El seranu

La radio

En plena guerra civil, en medio de aquel ambiente caótico ella sola y perdida en un pueblo de la Cabrera, como tantas otras, sacrificaba todas las horas del día y de la noche para atender el ganado, las tierras y aquellos dos niños nacidos en mitad de la contienda.

Había visto marchar años atrás a su marido y a su propio padre a una guerra que nadie entendía y que tantas consecuencias negativas  acarrearía para todos.

Muchos hombres habían sido llamados sin excusa, con un billete de ida al mismo infierno y sin billete de vuelta, para enfrentarse unos con otros en aquella sinrazón, en aquella barbarie.

Apenas llegaban noticias, y todas ellas con tanto retraso que carecían de sentido en el tiempo, apenas alguna carta manuscrita de su padre llegaba al pueblo de aquella Cabrera arrasada por la miseria y que leía y releía mientras las lágrimas manaban ya secas por sus mejillas.

Y ella angustiada, como loca y casi rendida se subió a su caballo y empezó su andadura por aquellos caminos polvorientos de los montes en busca de alguna noticia, algo a lo que poder aferrarse, alguna esperanza del paradero de los suyos.

Por todos los pueblos que atravesaba las noticias eran tan escasas que su angustia crecía más y más. Hablaba con los vecinos, y todos se hallaban con la misma incertidumbre.

Cruzó Santalavilla con intención de llegar a Ferradillo y pasar a los valles de Valdueza y allí se encontró con un mutilado de guerra que regresaba a Yebra con una bala incrustada en su cuerpo… su rostro delataba el horror vivido.

Una vez en Valdueza, en la casa parroquial pudo hablar con un cura, que le indicó que apenas llegaban noticias a través de la radio.

  Y allí vio por primera vez en su vida una caja que hablaba, una caja que parecía salida de otro mundo… y frente a ella, los pocos vecinos que quedaban se arremolinaban escuchando las noticias que llegaban Dios sabe de dónde y que todos atentamente seguían en silencio.

Aquella radio emitía partes de la guerra, se rumoreaba que la guerra tocaba a su fin, y por fin aquel primero de abril pudieron escuchar…» la guerra ha terminado» y entonces lloró como nunca, como único modo de sacar de sus adentros los pesares de aquellos tres años de agonía constante.

No sabía quién había ganado, no sabía que sería de su padre, de su marido, ni del resto de sus vecinos, sólo aquellas cuatro palabras resonaban una y otra vez dentro de su cabeza… no había vencedores  porque en una guerra nadie gana, todos pierden.

Regreso a sus pueblo anunciando a todo el mundo la noticia, que todos recibieron con entusiasmo y con resignación.

A los poco días su marido regresó a la casa, y a cuentagotas fueron llegando otros vecinos del pueblo, la gente salía emocionada a recibirlos… pero su padre nunca regresó, como tampoco llegaron más cartas, y solo el tiempo pudo mitigar el dolor que aquella guerra había traído  para ella y para otras muchas familias de Cabrera.