Las dieces
Con motivo de la siega había que encontrar jornaleros para que hiciesen tal labor, pero este año, parece que se retrasaban. Como había sido un excelente año, la zonas de la ribera acumulaban bastantes quehacer, por eso los segadores que se desplazaban a las zonas limítrofes, se demoraron un poco para terminar sus labores antes de embarcarse en cortar el cereal en las zonas más altas, debido a su altura, éstas tenía unas semanas más de espera antes de ser segado, y casi sin descanso se incorporaron a los pueblos más altos
Habían ido a una población cercana a su lugar de origen, pero a unos mil metros de altitud. Allí los centenales proliferaban en ambas vertientes del poblado, denominándose en lenguaje autóctono “faceiras”. Este año comenzaron en esa aldea para los tres hermanos, los terratenientes de la zona. Estos eran dos hombres y una mujer, que por dictados de su padre, ninguna pareja de las zonas limítrofes, eran idóneas para ellos, quedándose para vestir santos como se solía decir.
Así que a la muerte de sus progenitores, entre los tres gestionaban la hacienda. Los hombres llevaban las faenas del campo, mientras Marcelina, dirigía la casa con esmero. A pesar de ser de tener fama de tacaños, los jornaleros deseaban ir para aquella casa, porque en ella, aunque la mayor parte del año, resisasen, en época de recogida a sus trabajadores ofrecían todo lo mejor que poseían, haciendo que los que ya les conocían deseasen trabajar con ellos.
Los hermanos eran más bien un poco apocados, pero Marcelina se llevaba la palma. Ella era como decían sus hermanos algo “parva” y era presa fácil de algunos de sus convecinos, que a falta de ganas de trabajar haraganeaban, pensando en como pasar el rato, mofándose, a cuenta de la ingenua Marcelina.
Este año el grupo de segadores, habían comenzado temprano. Los hermanos fueron a explicarle por donde comenzar, ayudando a los obreros en la cosecha. Marcelina quedó preparando, los alimentos para las dieces desde bien temprano. A tenía casi todo a punto, cuando un par de vecinas de lo más descarado, se ofrecieron para asesorarla en lo concerniente al almuerzo. Éstas con ganas de jarana, haciéndose las sabelotodo, al ver que estaba terminando de estofar el bacalao, que previamente había desalado, y ya todo esta ultimado, solo tenían la opción del guiso, así que sin pensarlo, le comentaron:
Marcelina,» ¡tú non sabes, pero si lle tiras un poco azúcar esta muíto millor!, ¡E os segadores vancho a agradecer muller, »
«¡Ay bonitas nun digais!», contestó Marcelina, un poco dudosa.
¡Si,mulleriña si,! le animaban las convecinas
Marcelina tomando una cucharita la introdujo en el azucarero, y añadió dos cucharitas llenas al guiso. Confiada y con los preparativos, se le olvido probar.
Siguió poniendo todo en marcha, alrededor de las nueve de la mañana, cargó el mulo que sus hermanos le habían dejado, atado en herradura incrustada en los soportales de la vivienda. Puso el serón encima de la montura del animal y colocó a ambos lados las cestas, con las viandas, teniendo cuidado de que hiciesen contrapeso, para que la carga no se desviara y cayese hacia un lado. Cuando todo estuvo en orden tomó las riendas del animal y con paso ágil se fue hacia la “faceira” de la Chanada. Iba con una pequeña sonrisa, imaginándose la sorpresa que les daría a sus jornaleros.
Ya empezaba el sol a calentar de pleno, y aún le quedaba un trecho del camino, por lo que agilizó la marcha para que no tuvieran que esperarla. Un rato después divisó la cuadrilla y el trabajo que en la mañana había realizado. Se dijo, para sus adentros: ¡Contra, contra, contra, como foucea esa xente, deben de serche muy bons!.
Al llegar junto a ellos, ató al animal a la sombra de un roble, descargando la carga con la ayuda de sus hermanos, acomodando un pequeño mantel a la sombra del gran roble, donde también otras cuadrillas se aproximaban.
Marcelina pudo comprobar que algunos eran nuevos, pero la mayoría seguían siendo los de años atrás, así que con la confianza del tiempo les dijo:
¡Traigovos, una cousa muy rica! ¿A que non acertades? ¡E una cousiña muy rica!
Traigovos bacalao con azúcar. Ellos la miraron boquiabiertos, por lo que la mujer se contuvo.
Extendió los alimentos a lo largo del mantel mientras los obreros se aproximaban, mirándose unos a otros. Tomaron asiento, y fueron tomando porciones de los otras viandas, pero ninguno se interesaba por el bacalao.
¿Por lo que preguntó? ¡Oh…pero non vos gusta!
El mayor de los hermanos se levantó y apartándola hacia un lado dijo: ¡ Marcelina, xa cha volveron a dar! ¿Pero tú non aprendes? ¿Non veis que o bacalao, con azúcar non gusta?.
Contesta Marcelina: ¡Non digas, ay de min!. Esas nenas do Nicanor, non che me gustan nada, nada.
Bueno dijo la mujer: comede de todo o demaís, po la noite fago otra cousa. Ye eu, non como, así a ver si vos chega.
¡Ay de min! ¡Que condenadas son esas nenas!., no dejaba de gimotear.
Cuando terminaron, marchó cabizbaja camino de casa, renegando contra las muchachas, mientras sus hermanos lamentaban lo ocurrido.
Al llegar a casa probó del pescado, y pudo comprobar que no estaba bueno, esmerándose en hacer lo concerniente a la cena, y reprochándose el haberlas escuchado.
Por el contrario las vecinas se partían de la risa contándoselo a los demás. Marcelina por su parte, veía como de nuevo, había caído en la trampa de sus vecinas una vez más, y no dejaba de incomodarse. Lo gastado en dar a sus obreros lo mejor, tendría consecuencias. Ahora se dijo:
Hasta otra siega, no volverá el bacalao, y bien que lo cumplió.