Don Cabezota
En una de las miles de aldeas que poblaban la geografía española, habitaba una familia religiosa, de grandes convicciones, con un hijo, que no se ajustaba a las enseñanzas de sus mayores. Era éste incapaz, de permitir que lo que él creía que era blanco, por más que le dijesen que podía ser de otro color, dependiendo del observador, cambiara. Así es como Lucas se definía. Sus dichos eran palabra irrevocable, como si haberlas expresado fuese palabra de Dios, aunque en nada se aproximase a ella.
No lejos de dicho pueblo habitaba el párroco, que tenía la tarea de oficiar misas, bodas, bautizos, entierros, y todo lo necesario para estar en paz con el Creador y cumplir las leyes de la santa madre Iglesia. Su nombre era Justo, algo que distaba mucho de cumplirse.
Cuando Justo fue nombrado el representante de las pedanías de dicha parroquia, comenzó a llevar a cabo su labor, con bastantes contratiempos, aunque el que más le inquietaba era Lucas, o llamado don palabra de Dios, por los que más le conocían, pero el señor cura le apodó (Ruso), debido a sus cabellos del color del trigo en época de siega, y unos ojos tan azules, que parecían transparentes.
Lucas acostumbrado a hacer lo que desarrollaba en su mente, sin que las opiniones de los demás le importaran, se topó con don Justo, un alma gemela, aunque él lo negara. Lo que se suele decir un “hueso duro de roer” eran cada uno, para él otro.
Como el señor cura le apodó, (Ruso) Lucas no se vino a menos, al contrario, se envalentonó poniéndole el sobrenombre de (Cuervo Negro).
Don Justo en la homilía, siempre trataba como de pasada las acciones que no eran de su agrado, y su gran enemigo Lucas realizaba. Trataba que éste se diese por aludido, cambiando y aceptando sus ideas, sintiéndose el ejemplo a seguir, y sabiéndose el cura con la razón.
Por el contrario Lucas, que acudía a misa todos los domingos y días de fiesta, más por costumbre que por convicciones, cuando notaba que los comentarios hechos por don Justo, iban dirigidos a él, no tenía reparos, aún estando en primera fila, se levantaba y abandonaba la iglesia, para diversión y critica de sus vecinos.
Una parte del pueblo apoyaba al párroco, los más temerosos de Dios. Otros en cambio lo hacían a Lucas, sobre todo sus allegados, temiendo su ira. Unos y otros daban la razón a su líder, dando más validez a sus ideas y perpetuando su testarudez.
Cuando ambos se encontraban, tanto en la calle del pueblo, como en las localidades vecinas, se saludaban con sorna y una media sonrisa.
– Buenos días Ruso- comentaba el cura.
– Vaya con Dios, Cuervo Negro- añadía Lucas.
Así vivían en un tira y afloja, sin darse tregua, ni intentar comprender y aceptar al otro.
Como la economía de los núcleos urbanos, disminuía, y la ganadería y el campo solo daban para subsistir, Lucas tomó la decisión de marcharse hacía una población más desarrollada e industrial, para vivir más desahogadamente. Cuando don Justo se enteró, de la marcha del joven, aunque no lo expresaba de viva voz, en su fuero interno, daba gracias a la virgen y todos los santos por haber escuchado sus ruegos.
Lucas, comenzó su andadura trabajando en la ciudad elegida, pese que en un principio estuvo a punto de regresar, por a sus encontronazos con los compañeros, debido a su afán de estar en posesión de la verdad, sin aceptar otras versiones. Pero después de unas cuantas trifulcas, andaba con pies de plomo y aunque se consideraba a si mismo, el mejor y el que tenía siempre la razón, optó por callar, algo que le constó más de una acidez de estómago, amén de problemas digestivos y circulatorios. Con el tiempo observó, que aunque los acontecimientos fueran difíciles de digerir, desahogando su rabia con los demás, solo encontraría, más de lo mismo. Tomando la decisión de sacar toda su ira en interminables carreras que después de la jornada diaria, poseían la virtud de dejarle exhausto, pero relajado y dócil.
Su carácter en definitiva, se dulcificó, ascendiendo en la empresa, y estando más a gusto con la vida y su situación.
Así siguió por unos años, acordándose de sus raíces, pero no de su enemigo acérrimo.
Decidió volver a su querido pueblo, cuando un accidente de trabajo, le dejó unas secuelas, que le impedían realizar su labor actual, pero no otras actividades. Regresando a sus raíces, para explotar una plantación de árboles, además de regentar el único local de ocio, de los pueblos del valle.
Esperaba a su regreso que su enemigo, hubiese cambiado haciendo la convivencia pacifica.
El día que empezó la actividad, uno de los primeros que entró en el local, fue el señor cura, con una leve cojera, saludando, y llamándole “Don Ruso”, con sorna, a lo que Lucas respondió de la misma manera. Desde ese día don Justo era un asiduo a la partida y en sus trifulcas Lucas, pudo comprobar, cómo con la edad, el señor párroco se había vuelto más irascible, sacando todo la rabia y los demonios que el propietario del bar creía haber olvidado.