El seranu

La zorra y las gallinas

Volvía aquel niño de Santalavilla camino de Lomba cuando se encontró en el paraje de la herrería a una vecina junto a su burro y con las alforjas cargadas de telas que había
comprado en Pombriego y que ella más tarde convertiría en vestidos.

Mientras hacían el camino charlaban y ella le contaba que gracias a las gallinas que ella criaba con esmero, podía recoger huevos para su uso doméstico y que el sobrante lo
llevaba a vender por los pueblos vecinos, sacando así un pequeño rendimiento.

Las gallinas le decía, son aves elegantes en su caminar, son muy agradecidas y también poco estimadas, cacarean sin parar eso sí… pero yo las cuido con esmero, pues son para
mi una buena fuente de ingresos.

Y caminando así entre charlas y cuentos la mujer narraba que el peor enemigo de las pobres gallinas era la zorra, bien temida, preciosa, altiva, con un lindo pelaje y con una
hermosa cola, lista e inteligente, y que no había otro animal más astuto y audaz que se le pudiera comparar.

Contábale también a aquel niño que escuchaba atentamente, cómo en el pueblo meses atrás, la zorra tenía a todas las gallinas bien atemorizadas, pues iban cayendo una a una,
noche tras noche en sus garras, que entraba sin duelo en todos los gallineros y que iba poco a poco comiéndoselas sin parar, una aquí otra allá, una en un barrio otra en el otro,
despistando así a los vecinos, que por más redadas nocturnas que hacían no eran capaces de dar caza.

Yo, decía la señora también llegué a temer por mis gallinas, a las que por suerte la zorra nunca había atacado. Los vecinos ante tal matanza se preguntaban cómo la zorra comía de
todos los gallineros menos del mío…

Y como el hombre se tiene por más listo que el propio animal, pensaba que las mías estaban a salvo porque tenía mi gallinero bien cuidado y protegido… cuan ilusos somos a
veces reía la señora mientras el niño ansiaba el final de aquella historia.

Preocupada yo de mis gallinas porque andaban alborotadas y porque habían dejado de poner huevos, quizás asustadas por la presencia de su enemigo, revisé mi gallinero y
encontré a la propia zorra bien agazapada dentro del mismo… y que por su propia astucia había dejado mis gallinas para las últimas ante mi asombro y se había atrincherado en el rincón más inesperado para todos.