El seranu

San Bernardino

Y hubo una vez una ermita, a las afueras del pueblo de Yebra, subiendo hacia el monte por un camino real que lleva a Sigūeya, una ermita a la sombra de un mar de castaños, y una ermita de la que apenas quedan ruinas, unas ruinas ya tragadas por el tiempo, por la maleza y por el monte que la han devorado sin duelo y sin consuelo.

Hubo una vez una ermita en la que se veneraba la figura de San Bernardino, al que se le atribuían numerosos milagros y a la que la gente con devoción acudía puntual cada 20 de mayo.

Frente a ella se bailaba y se festejaba el día del patrón en una gran fiesta que los años y las ruinas trasladarían a otra iglesia más cercana al pueblo.  Allí acudían devotos del pueblo y de otros pueblos vecinos con ofrendas, peticiones y promesas.

Cuenta una antigua leyenda que mientras el Santo se hallaba en esta primera ermita cuatro vecinos de un pueblo cercano se atrevieron a ultrajar y robar la figura del Santo mientras Yebra dormía, transportándolo en mitad de la noche cerrada.

Cuenta además que aquellos ladrones empezaron a caminar con el Santo, contentos y felices de su hazaña por el monte arriba, sin sospechar siquiera que sus planes pronto se verían truncados. Mientras ascendían con aquella pequeña figura tallada en madera, ésta milagrosamente parecía ir aumentando de peso poco a poco.

Ellos atónitos se iban turnando para acarrear la figura, pero pesaba y pesaba cada vez más llegando a un punto que ni entre los cuatro malhechores podían con ella … cuanto más ascendían más pesaba se hacía la carga y cuanto más intentaban acarrearla más difícil les resultaba.

Sofocados y asombrados se dieron cuenta de que aquel esfuerzo era en vano y ante la imposibilidad de sacarla de los montes de Yebra y en un ataque de arrepentimiento decidieron abandonarla en un recodo del camino y salir huyendo.

Hoy por hoy se sigue venerando la figura de San Bernardino, obrador de milagros, en aquel pequeño pueblo a la sombra de un mar de castaños.