Bullicio en el soto
Se aproximaban los días previos, a la recogida de las castañas, y para tal fin la mayoría de las gentes, trataban de cuidar y tener en las mejores condiciones, su pequeña “Suerte” de árboles para hacer más fácil la recogida de este rico fruto.
De derecha a izquierda, desde arriba abajo, se oyen voces y saludos, de gentes que se encuentran allí, unos que llegan, desde pueblos cercanos; otros que madrugadores dejan el trabajo hecho, trasladándose a de distintos sotos, continuando la faena.
En una semana más tarde, o incluso días, el corazón del soto, antes tranquilo y solitario, se ve ahora lleno con un bullicio inusual. A escasos metros, pueden verse miembros de familias, que después de recoger la cosecha ofrecida, se van camino de casa a alimentar los estómagos que desde una hora bien temprana, no recibe alimento.
Mientras otros, de pueblos más alejados, acompañados de su merienda, se disponen en torno a una pequeña hoguera, si la situación lo permite, donde con un palo afilado llamado espito, se inserta un suculento trozo de panceta, dándole vueltas al calor de la lumbre. Cuando comienza a derretirse, llena de un ligero tufillo los rincones del soto. Otros apartan un poco de brasa y ceniza caliente, donde se han colocado unos chorizos envueltos en papel, y regados con un chorro de vino, para que se vayan asando.
Se sacan los pimientos, hace poco recogidos, limpios y libres de semillas, para salarlos, y coger un trozo que sirva de acompañamiento de las viandas asadas. Así con pequeños mordiscos de pimiento, se va intercalando un trozo de chorizo o panceta, bien fría ya preparada, o recién hecha y calentita. Lo más tradicionales, llevaran consigo la bota, para entre trago y trago dar buena cuenta de los alimentos.
Después con la barriga llena, se hace más difícil, agacharse para recoger los frutos que todavía estén por el suelo.
Años atrás, la mayoría llevaba un trozo de pan con tocino (dando gracias, él que podía) y luego para llenar el estómago, se asaba una porción de castañas, para llenar quedar satisfecho, y luego volver a la faena.
Casi toda la gente que recoge los ricos frutos, son de la zona. La gran mayoría conserva, los castaños, que de padres a hijos se van heredando. Luego están los que teniéndolos, no los trabajan y para asar un pequeño magosto, se pelean con la vegetación excesiva, que puebla el suelo. También están los espabilados, que madrugadores recogen lo suyo y de los linderos, para así sacarse unos euros extra. ¡Y que decir de los caraduras, que después de sacar un dinero por la venta de sus los árboles, vuelven a llevarse unos kilos para unos magostos, e invitar a amigos!. Cuando la verdad allí no tienen nada que perder.
En alguna ocasión han sido pillados infraganti, por el nuevo propietario, y con unos aires de prepotencia, preguntan:
¿Si quieres, te las devuelvo?.
Esperando en su fuero interno, que no sea así, ya que el que sorprende, se encuentra más incomodo que el sorprendido. Pero alguna vez, el sisado saca todo su valor, y tímidamente dice que sí; que le devuelva lo sustraído, quedando él que roba, con dos palmos de narices, pensando como conseguir ahora otras, poder degustar y hacer unos regalos.
Por desgracia, son pocas las veces que el propietarios de los castaños, encuentra al ladronzuelo, que sin ningún tipo de escrúpulo, se lleva lo que no es suyo, ni ha trabajado.
Quizás sea mejor así, porque cuando alguien se siente ofendido, pocas veces se reacciona bien, llegando incluso a una buena trifulca e incluso a las manos. No ha faltado alguna vez, que lo sustraído sea el detonante, para quitarla vida a otra persona.
Unos y otros, componen en unas pocas semanas el trasiego y bullicio del solitario soto.