Cauces que se desbordan
Lorenzo, el octavo de once hermanos, había sido el que se había quedado en el pueblo que le vio nacer. Sus hermanos de diversas maneras se habían ido asentando a lo largo de la geografía territorial, cada uno en lo que mejor encontró.
Lorenzo, sentía un gran arraigo por la tierra, por ello, trabajó las tierras heredadas, más las que sus hermanos ausentes no habían logrado vender. Junto a su esposa se hicieron cargo de los padres de él, con los que convivían. Durante unos años, el matrimonio recién casado, siguió viviendo en la casa familiar. La convivencia, entre las mujeres, llegó a hacerse insostenible, mientras Lorenzo, ajeno a las desavenencias entre ellas, seguía plantado árboles en las fincas aledañas a los márgenes que el cauce del río iba dejando.
Un día que regresaba, de hacer una plantación, junto a su padre encontraron a las dos mujeres llorosas cada una por su lado y con su razón. Ellos, enfrascados en el trabajo, no vieron llegar el problema. Posicionarse a favor de cualquiera de ellas, era romper con la otra parte y el hombre joven sentía que se le abría una brecha en el corazón, dejando de lado a la mujer que le había dado la vida. Para dejar que todo volviese a su sitio, tomó la decisión de hacerse una casa nueva en una de esas fincas, para plantación, dejando un espacio, para el hogar y los anejos que debían ir cerca de la vivienda. En un espacio más alto, a la vera del camino, construyó su nueva casa, con las viviendas para los animales, y un gran espacio, para guardar lo recolectado, al fondo una huerta para alimento de hombre y animales, y ya próximo al cauce del río, los árboles con los que esperaba sacar buenos ingresos con la madera que diesen.
Hacía muchos años, que el cauce se había desbordado, con las lluvias del invierno. Se llevó el pequeño grupo de casas que estaban cercanas a su nueva vivienda, pero desde años, antes de él nacer, había cambiado de cauce la corriente, y se había alejado de esa zona, por lo que no puso reparos, y feliz se puso a construir su morada.
Con los ahorros guardados desde que consiguió trabajar para si, y lo vendido a un vecino, edificó su nuevo hogar, alejado del que le vio nacer. De vez en cuando le asaltaban dudas, por si alguna vez el riachuelo, volvía a buscar lo que era suyo, pero se tranquilizaba viendo que cada año, más se alejaba y menos corriente llevaba.
Los árboles plantados, en las zonas cercanas a la ribera, estaban frondosos, y auguraban, buena calidad en la madera, los animales tenían buen alimento para épocas de invierno, amontonadas en los pajares y graneros. Por su parte los humanos, tenían toda clase de alimentos de la zona, recogidos y a buen recaudo, para disfrutar y alimentarse en épocas menos boyantes.
Ese nuevo año había empezado lluvioso, y el pequeño riachuelo, había doblado por dos, la traída de agua.
Para sacarse unos dineros extras, Lorenzo, a días sueltos, estaba de jornalero para una empresa que transportaba arena, de los bancos que en las orillas del río se amontonaba. Junto con los demás compañeros, pasaron a la otra orilla, por una zona que había un remanso, y con poca profundidad, aunque ese día había crecido bastante, pero creyéndose seguros, siguieron con su trabajo. Casi tenían cargada toda la arena, cuando se percataron que el agua ya estaba llegando a su lado. Sin demora, subidos al la camioneta intentaban vadear la corriente, al principio no fue difícil, pero ya en medio del agua la cosa comenzó a complicarse. Retrocedieron dejando el camión en un alto alejado dela corriente, saliendo ellos a pié hacia los pueblos del otro lado, para cruzar en el puente un trecho más arriba. El agua seguía subiendo, el cauce aunque no era muy profundo, si tenía un gran trecho en ambas direcciones. Llegó el jefe de la empresa y quería sacar el vehículo del islote, en el que se hallaba en medio de río, pero nadie se atrevía a pasar para atar una maroma al camión y con un tractor grande remolcar desde este lado.
Después de darle vueltas, sin ver visos de solución, Lorenzo propuso, que si sujetaban la cuerda desde este lado, el sería el que pasase a poner la maroma a la camioneta. Se aligero de ropa, y con la cuerda atada a su cuerpo, asida por los compañeros que esperaban en la orilla, se tiró al agua, un trecho más arriba del paso del cauce, dejándose llevar por la corriente en unos lugares, mientras que en otros vadeaba contra ésta siempre sujeto por los compañeros que avanzaban según, el cauce dictase. Al cabo de un buen rato, consiguió sujetar bien la camioneta y subida a esta, comenzó la marcha, mientras los demás, desde la orilla opuesta, remolcaban con sumo cuidado al vehículo y a Lorenzo dentro. Aunque el río seguía creciendo. Con calma consiguieron pasar la carga de arena y la camioneta al lado del pueblo para proseguir la faena.
En los días siguientes, el río que hacía unas décadas, se alejó del antiguo cauce, ahora volvía bravo y rápido llevándose, todo lo que encontró a su paso. Lorenzo, no perdió la vida de milagro, pero vio como todo sus esfuerzos se iban con la bravura de la corriente, dejándole, sin tierras, árboles y anejos, tan solo quedó unos restos de su querida vivienda. Con todo perdido, no se rindió, pero los trabajos de su nuevo hogar, ésta vez, irían a un lugar más alejado del río.
Sacudiendo la cabeza, mientras posaba sus ojos en lo que el agua había dejado, se decía para sus adentros, que los ríos aunque se alejen, siempre vuelven a buscar lo suyo.