El diario de un ‘maqui’ encontrado en una cueva de León (II): “No se oyen cantar los pájaros, solo disparos de fusil de los fachis”
CAPÍTULO 2 – La segunda entrega del manuscrito inédito escrito por Emilio Suárez mientras permanecía ‘huido’ desde noviembre de 1937 hasta 1939 llega al momento de su asentamiento en la Montaña de León
Continúan las penalidades de Emilio Suárez Suárez en su intento de escapar con otros compañeros de la Asturias derrotada tras caída del Frente Norte y ocultarse en la montaña leonesa para evitar la temida represión de los rebeldes vencedores, viene de la primera entrega, donde se contextualiza su historia.
[29 de octubre de 1937. Burlando las patrullas facciosas]
El día iba cayendo y venía la noche, pero también nosotros íbamos subiendo el puerto, y contentos porque todo nos había salido bien, pero llegamos ya a un punto que nos perdimos del camino porque estaba oscuro, y al pie del puerto la lluvia cada vez caía más fuerte, pues de vez en cuando venía la nieve y el frío cada vez era más. Nosotros los cuatro pensamos que cuánto nos hacían pasar esos criminales, y ‘entodavía’ tenían el valor para decir que eran [cristianos]. Bueno, pensando todo esto, al fin dimos con el camino, y un compañero dice a los otros “pues no volveremos a perderlo más; por aquí pasé yo una vez que vine a buscar fascistas en compañía de otros compañeros, y caí herido, y recuerdo bien que era por aquí”. Pero como íbamos andando y hablando no nos damos cuenta de que se iba subiendo sin peligro. El frío lo pasaríamos, porque estamos dispuestos a pasar todo lo que hubiera que pasar.
“Bueno, ya estamos en el alto”, nos dijo el compañero según subíamos el camino, “pero por allí se ve una tienda de campaña, o por lo menos una cosa blanca que a mí me parece una tienda; pero no obstante esperad aquí, que voy a acercarme yo a ver”. Se dirige él hacia allá con mucho cuidado, y los demás quedamos allí, y da la vuelta y nos dijo “pues allí algo hay, pero como está tan oscuro no se puede ver lo que es; serán ellos (los fascistas ), pero por eso nada [nos impide] acercarnos más”. Anduvimos otros cuantos metros hasta llegar muy cerca de lo blanco; allí nos volvimos a parar de nuevo y dejamos el camino para subir al monte y burlar la vigilancia.
Subimos muy bien, y desde arriba ya vemos las montañas de Castilla, o sea, de León. Si no estuviera tan oscuro podríamos ver bien el camino, pero así no se ve nada. Nos metimos monte abajo hasta llegar a los prados del primer pueblo de la provincia de León. Allí cenamos, y nos acordamos de los fachis. Si están esperando para cogernos allí arriba a nadie podrán atrapar, y lo único que nos han hecho fue que nos hemos mojado, y por eso habría que parar poco, porque nos quedaríamos fríos y después no podríamos ni andar, ya que tendríamos la ropa mojada.
[No fueron pocos los vencidos capturados por patrullas como la que aquí se relata, apostadas en los pasos naturales de los montes cuando tras hundirse el Frente Norte trataban de regresar a sus hogares, y que acabaron muchos de ellos asesinados y desaparecidos sobre la marcha. Así sucedió con el bañezano Tomás Sierra Fernández, cuyo hermano Eugenio había sido fusilado en León en febrero de 1937. Eugenio Sierra Redondo (alias ‘Peque’ y ‘Cantinflas’, nacido en 1917), hijo del segundo, guerrillero en Asturias y León del otoño de 1945 a finales de 1947, y después oculto como ‘topo’ en la casa familiar de La Bañeza hasta noviembre de 1949, sería detenido en Madrid en abril de 1954 y ejecutado por garrote en Oviedo en mayo de 1955. Se asesinó también en estas fechas de 1937 a numerosos grupos de soldados leales ya rendidos, como aquellos cuyos restos fueron exhumados por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) de sendas fosas comunes en Piedrafita de Babia en julio de 2002, y entre agosto del 2007 y marzo del 2008 en el Alto del Acebo, lindero entre Asturias y Galicia].
