Reportaxes

El diario de un ‘maqui’ encontrado en una cueva de León (III): “Más quería morir de frío que caer en manos de ellos, los cuervos”

CAPÍTULO 3 — En la tercera entrega de su manuscrito inédito, el ‘huido’ Emilio Suárez relata diversas incursiones entre las duras condiciones del monte y el pueblo donde les dan comida, siendo testigos de varios fusilamientos mientras dicen “esperar con paciencia el triunfo del Gobierno de la República”

Continuamos ofreciendo la transcripción de lo que el huido Emilio Suárez, de Barrio de la Tercia, consignaba en su diario el 2 de noviembre de 1937 mientras permanecía oculto con otros vecinos en los bosques de la Collada de Cármenes, cerca de Villamanín, donde llegaron después de la derrota del Frente Norte en Asturias y León dos semanas antes. En junio de 1940 fuerzas de persecución de los “echados al monte” hallaban en una de las cuevas en las que se habían refugiado este diario y otros escritos, y por ellos sumariaba al autor la justicia franquista.

Recordamos que en la primera entrega se contextualiza su historia. Y en la segunda entrega, la anterior a esta, se detallan los primeros momentos de su llegada y su paulatino asentamiento en la dureza del otoño en la Montaña Central de León.

Por si los fachis intentaban darnos una batida salimos otro y yo cada uno para su lado, mientras los demás iban por agua para el desayuno. Llegamos cada cual a su punto hasta dominar con la vista los pueblos, pero los fachis no dan señales de vida

[2 de noviembre de 1937. Miseria y hambre, atropellos y cárceles llenas de inocentes]

Yo pronto volví para darles la noticia a mis compañeros para que subieran tranquilos, y si el desayuno estaba, pues a desayunar tranquilos. Más allí, a la sierra, nadie subía. Los esbirros del fascismo mientras tuvieran presos no se preocupaban de los del monte, y ahora tenían bastantes para entretenerse. Tenían las cárceles llenas de inocentes y de hombres que hasta el día 21 de Octubre habían luchado por lo mismo que nosotros, por lo que era de razón.

Ya con los demás, les dije lo que pasaba con los “cuervos” (los fascistas). Bueno, pues ya habían hecho la sopa, sin grasa y sin sal, pero lleva bacalao de los fachis. Pues la cosa era comerla sin nada. En aquellos momentos todo sabía bien. No había cosa mala, porque el hambre y el frío era lo peor, y los fascistas ‘entodavía’ peor.

Este día lo pasamos de seguida, pues como teníamos que bajar a casa y eran los días pequeños, pues se pasaba bien esperando la hora de vernos con la familia. Pero ya se aproxima la noche, ya nos disponemos para bajar, pues aquel día nos darían de cenar, aunque no sería mucho porque no había ni dinero, pero habría algo de lo que los rojos habíamos dejado [al retirarse del pueblo ante el avance de las tropas rebeldes dos semanas antes]. Lo demás, los pueblos no tenían nada más que miseria y hambre, que era lo que podía dar esa gente, esa canalla de insurrectos.

Era la hora y nos ponemos en camino para llegar al pueblo. Hacía muy buena noche, pero estaba muy oscuro. Parecía que el dios de los fachis estuviera con nosotros y no con ellos, porque todo se ponía de nuestro lado. Nos echamos a andar para abajo sin cuidado de nada hasta llegar al pueblo. Allí pondríamos un poco de cuidado por si ‘dalguno’ del pueblo nos veía. Ya llegamos al pueblo. Dimos una vuelta por allí, pero pronto vimos que no hay nada que nos prohíba (impida) la entrada.

Entramos a la casa donde íbamos. Pues nos dieron la cena para salir pronto por lo que pudiera pasar, y mientras cenamos nos hablaban de los atropellos que hacían los falangistas y requetés, lo que se habían llevado de las casas, y las amenazas que echaban las beatas de las mujeres. Terminamos de cenar y salimos porque podía alguno venir por allí a escuchar y comprometeríamos a los de la casa. Nosotros podríamos escapar entre la oscuridad, pero esos criminales igual matan a toda la familia, porque sin carne humana ya no podían pasar.

