El rocío
He visto ‘aluchas’ en mi vida, pero ninguna como el ‘valte’ entre Caitano ‘el Roixo’ y Pedro ‘el Grajo’. Y ya ha llovido desde entonces…
Tendría yo unos diez u once años y estaba con las vacas en el couto. Era media mañana y se había formado un corro de ‘aluchas’ y allí estábamos todos los rapaces luchando unos contra otros.
No sé que hacía o de dónde venía, pero el caso es que por allí apareció Pedro que se metió al corro y empezó a ganar a un chaval tras otro. Tenía veinte y pocos años y los que íbamos a cuidar las vacas al couto no llegábamos ninguno a los dieciséis. Para él, tirar a aquellas criaturas, era como tomar un vaso de vino. Con la envergadura que él tenía era fácil alzar a un rapacín, revolearlo varias veces en el aire y darle una costalada contra el suelo.
Cuando más ‘entelao’ estaba berrando “¿Hay quien luche? ¿Hay quien luche?”, acertó a pasar por allí Caitano ‘el Roixo’ que volvía pa’ casa de segar un prao en las Llenares.
– «Poco mérito tiene lo tuyo. Peleas con rapazucos. Tienes que pelear con alguien de tu igual” – le dijo al ‘Grajo’.
Quizás a Pedro le molestó aquello y empezaron a retarse. En un visto y no visto Caitano se sacó las botas y los calcetines, se arremangó los pantalones hasta la rodilla y ya estaba listo para el agarre.
Pedro era más joven, más alto y más fuerte, pero enfrente tenía a un perro viejo. Caitano ya casi tenía cincuenta años y era más bajo que ‘el Grajo’, pero luchando era muy bravo. Y todavía tenía buenos pulsos.
Les hicimos corro y se engancharon. ‘El Roixo’ lo agarró fuerte y, con las piernas bien abiertas, bajó el pecho y echó el culo hacía atrás. Empezaron vuelta para acá, vuelta para allá. Caitano lo iba tanteando y le decía que no apretase tanto que lo iba a mancar. Pedro trataba de levantarlo y de cansarlo, pero no acababa de tumbarlo.
Hubo un momento que Caitano miraba fuera del corro como buscando algo. Una vez que vio lo que le interesaba, poco a poco lo fue sacando hacia afuera.
Me acuerdo de aquella lucha porque hubo un momento que Caitano me guiñó un ojo e hizo un gesto con la cabeza para que me apartase un poco. No entendía yo la trampa.
De repente, con un movimiento rápido, Caitano trajo hacía sí a Pedro que se desequilibró. Lo levantó con fuerza, así, hacia la derecha, y ¡zas! una vez que lo tuvo en el aire lo giró hacia el otro lado y lo metió bajo el brazo, como a un pajarín. Dio dos pasos y lo puso en el suelo dándole un llombazo encima de una moñica grande como una hogaza, de esas que dejan las vacas cuando empiezan a salir al couto.
Fue tal el golpe, que se escuchó en Ponjos. Y las risas de los rapaces, también.
Ya en el suelo, Caitano le dice: “¿Qué? ¿Quedaste ya contento o quieres echar otra ‘alucha’?”.
– “No para, para, Caitano, que me caló el rocío. Me puso perdido”
Gregorio Urz, marzo de 2018