Terminamos de cenar y echamos a andar [hasta cerca de] las nueve. Ahora habría que ir con cuidado. Pronto llegaríamos al primer pueblo de León, y nos tendríamos que volver al monte, porque allí sí habría fuerzas. Andaríamos un kilómetro y allí estaba el pueblo. Pasamos por un lado y nos paramos a mirar un poco, a ver si observamos algo de fuerza, pero como hacía mucho frío e íbamos mojados pues paramos poco, y tuvimos que andar un rato para retomar el camino.
Seguimos nuestro camino, y a los tres kilómetros volvimos a encontrar otro pueblo. Nos volvemos al monte, pero aquí (en el pueblo) sí había esbirros. Nosotros no volveríamos a coger el camino; pasamos por un lado del pueblo hacia el monte. Un compañero nos dijo que si podríamos fumar, pero estábamos muy cerca de ellos y allí se vería la luz; habría que subir más arriba, donde no se viera la carretera ni el pueblo, y estamos muy próximos a la vía y a la carretera general. Pero bueno, ya llegamos a un alto y aquel compañero seguía con ganas de fumar, pero ‘entodavía’ había que bajar una pendiente muy grande, y hasta entonces no se podría fumar.
Ya eran las once de la noche cuando bajamos la pendiente, la mayor parte del tiempo dando ‘colombrones’ (trompicones, rodando), pero fuera como fuese llegamos al hondo y allí podíamos fumar tranquilos porque no se nos veía. Pero yo lo que miraba era para otra pendiente que había que subir, y que el frío que hacía era mucho, y no nos podríamos sentar ni para fumar el cigarro, porque ‘dispués’ no podríamos ni andar. Y por eso de allí salimos pronto y al poco tiempo, porque se acercaba la mañana, o sea, el día, y ‘entodavía’ nos faltaba mucho que andar y allí corríamos peligro. Cada cuál teníamos que llegar a nuestro punto, porque a los cuatro juntos nos podían ver mejor.
Pero yo iba pensando en que para nosotros todo era monte y pendientes que subir y bajar, porque aquella era tan mala como la otra, y pensaba en cuánto nos hacía sufrir aquella gente, y en que si un día llegamos a salir de esta no habría que tener compasión de nadie, y serían todos igualmente medidos por la misma vara, y hacerles sufrir lo que nosotros sufrimos. Y pensando para mí todo esto, ya íbamos aproximándonos a donde teníamos que dejar a dos de los cuatro, acaso para no volver a verlos más.
Llegamos al punto en que nos teníamos que separar. Allí los cuatro nos hemos dado la mano, pero sin preocuparnos del peligro que estamos pasando, ni siquiera de si sería aquella despedida acaso para siempre, porque vivíamos o estábamos pasando por momentos muy difíciles para nuestra vida. Ya se quedan dos y los otros dos seguimos, pero siempre pensando en los dos que se quedaban, y llegamos a un alto y paramos para descansar un poco y esperar a que viniese el día, pero era triste, porque veníamos mojados del puerto y hacía mucho frío. Pero bueno, al fin allí estuvimos hasta hacerse de día.
[30 de octubre. Incursión al pueblo, nieve y búsqueda de una cueva]
Era el día 30, y como era de día desde allí veíamos a los fachis, y no podíamos ni encender un cigarro y teníamos frío y hambre, pero ¿quién se ponía a comer allí con el frío que hacía? Pues habría que buscar otro sitio para que los fachis no pudieran ver el humo, y allí, como pudiéramos y sin que ellos nos pudieran ver, podríamos buscar un sitio para poder secarnos. Así que seguimos nuestro camino, pero pronto pudimos encontrar un sitio para poder hacer fuego. Allí nadie nos podía ver ni a nosotros ni al humo. Para nosotros dos por fin todo se iba poniendo bien, y también nos acordamos de los dos compañeros que iba (hacía) pocas horas que nos hemos separado, pues aquellos no podían hacer fuego, y, mojados como nosotros, cuánto frío pasarían. Estaban muy próximos a la carretera y los podrían ver. No podrían descansar.