Salimos de casa y del pueblo camino del monte otra vez, pero aquel día un compañero nos propuso que íbamos a cambiar de sitio, pues el que él pensaba estaba más próximo a la carretera y podríamos ver mejor los movimientos de los fachis. Pues todos aceptamos la propuesta. Aquella noche nos quedamos allí, pues había muy buena cama, que la habían hecho los dos compañeros que habían dormido allí unos días, hasta el día antes de vernos, pero nada más meternos en la cueva empezó a llover.

[3 de noviembre. La masacre]

Por la mañana, antes de hacer nada, oímos una camioneta subir para arriba, y al poco rato oímos unos disparos de fusil, y, tardaría una hora aproximadamente, dio la vuelta la misma camioneta y en ella bajaban los guardias civiles y también algunos requetés. Bueno, nosotros no supimos más por aquel momento, pero al poco rato vimos al presidente del pueblo con cuatro hombres y las herramientas. Algo había pasado. La camioneta era la de la muerte de muchos rojos, como ellos nos llaman. Pues aquel día la familia habían quedado en traernos la comida y pronto sabríamos algo. Bueno, para nosotros [había] tranquilidad hasta saber más, por el momento.

Llegan las doce y la comida, pues también el hambre era atroz para nosotros. Llega la [portadora] de la comida. Lo primero que nos dijo fue lo que había pasado, “que la [camioneta] de la muerte había llevado a once rojos al kilómetro seis, así que vosotros ojo y cuidado nada más, porque de caer en manos de ellos, además de ‘matarvos’ es lo que os harían sufrir, porque para esta gente el matar a uno no era nada, antes tenían que hacerles sufrir lo suficiente, así es que mucho cuidado”.

Terminamos de comer y nos dijo que fuésemos a cenar a casa, que allí estaríamos mal, pues nos podían ver. Con esto nos despedimos y cada cual para su puesto. Nosotros nos quedamos contemplando la carretera y ella para casa, pero nosotros pensando en los once compañeros que habían fusilado, y ahora estarían haciendo sufrir a otros para ‘dispués’ fusilarlos; y las beatas a oír misa, para ‘dispués’ matar a los pobres españoles. Así era la conciencia de los católicos apostólicos romanos. Esos no son católicos; lo que son unos canallas. Si ellos supieran como dejan a nuestra querida España; porque ellos son extranjeros.

Llega la noche. Nos disponemos a bajar para ir a cenar y cambiar de residencia. Íbamos para abajo, pero uno nos dice que entodavía era temprano y teníamos que pasar por la carretera y corríamos peligro, pero a los demás nos parecía que ya era la hora. Pues iríamos bajando, porque ‘dispués’ se pone muy oscuro y el camino está muy malo y no se puede ni bajar. Al pie de la carretera esperamos un poco, y no pasamos hasta que no se ponga bien oscuro. Bueno, pues para abajo y nada más.

Llegamos a la carretera, pero habíamos bajado muy despacio y ya era de noche, y pasamos la carretera; miramos para un lado y el otro y pasamos. Llegamos al pueblo y hemos hecho lo de todos los días, mirar para los rincones por ver si alguien estuviera oculto y nos pudiera ver y descubrirnos, aunque no fuera para hoy pero será para mañana o para otro día; pero nada, no se oía ni a los perros. Pues adentro vamos.

Pues entramos y ya nos tenían la cena. Sin detenernos cenamos y pronto salimos otra vez camino del monte. Aquella noche cambiamos de dormitorio. Ya no íbamos a oír la camioneta de la muerte tan fácil, pero para lo bueno que era más valía no acordarse de ello. Llegamos a un sitio que nos parecía que se podía dormir aquella noche. Hemos hecho la cama y a dormir. Aquella noche no hacía frío como las noches pasadas. Un compañero nos dijo que por la mañana habría que levantarse pronto para subir más arriba y buscar una cueva para dormir todos los días y no andar de un lado para otro. Pues no hablamos más y a dormir.

