El seranu

Retratos en sepia

Y en aquella tarde de verano que expiraba para dejar paso al otoño, subí al desván.. aquel «ucido» como lo llamaban los abuelos para revisar que todo estuviera en orden antes de abandonar el pueblo y regresar de nuevo a la bulliciosa ciudad.

Ascendí lentamente por aquella escalera roída por la edad, por el abandono, y por los años de desuso y aquel crepitar de la madera bajo mis pasos me resultó tan familiar como lejano.

En aquel trastero el desorden era evidente, en mi cabeza siempre la promesa de ordenarlo, pero pasaban las vacaciones y año tras año la promesa se repetía y quedaba incumplida.

Y entre aquellos trastos, arcas, maletas, arcones estaba aquella maleta de madera, inmóvil, sin tiempo y según creía recordar había acompañado al abuelo en su viaje al servicio militar.

El olor de la estancia era inconfundible, a seco y a húmedo a la vez, un olor a historia y a leyenda, a sacrificios y a raíces.

Y allí estaba perenne, reposada en el tiempo, custodiando y albergando en su interior secretos de la familia.

Sacudí aquella manta de telarañas que la envolvía y la abrí como quien encuentra un tesoro bajo el mar, con una ilusión infantil entremezclada de nostalgia y atrevimiento.

Y con ella abierta me senté en el viejo escañil bajo aquellos cantiagos de madera, por los que se colaba la luz del exterior, ennegrecidos por el humo con el que ahumaban los mondongos de las matanzas de aquellos años olvidados.

 En ella se acumulaban fotos antiguas, cartas y viejos documentos, hijuelas, partijas antiguas mezclados con un polvo gris que más que ensuciar parecía proteger.

Revisé aquellas fotos en blanco y negro, en sepia, una a una sin prisa, con esmero, desordenadas, con nombres y fechas al dorso, con retratos de vidas pasadas que incluso me costaba reconocer.

Fotos que me trasladaron sin duda a mí pasado, fotos de mi gente que observé, y aprecié.. cuánto te puede transmitir un retrato cuando lo observas con detenimiento y no solo lo ves…

Y me perdí en aquellas miradas profundas, en  aquella humildad y humanidad que se reflejaba en los ojos de mi pasado, en sus vestimentas, en aquellos rostros que parecían hablarme sin mover siquiera los labios y me crucé cara a cara con los míos, con mi esencia.

 También ojee cartas manuscritas, amarillentas y selladas en aquellos años donde las letras viajaban de un rincón a otro del mundo sin prisa, con aquella caligrafía intacta y simple.

Lei párrafos de aquellas cartas, de emigrantes que contaban sus experiencias y sus nuevas vidas, cartas escritas en la mili, y cartas que prometían amor incondicional para toda la vida ..cuántas emociones se pueden expresar entre líneas cuando las escribes con el alma..

En aquella maleta, en aquellos retratos en sepia y en aquellas letras, encontré un tesoro escondido…mi esencia, mis raíces.