Con el camino que traíamos andado por el monte desde las once de la mañana sin parar ni un momento ya había ganas de descansar, pero el frío que hacía era el del mes de octubre. Bueno, lo que nos valía era que los días eran pequeños y se pasaban pronto, y por la noche se podría andar más libres y hacer fuego en una gruta, o sea, en una cueva, para que no vieran los fachis la luz, porque eso sí, ellos tenían tropa por todas partes.
Bueno, la cosa era que el día iba pasando y nosotros nos teníamos que arreglar para burlar la vigilancia para entrar al pueblo y salir, para que nos dieran ropa y comida, que sin comer no se podía estar. En fin, ya era bastante tarde y nos disponemos a bajar hasta un punto muy bien abajo, y vemos unas pisadas. Son de zapato; entonces yo me doy cuenta y le digo a mi compañero que me había dicho el padre de uno de allí que su hijo Tomín estaba para aquí, que a ver si lo veíamos. Bueno, seguimos para abajo sin detenernos más hasta llegar muy próximos al pueblo; nos paramos para ver los movimientos de los fachis y la guardia, para observar donde la tenían puesta. Así estuvimos un poco y ‘dispués’ nos decidimos a entrar con mucho sigilo. Entramos al corral de la casa donde íbamos, pero allí había dos falangistas. Esperamos, por ver si marchan, con mucho cuidado y mirando para todos los lados, y viendo que aquellos ya salieron, entonces llamamos nosotros a una que salió para cerrar la puerta que dejaron abierta los dos criminales al salir.
Bueno, ya nos oyó, y viene a dónde estamos, y lo primero que nos dijo fue que tuviéramos mucho cuidado, que si nos cogían que no lo contaríamos, que hasta entonces todos los días habían matado a alguno, que no tenían compasión de nadie. Entramos para adentro, pero paramos poco. Cogimos la ropa y algo para comer y salimos, porque nosotros estamos mejor en el monte, que allí corríamos mucho peligro, y salíamos cuando nos dijeron que por allí andaban otros dos compañeros, que a ver si los veíamos. Nosotros nos acordamos de las pisadas que habíamos visto al bajar para el pueblo, pero salimos sin detenernos ni otro momento más, y cuando ya salimos del pueblo oímos a los falangistas que bajaban del cuartel. Parecía que hubieran estado esperando para que nosotros saliéramos del pueblo.
Ya salimos muy bien, y fue cuando hemos visto a los dos compañeros, pero ellos estaban dispuestos para disparar con sus pistolas, pero nos han conocido. Nos saludamos y uno dijo que volviera con él al pueblo por algo para cenar ellos, que diba (hacía) tres días que no comían nada, y que bajaríamos con cuidado. Dejé lo que llevaba y nos volvemos al pueblo, y por una ventana llamamos y salió bien, pues de seguida salió una hermana del compañero con la cena para los dos, y nos dimos la vuelta en busca de los otros. Al seguir el camino del monte llegamos a los otros dos y cenamos. ‘Dispués’ seguimos el camino contándonos lo que cada cual lleva sufrido, pero ellos llevaban más que nosotros por el monte y habían pasado mucho frío y hambre.
Ellos llevaban desde el 21 de octubre y nosotros no habíamos salido hasta el día 29, llevando dos días por el monte. Pensando todo esto llegamos a un punto que era perfecto para quedarnos allí a dormir, porque más arriba se ponía a nevar y hacía más frío, pero allí buscaríamos una cueva, aunque estaba tan oscuro. Les dije que yo sabía de una, pero que no daríamos con ella porque ya hacía mucho que no iba por allí, así que por más vueltas que di no pude dar con ella y hubo que dejarlo. Nos metimos debajo de una sierra y allí dormimos hasta que a las pocas horas se puso a nevar, pero nosotros allí estuvimos hasta que por la mañana hubo que madrugar, porque estaríamos muy cerca de los fachis, que podrían subir, porque de esos no se había que fiar para nada.