[4 de noviembre. Uno que se entrega al enemigo]

El día cuatro de Noviembre tempranito salimos de la cueva. Aunque la noche había quedado buena, por la mañana por allí había nevado y hacía mucho frío, pero para nosotros era igual, porque tenemos que subir, fuese como fuese. Era un poco penoso, pero bueno, más valía la vida, y por eso subimos con muchos ánimos, porque creemos que podríamos vengarnos. Pensando aquello no había obstáculo que se nos pusiera por delante; todo lo sufríamos, hambre, frío, malos ratos. Estamos dispuestos a todo para no caer en manos de ellos. Eso sería peor que el frío.

Bueno, nos dispusimos a subir arriba, y yo les dije a mis compañeros que más quería morir de frío que caer en manos de ellos, en manos de los “cuervos”. Ya subimos arriba y cada cual a su puesto: uno a hacer la comida y los demás a hacer la guardia por si subía alguien. Así lo hicimos; cada cual a su puesto, pero a eso de las once suben dos pequeños y nos dicen que bajemos otra vez. Pues nada; bajaremos. Ya nos juntamos todos. Sobre las doce comemos lo poco que había, y a nuestro trabajo hasta la hora de bajar. A las cinco de la tarde nos reunimos para emprender el camino para llegar al pueblo. Pues echamos a andar monte abajo y corriendo para calentar, porque por allí no nos podían ver y podíamos correr todo lo que fuera preciso.

Llegamos al pueblo y hemos hecho lo de todos los días, pero al ver que no había cuidado pues entramos, y al mismo tiempo por saber pronto la noticia de los dos pequeños. Bueno, de seguida lo primero que nos dijeron es que uno de los cuatro se iba a entregar, que tenía su familia mucha amistad con gente fascista y que no le harían nada. Los demás le dijimos que como compañero lo apreciamos, pero ahora en este caso cada cual tenía que pensar en su vida, porque aquí no valían consejos de nadie, y eran momentos que no se debían de dar a nadie, que hiciera lo que mejor le pareciera. Los demás dijimos que nos trajeran la cena y cenaríamos para salir los tres camino del monte, y nos despediríamos de aquel que ya parecía dispuesto a quedarse. Y con esto llega la cena.

Nos pusimos a cenar los cuatro por si fuese la última vez que cenamos. Yo y otro de los tres pensamos en los otros dos que habíamos dejado no hacía muchos días, y en que íbamos a dejar a otro, pero nosotros íbamos muy gustosos para el monte, dispuestos a hacerles trabajar a los fachis. Terminamos de cenar y nos disponemos a salir y a despedirnos de nuestro camarada que se iba a entregar a las garras del fascio. Los demás para el monte a esperar con paciencia el triunfo del Gobierno de la República. Lo demás nada, pero sentíamos mucho al compañero que se queda, pues al día siguiente lo veríamos ir en la camioneta de la muerte, pero era su gusto, porque él veía mejor lo que le convenía.

Bueno, llega la hora de la despedida; nos abrazamos y al mismo tiempo salimos y él se queda. Nosotros salimos dispuestos a sufrir, a pasar lo que hubiera que pasar, pero no a entregarnos a ellos. Salimos del pueblo y seguimos nuestro camino para el monte, a dormir a la cueva a donde todos los días, y allí vigilar los movimientos de nuestros enemigos. Llegamos a la cueva y nos acostamos como todos los días, y a dormir para por la mañana levantarnos temprano como todos los días y mirar los movimientos de los fachis.

[5 de noviembre. La ‘operación’]

El día cinco de Noviembre por la mañana salimos cada cual para su puesto y uno para hacer la comida. Como éramos tres y para todos tenemos destino, ya estamos cada cual en su puesto. Haría como una hora cuando en un alto vemos que se presenta un hombre y se dirigía a la chabola en la que nosotros habíamos dormido iba (hacía) muchos días. Pues quietos y nada más. Pero llegó y se puso a deshacer la chabola; la deshizo y cogió dos chapas y se fue para el pueblo. Pero nosotros, que pensamos que las chapas nos hacían falta, pues acordamos de ir y guardarle las otras que había dejado. Pero aquel día y la noche lo dejamos, para al día siguiente hacerle la operación por la mañana, para que cuando él viniese se encontrara sin ellas. Así que ya estaba todo pensado.

