El seranu

Para el Año Nuevo

A punto de extinguirse los últimos días del dos mil veintidós, esperando el comienzo de algo mejor, los habitantes del villorrio, apuraban las compras para despedir el año.

Cada uno a lo suyo, con sus problemas, terminando los flecos de las compras para dar la bienvenida a dos mil veintitrés.
En el lugar, como en todos lados, una parte era de un bando, la otra de un segundo, con una minoría que no entraban en esas diferencias.
El año que se acababa había traído de todo: A unos, buenos y grandes momentos. A otros, bastantes problemas. Bien es verdad, que como reza el dicho: «A perro flaco todo son pulgas». A los desfavorecidos, la desgracia parece cebarse más con ellos.

La mayoría del año, no fue pródigo en lluvias, más bien todo lo contrario, por eso nada hacía presagiar una desgracia así.
En las afueras de la villa, alejada del cauce del arroyo, dos de las familias de los que apoyaban al cacique del pueblo, poseían unas explotaciones ganaderas, fuente de ingresos para la supervivencia.
Otra parte de cinco familias, se dedicaban a la extracción de piedra de sus montes, mientras otras pocas vivían de manera indirecta de esas extracciones, quedando una mayoría, clase baja, menos favorecidos que vivía de cultivar la tierra, sin contar pensionistas y alguno dándose de rico, que no comulgaban con ninguno de los lados.
Debido a las primeras, la superficie de cultivo se había reducido. Por ello, tanto los que trabajaban la tierra, como los se dedicaban a las otras actividades, no había temporada que no discutieran, armando alguna trifulca, estando casi siempre, enfrentados.

Al poco de inaugurar el año, despedido en cada hogar, con lo mejor que se tenía, las persistentes lluvias, que llevaban casi todo el mes descargando, arreciaron. En las primeras horas de la madrugada, parte de los escombros de las explotaciones de piedra, con tanta agua empezaron a desprenderse poco a poco ladera abajo, camino de las explotaciones agrícolas. Nada más conocer el problema los interesados, a toque de campana avisaron a sus convecinos. Y aunque algunos resacosos después de las celebraciones , y pese a las diferencias, acudieron en masa. Alertados de lo que se les venía encima sin dudarlo, ayudaron en todo lo que fue posible. Con las primeras luces del alba, la masa de escombro llegaba al arroyo, llevándose una parte de las instalaciones y taponando el arroyo, que ahora llevaba un gran caudal, anegando tierras y llegando a las viviendas próximas al cauce.

Algunos de los vecinos, ya habían intuido el problema, y a pesar de la corriente, con máquinas y no sin gran esfuerzo, consiguieron abrir un poco el tapón, para que las aguas fluyeran arroyo abajo, sin entrar en la viviendas.
Cercano el medio día, calados hasta los huesos, con las nubes sin dar tregua, la fuerza del agua y la abertura hecha en el taponamiento, habían llevado parte de los escombros hacia zonas más llanas, con el consiguiente alivio para los hogares más próximos, que veían como las aguas se alejaban.

Bien entrada la tarde, era hora de valorar los desperfectos. El desprendimiento de los escombros, había cortado caminos, derribado una pequeña parte de las instalaciones, tierras anegadas y a punto de llevarse los hogares de lo más desfavorecidos. El desastre les enseñaba algo bueno, la unión a pesar de las diferencias había conseguido el resultado. Es verdad que en ocasiones, las rencillas estuvieron a punto de arruinar sus vidas, ahora sin embargo, se daban cuenta que ayudándose se consigue más.
Tanto unos como otros, colaboraron, dejando a un lado los “egos”, sin querer ser más o el mejor. Por eso este Año Nuevo, a pesar de los daños, le enseñaba una gran lección.
Siendo solidarios, generosos y unidos no faltará la fuerza para enfrentarse a cualquier problema.

 

Foto: Renato C. G.