[31 de octubre. El bacalao de los fascistas]
Por la mañana del día 31 salimos monte arriba. Había que subir algo más alto y llegamos muy bien. Allí teníamos que parar, pero nos pasó algo que da la risa, pues uno de los cuatro se asoma a una sierra y desde allí veía el pueblo, pero de seguida se da la vuelta, algo de prisa, y nos dijo que subían los fachis, y que ya venían ahí mismo. Bueno, pues casi sin pensar para dónde íbamos a ir subimos a otro alto y desde allí miramos a ver lo que pasaba, pero como había mucha niebla pues no se podía ver nada, y los cuatro pensamos en que si subían nos veríamos comprometidos, pues nos cansaríamos corriendo, porque con la nieve no nos podíamos guardar tan fácil. Así estuvimos dos horas, pero nada se vio; los fachis se habrán dado la vuelta. Nos pusimos a andar para abajo y encontramos una chabola, que la habían hecho ellos (los compañeros).
Era para dormir, y para nosotros también nos podía servir para aquel día y la noche, ya que llovía y nevaba mucho y al mismo tiempo hacía mucho frío. La chabola estaba en un hoyo, y para estar más tranquilos pusimos guardia a una hora cada uno. Primero se queda un compañero de puesto y ‘dispués’ yo. Como había niebla me fijo hacía un lado y me pareció que se veía uno que andaba en busca de leña, que iba y venía, le dije a los compañeros. El caso es que vienen los tres y uno de ellos dijo “voy a ver quién es”, y se acerca al sitio adonde yo había dicho, pero de pronto se da la vuelta y nos dice que nada había visto, que la tranquilidad era absoluta y además que ya era tarde y ellos (los fachis) allí no subían.
Pero ya iba llegando la hora del relevo, y llega el que se tenía que poner de puesto y me dijo que había que ‘dir’ (ir) a unos parapetos [la zona había sido frente de guerra hasta diez días antes] a ver si encontramos algo de pan, que en uno que había visto él pan, bacalao, y un saco que contenía de comer. Entonces él se queda de puesto, porque le tocaba, y el otro y yo nos fuimos en busca de la cena. Y el otro haciendo leña, cada cual, en su puesto, pues en aquel momento todos tenemos destino.
Hacía tanto frío que parado no se podía estar. Nosotros íbamos subiendo una pendiente y pensando en los compañeros que se habían entregado. Nosotros estamos libres y podemos caer, pero ellos ya estaban en poder de ellos (los fachis).
Ya llegaba la noche y volvimos a por la cena. El otro no se había engañado, pues todo lo que había dicho había aparecido, pero lo que no teníamos era grasa ni sal, pero habría que comer como fuese; si aquello fuera lo peor todo era bueno. Preparamos la cena. Las cucharas eran de hoja de lata de unos botes que había por allí. Aquellas sopas y el bacalao sin grasa nos sabían muy bien porque contra el hambre y el frío no hay cosa mala; lo único que teníamos de bueno era que teníamos bastante, pues todavía nos quedaba para el desayuno.
Terminamos de cenar y nos ponemos a hacer la cama, y eso que entraba el viento y la nieve. Ya veríamos quien dormía; pero bueno, ya iba (hacía) mucho que no dormimos, porque la noche pasada acaso había sido peor. Por lo menos la chabola estaba a techo (techada), aunque anoche hemos estado más bajos y el frío sería menos, pero allí nos disponemos a dormir porque otro sitio no había, y nos acostamos. El primer sueño muy bien la primera hora, pero ‘dispués’ corría el agua hasta por debajo de nosotros, pero en fin, así había que pasar la noche.
Era tan grande cuánto nos hacían sufrir esa gente (los fachis), pero nos queda una esperanza, la de poder vengarnos y saber que aquello ‘dalguno’ lo pagaría, y para mí no pedía más venganza que hacerles sufrir todo lo que yo había sufrido; hacerles dormir allí, porque hasta la fecha nosotros hemos sido con ellos muy buenos, y ‘entodavía’ esperaban más de nosotros.
[1 de noviembre de 1937, día de difuntos. Las checas de la muerte]
Viene el día uno de Noviembre. Por la mañana temprano, porque hacía mucho frío fuera pero allí era peor, desayunamos las sopas que hemos dejado de la noche y otro y yo salimos con dirección a un alto por ver si veíamos algo, y en llegando allí si no había novedad haríamos una seña para que los demás fueran para allá. Pues así lo hicimos; con mucho cuidado fuimos subiendo la pendiente, pero llegamos por fin y hemos visto que no había nada por todo aquello, y como no había peligro hemos hecho la seña a los compañeros y nosotros nos fuimos de allí porque hacía mucho frío y no se veían los pueblos, y más abajo podíamos hacer fuego para calentarnos y podríamos ver mejor los movimientos de los fachis.