[6 de noviembre. Algo de diversión en la desdicha]

El día seis de Noviembre, cuando casi ni se veía, subimos y guardamos las chapas y volvemos para abajo, pero al poco rato ya vemos al fachi subir a lo más alto de aquella montaña, pero a nosotros nos dio la risa. Pronto volvería pensando en las chapas y en que quién se la habría formado (jugado) de aquella manera. Se fue, cogió el camino, y a las chapas, pero pronto se dio la vuelta. Vino mirando para todas partes, pero las chapas para él se habían ido, y después de dar unas vueltas por allí se fue. Y nosotros nos reímos, y aquel día lo pasamos bien a cuenta del fachi.

Y con esta visita pasamos unos cuantos días sin ver a nadie por allí. Cuando más tranquilos estamos oímos ladrar un perro en la cumbre más próxima a nosotros. Nos paramos hasta observar lo que podía haber allí, pero nada. Pues el compañero dijo que él estaba dispuesto a subir a donde ladraba el perro, y como que íbamos a quedar allí no le quitamos las intenciones. Pues subió, pero el perro no hizo ni resistencia y abandonó su posición sin esfuerzo ninguno, y con él traía otros dos un poco más chicos. Los que nos quedamos, que estábamos sin perder nada de vista, pues vimos venir a dos cabras, que sería a lo que ladraban los perros, y detrás a un perro. El compañero que estaba conmigo me dijo que había visto uno grande y dos más menudos, y que serían ellos, pero yo lo que pienso es en las cabras, y en que podíamos cogerlas.

Esperaríamos por ver qué dice el otro compañero. Ya iba subiendo al alto de la loma; ya iba tomando la posición. Pronto sabríamos lo que era, cuando los perros ya marcharon y aquel no vería nada, acaso las cabras, pero mal, porque estaban en una hondonada. Dio la vuelta para abajo y nos dijo que teníamos otros compañeros, tres perros, y que hasta los perros se ocultan del fascismo. Pero no había visto las cabras, y se lo dijimos. Pues dejamos los perros y pensamos todos en las cabras, a ver cómo podíamos cogerlas, pues nos harían mejor compañía.

Bueno, como iba siendo tarde nos pusimos a andar para abajo, porque tenemos que coger unos ‘felechos’ para la cama, pero en el camino nos encontramos con las cabras, pero ellas, como estaban entretenidas, pues no nos vieron, y las dejamos subir a la sierra, que allí las cogeríamos mejor. Las juntamos para que subieran a la sierra. Ellas suben muy tranquilas, y nosotros como el que espera al zorro que llegue al huevo. Ya subieron muy bien arriba. Yo y el otro echamos por un lado y el otro por otro para cogerlas en el medio. Los dos ya estamos muy próximos a ellas. Vimos una subir. El compañero intentó pegarle un tiro, pero como era la más pequeña y la otra venía por abajo, si le tira, la grande no sube, pero como había ido por abajo se acercó mucho y ella lo vio. Bueno, era un poco hazmerreir verla saltar. Intentamos ponernos en las salidas, pero ellas corrieron más que nosotros, y como era de noche no las pudimos ver.

Nos quedamos con las ganas de las cabras y sin los ‘felechos’, pero nos reímos un poco. Pero también pensamos en que las cabras nos enseñan a ocultarnos de los fachis; por lo menos a no coger confianza, porque con la desconfianza nadie nos cogería, como a ellas, y con esto nos volvemos para casa (la cueva) y pensaríamos en otro día para poder cogerlas. Lo prepararíamos mejor para que saliera bien.

[7 de noviembre. La guerra no se termina]

Bueno, aquella noche cenamos bien, y a dormir para poder madrugar. Así que al otro día eran las dos de la tarde y subían dos mujeres. Nos ocultamos por si venían en busca de las cabras, pero como las mujeres eran de cuidado, pues que no nos vieran. Estuvimos ocultos hasta que marcharon de por allí, y ‘dispués’ nos ponemos de pie para saber si bajaban con las cabras, pero las dos mujeres más otros dos que habían subido por otra parte, no pudieron bajarlas. Están las cabras peor que nosotros, con más miedo. Eran cuatro y no pudieron con ellas, pero bueno, la desconfianza de las cabras era tanta que nosotros ‘tamién’ nos reímos y pensamos en desconfiar lo mismo que ellas, y de esta manera nadie nos podría coger. Las mujeres ya marcharon. Quedamos solos, ya era de noche, y nos disponemos a bajar por los ‘felechos’.

