizaba en sus muchos o pocos viajes.
Rondaba el año setenta y en un pequeño pueblo, hoy casi abandonado una mujer tenía una boda. A la protagonista se le casaba su primera nieta, con un joven de buena familia de la villa cercana. Ésta era Aurora, se había quedado viuda hacía años, y todos sus hijos vivían fuera del pueblo. Como no tenía la familia cerca, pasaba mucho tiempo con una vecina de la localidad algo más joven que ella, y que años atrás había sido emigrante pasando unos años en Holanda.
Aurora había sido una mujer muy trabajadora, sacó adelante a seis hijos, pues su esposo se puso enfermo, siendo ellos chicos y no le quedó más remedio que trabajar de sol a sol, para cubrir sus necesidades.
Cuando los hijos mayores empezaron a trabajar Aurora se quedó viuda y de nuevo luchó para que los más pequeños no pasasen hambre.
Al irse de casa la más pequeña, Aurora, empezó a aflojar en el trabajo, pues los esfuerzos hechos años atrás ya empezaban a pasar factura.
Para cuando se casó su nieta, ya cobraba una pequeña pensión, no era para tirar cohetes, pero a ella le llegaba, y aún se permitía ahorrar unas pesetas.
Por no molestar a sus hijas que vivían en pueblos cercanos y tenían bastante faena, fue a comprarse un vestido para la boda, acompañada de su amiga.
Después de algunos viajes y visitas a las tiendas de la capital, decidió que la modista que le había hecho la ropa de fechas importantes también se la hiciese ahora. Le confeccionó un vestido de color gris claro con el que no acababa de sentirse bien, ya que desde la muerte de su esposo, ella vestía siempre de colores oscuros.
Como aún no había comprado los accesorios para la boda, como zapatos y bolso, le comentó a su amiga, un día que se encontraban charlando después de cenar, al calor de un buen Lar:
Susa, (Pues así se llamaba la amiga, diminutivo de Jesusa) ¿No sé que bolso llevar, a la boda?. Me va bien este negro con estos zapatos, pues unos nuevos igual me molestan con estos pies míos tan deformados. ¿A ti que te parece?
Pienso que sería mejor unos zapatos nuevos y un bolso, añadió Susa.
Ya, pero estos pies, no andan como deben con unos zapatos nuevos, comentó de nuevo Aurora.
Susa agregó, no se apure tía Aurora, miro yo por casa que igual le vale uno que yo tengo. La anciana quedó callada y pasaron a otra cosa.
A la semana siguiente, apareció Susa con la maleta (fin de semana) en la mano. Por lo que Aurora, sin acordarse del comentario del bolso, le preguntó a su amiga:
¿Qué vas de viaje?
No, era por si le hacía arreglo para la boda. Aurora trató de contenerse, pero se le escapó una sonora carcajada, y entre risas añadió: Pero mujer. ¿No aprendiste nada por esos sitios que anduviste?. Esto es para llevar un poco de equipaje, no para una boda.
Susa no dijo nada y sin mediar palabra, se dio la vuelta sin despedirse. La mujer se quedó parada, y pensaba… Espero que no le parezca mal, pero solo me faltaba llevar eso a la boda.! Menuda bronca me cae!. Si mi nieta Teresita ya es estirada, ahora que emparenta con gente de alta alcurnia, me cae la del pulpo. No, no, tengo que ir bien, aunque después pase todo el mes comiendo caldo solo.
Para que Susa no se enfadara, la anciana fue a su casa y le pidió que la acompañara a comprar un bolso nuevo y unos zapatos, aunque solo los pusiese para la ceremonia, además llevaría los otros más usados por si acaso.
Susa estaba molesta, y se hizo de rogar, pero al final la acompañó, y olvidó lo de la maleta.
Después de la boda, a la que Aurora fue muy elegante, detrás de una copita de anís, le comentó a sus hijas pequeñas lo del «Fin de semana y Susa». Éstas, alegres por los excesos de la boda, no paraban de reírse del percance de la maleta. Cuando miraban a su madre, se le escapa la risa floja y no podían contenerse.
La más pequeña le decía a Aurora, con sorna: Mamá, si hubieses traído el fin de semana, te habían entrado los zapatos y los detalles de la boda, para estallar en otra carcajada.
En las reuniones familiares, mientras vivió la anciana, casi siempre en la sobremesa salía el percance de Susa y la maleta.
Hace años que Aurora no está, pero no falta algún familiar que no recuerde a Susa y la maleta.