Ya llegamos a un punto que había una cueva y era bastante grande y tenía una posición muy buena ‘pa‘ nosotros, pues no se podía ver el pueblo y allí sería mejor, que la noche pasada había sido bastante mala, y mientras apareciera otra pasaríamos allí lo que fuera.
Desde allí contemplamos el pueblo, y no uno solo, que veíamos unos cuantos, y la carretera, todo triste, sin hombres, con hambres; eso era lo que había traído esa gente sin conciencia. No se oía nada más que las campanas para que las beatas se tapen la cara con el velo para oír la santa misa, como ellos dicen, y dispués que pasa salen de allí y a matar españoles, eso es lo que hacen los católicos. El hombre que no estaba como nosotros, sufriendo, y el que no en la cárcel.
Por la carretera no pasa nadie, solo camiones de soldados y otros a pie. También veíamos las checas que se pasean en coche e iban y venían con los que llevan a la muerte. Nosotros esperamos el día o la hora que lleguen a por nosotros, pero valía más no pensar en ello y pensar en si podemos salvarnos para tomarles cuentas a ellos de todo lo que hacían, y de nuestros compañeros y de nuestras familias.
Ya ‘diba’ (iba) pasando el día y llegando la noche, que para nosotros era lo peor, porque era preferible no acordarse, porque de día entodavía se pasa bien el frío, porque allí podíamos caminar, pero bueno, nada nos importaba. La cosa era salvar de las garras del fachismo, y lo demás todo lo damos por bien. Llega la noche y nos disponemos a hacer sopas para la cena, pocas, porque no había más; pero bueno, habíamos comido mucho pan y azúcar de lo que habíamos encontrado por los parapetos de los fachis. Bueno, cenamos y preparamos la cama y a dormir para al otro día vigilar los movimientos de los fachis, porque en aquel triste sitio no se oía nada más que el viento.
Qué noches y días más tristes nos esperaban entre esta gente, pero un compañero nos dice que ya las podríamos vengar, y nosotros siempre con esa esperanza tenemos más valor que nunca, porque el que fue trabajador sirve y vale para pasarlo bien y mal. Más sufrirían los que tenían ellos en su poder, llevando golpes y padeciendo martirios. Nosotros estamos libres, y aunque fuera en el monte, valía algo más que estar en el calabozo en poder de estos criminales. Bueno, pensando todo esto eran las doce de la noche y sin dormir. Dijimos que habíamos pasado ya la mitad de la noche, y con estas palabras nos callamos y nos disponemos a dormir.
[2 de noviembre. Todo está triste. No ladran ni los perros]
[La Aviación sublevada bombardea Lérida, causando un elevado número de muertos y de heridos. El Gobierno Vasco se traslada en esta fecha a Barcelona.]
El día dos de Noviembre nos levantamos por la mañana. Hacía buen tiempo y nos hemos alegrado un poco porque desde que andamos por el monte no hemos tenido un día bueno, pero un compañero nos dijo a los demás que para nosotros sería mejor que estuviera malo, que de esa manera los fachis no subirían en busca nuestra. Bueno, pues ya todos en pie, cada cual a su puesto.
Por si los fachis intentaban darnos una batida salimos otro y yo cada uno para su lado, mientras los demás iban por agua para el desayuno. Llegamos cada cual a su punto hasta dominar con la vista los pueblos, pero los fachis no dan señales de vida. Todo está triste. Solo se oía el rugir del viento, porque nos parecía que estaba buen día, pero el frío no cesaba. Volvía por las cumbres de las montañas a verse la niebla, las sierras de color de nieve, y no se oía el cantar de los pájaros. Solo se oían los disparos de fusil de los fachis. Será para atemorizar a la gente, porque ahora no ladran ni los perros. Hasta a esos los habrán asustado.
[Continuará en Parte 3]