Bajamos con mucho cuidado por si por allí estaban las cabras, para que nos vieran y de paso a ver si nos cogían confianza. Ya íbamos bajando la cuesta y al llegar al hondo salen las cabras, pero a todo correr, a una marcha que no se cogían ni a un tiro de fusil. De ninguna manera podríamos cogerlas, ni nosotros ni nadie, porque aquellas cabras no llegarían ni a coger confianza. Nosotros cogemos los ‘felechos’ y para arriba.

Con estos ratos y otros íbamos pasando los días y las noches, y la guerra no se termina ni sabemos nada. Al otro día era día de bajar por casa, a ver lo que nos decían de los fachis. Y así pasaríamos los días y las noches y ‘tamién’ los meses; lo demás nada.

De Noviembre ya pocos días nos quedan. Nos favorecía hasta el tiempo; ya veríamos diciembre, que ya lo tenemos próximo. A nosotros hasta la fecha todo está con nosotros. Que llegue pronto mañana para bajar a casa, a ver lo que nos cuentan de los fachis. La noche la pasamos durmiendo y el día es pequeño, y todo se pasa bien. Cenamos y para la cama.

Pasamos aquella noche y a otro día. Y bajamos a casa, pero la familia nada sabía y nada nos dijo. Pues para el monte. Lo que nos dijeron fue que tuviéramos mucho cuidado que no nos vieran. Lo demás nada, y como todos los días subimos y para la cueva. Y con tal de que nos dejasen seguir allí ya era muy bueno.

[7 de diciembre de 1937. Sumando asesinatos]

[Japón reconocía el día 1 de aquel mes al gobierno de Franco]

Llega Diciembre, y en el monte. Llega el día siete de este mes, y por la mañana, ‘entodavía’ no se veía bien, y oímos dos disparos de pistola. Cuando yo me levanté miro para la carretera y ya he visto un coche dar la vuelta y a dos o tres venir para allá como si algo hubiera pasado, pero muy gordo; pero para los fachis no [lo] había sido. Los demás me preguntaron si eran civiles o soldados, pero entodavía no se veía bien y no se podía saber los que eran, y además nieva. Pues nosotros quietos en la cueva, porque a los fachis no se les quita la idea de matar rojos. Pero la comida se agota y tendríamos que bajar al pueblo, y era el día que habíamos quedado en bajar, así que habría que comer menos, porque con la nieve no se podía.

Bueno, yo como entodavía era temprano vuelvo para la cama hasta las doce. A esa hora preparamos la comida, chocolate con harina. Bueno, nos damos la vuelta para la cama hasta las tres de la tarde, pero no pudimos estar hasta esa hora porque queríamos bajar a ver quién era el muerto, pero no pudimos porque lo fueron a enterrar dos vecinos del pueblo mandados por la guardia civil.

Ya había en aquel sitio doce fusilados por los mismos. Y nosotros que lo estamos mirando todo. Si ellos lo supieran no tardarían mucho en darnos la batida, porque nosotros podríamos decirlo y desenmascararlos, y era mucho decirles hasta el día que lo habían hecho, y muchos de los falangistas habían estado entre nosotros. Pero ya daría vueltas la bola, porque todas las cosas tienen su fin.

[Tal vez al referirse a aquellos falangistas pensara Emilio en izquierdistas que “habían sido de los nuestros” y que, “chaqueteando” y pasándose a Falange, destacaron en no pocos lugares como los más crueles y sañudos represores para hacerse perdonar sus pasadas “culpas”. Por otra parte, vecinos de los pueblos de la zona solicitaron hace ya algunos años a la Asociación para la Recuperación de la Memoria HIstórica (ARMH) ayuda para localizar y exhumar la conocida como ‘Fosa común de la Collada de Cármenes’, en la que yacen desde entonces aquellos doce asesinados, cuyas identidades nos son hasta hoy desconocidas. Su búsqueda ha resultado infructuosa hasta la fecha, debido a las alteraciones sufridas en el trazado de la carretera en aquel alto con el paso del tiempo].

[Continuará en Parte 4]