El seranu

Pancho (el superviviente)

Gustaba de pasearse por las orillas de la carretera que atravesaba la población y este mismo vial la dividía en barrios. Sorteaba el asfalto, y en la mayoría de las ocasiones cruzaba de un lado al otro, esperando que los autos lo respetaran. Pancho era un perro sin pedigrí, pequeño con mezcla de algún desperdigado gen de Pekinés y una amalgama de razas sin especificar ( los denominados «palleiro»). Aún así chuleaba cruzando la carretera desde su casa hasta todas las barriadas de la localidad, husmeando las novedades del vecindario, donde los automóviles lo respetaba, otros aceleraban a pesar de la prohibición de ir a más de cincuenta.

A lo largo del día hacia viajes cada pocos minutos, para ver lo que había detrás de la otra orilla. Si olía que alguna perra estaba en celo, ya no se le veía el pelo, hasta bien entrada la noche, o incluso algunos días después, regresando cuando el hambre apretaba, o los ataques recibidos le dejaban hecho una piltrafa. Peleas que trataba de evitar, pues sabía que con algunos, no valía fardar… La mayoría de las veces era él quien las provocaba, azuzando en los demás, para hacerse el desentendido cuando arrancaba el ataque.

En alguna de estos paseos, fue alcanzado por algún auto, pero fueron golpes menores, de los que a los pocos días estaba recuperado.
Como es sabido…»tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe». Así le sucedió a Pancho. En una de estas que cruzaba la calle, como alma que lleva el diablo, no alcanzó a ver la camioneta que después de arrearle un porrazo le lanzó unos cuantos metros al otro lado del asfalto. El conductor harto de sus paseos, se fue dejándolo allí tirado. Horas después lo encontró una muchacha que pasaba por el lugar, con una respiración muy débil. A pesar de que el coche no circulaba a gran velocidad, Pancho quedó allí tumbado como muerto, con el resultado de algunas costillas rotas, una ojera desgajada y la pata delantera magullada desde bien arriba, además de diversas heridas externas y alguna interna. Sus dueños le llevan al veterinario, temiéndose lo peor, pues Pancho apenas respiraba.
Después de una operación para eliminarle la mitad de la pata delantera y un tiempo convaleciente, como un ave fénix resurgió de nuevo. No se amedrentó en nada y ahora sobre tres patas, con un pequeño muñón sigue pasando de un lado al otro, sin acordarse de la grave cogida.

Aunque disminuido físicamente, suele andar por toda la barriada, alejándose inclusive, a localidades cercanas si nota la llamada de la naturaleza. Siempre va detrás de todos, en la retaguardia. Cuando los demás acompañan a alguna damisela. Si la hembra está dispuesta a aparearse, aunque la acompañe una jauría de animales, Pancho los sigue, un centenar de metros atrás. Mientras la mayoría se enzarza en sangrientas peleas, por quien es el que se lleva a la dama, Pancho aprovecha la ocasión y si la hembra no es de alta estatura, apoyándose en la patas traseras, y haciendo fuerza con su muñón monta a la perra, dejando su semilla en ella, mientras los demás pelean por quien es el que la lleva.
Cuando los demás se tranquilizan, ven con asombro, como aquel, que creían indefenso ha sacado provecho de la situación. Callado y sin hacer ruido, ha hecho perdurar su estirpe, además de satisfacer sus instintos, mientras sus oponentes tratan de sacar pecho de quien es el mejor.
Pancho mientras tanto, se sacude y como quien no quiere la cosa, se aleja de los más agresivos. Desde una posición alejada contempla la escena, esperando una nueva oportunidad.
Como dice el refrán “hace más el que quiere , que él que puede”, en Pancho se plasma el dicho.