El seranu

Navidad

Como cada año, desde que recordaba, siempre se celebraban esas fiestas. Ya de muy niño estaba expectante, para ver que anticipaba el nuevo año y de paso que vivencias traería. ¿Quién sería el que en próximas fechas no estuviese, o quien se hubiese ido?
Eran unas fiestas entrañables, que aún, en los momentos más difíciles se celebraron. Unas veces con más pompo, otras casi de puntillas, era la escusa perfecta para fortalecer los lazos familiares, y desear en lo más profundo, en ese lugar, que cada uno atesora lo mejor de su esencia, y regalar lo que se posee, para compartir con los demás.

En este año, un año atípico y muy diferente, ya que desde recordaba, y eso ya hacia muchas décadas, con mejor o menor disposición no dejaban de reunirse alrededor de una mesa. Ésta, sería muy diferente.
Todos sabían de desastres y epidemias, aunque nadie vivo recordaba nada, como lo que estaba sucediendo. En pleno siglo veintiuno, y la raza humana en una gran expansión creadora de nuevas tecnologías, que en poco tiempo quedaban obsoletas, no fueron capaces de ver, o tal vez no quisieron verlo, como un virus de medidas microscópicas, pusiese un mundo desarrollado, patas arriba.

Nacido en un continente, pudiendo ser cualquiera. Al que se suponía lejano, incluso entre ciudades del mismo, y que decir, en otras regiones de continentes más alejados.
Nadie, ni los más previsores lograron verlo venir.
Los que lo creían allá en otra punta del globo, en meses, e incluso en semanas, vieron como se aproximaba y llegaba a casi todos lados. Se pasó de verlo lejano a estar preocupados e incluso con miedo. Las personas más vulnerables y en cualquier país de esta tierra, vieron atónitos, como personas de diversas edades, de un día para otro o en pocas fechas, enfermaban llenando los hospitales, y lugares que se adecuaron para tal fin, siendo insuficientes, mientras sus ciudadanos morían sin poder hacer nada en ocasiones por ellos.
De un día para otro los contagios aumentaban a una velocidad de vértigo, las defunciones crecían, y los cadáveres, se amontonaban esperando, lugar de reposo, y noticias de familiares. Los sanitarios haciendo jornadas maratonianas, sin protección y sin lo necesario, para la avalancha que se avecinaba. Los gobiernos, con mayor o menor acierto, proclamaron el estado de alarma para poder parar al virus, mejorando en algunos casos las estadísticas, pero sin soluciones reales a corto plazo.

Matías fue uno de los muchos mayores que habían luchado por unas mejoras y unos valores que ahora no se tenían en cuenta. Desde hacía diez años, residía en una residencia. Su único hijo andaba trabajando de un lado para otro recorriendo gran parte de la geografía española. Los nietos mientras fueron pequeños, les veía regularmente, al irse para la residencia y crecer dejaron casi de hacerlo. Con su nuera no congeniaba mucho. Así que tomó la decisión de ir a una residencia. Su hijo los fines de semana cuando venía, le visitaba y por Navidad salía y comía en esos días con ellos.
En este año tan raro que ya apuraba las últimas fechas, para dejar paso al nuevo, Matías vio como un tercio de sus compañeros de residencia, habían fallecido, unos allí mismo, otros en hospitales de la zona, pero lo que más le preocupaba era, que a lo largo del año, solo su hijo había ido un puñado de veces a verle. Ahora hacía ya tiempo que nadie le visitaba, ni recibía ninguna llamada.
Echaba mucho de menos, a sus colegas de partida Gelo y Zacarías, que debido a ese maldito virus le habían dejado, de los cuales, no pudo despedirse. Él aunque tuvo el bicho, no tuvo síntomas y a sus ochenta y siete años se sentía bien, aunque achacoso.

En breve se celebraría la Navidad y se sentía solo, aparcado como si fuese un mueble viejo e inservible. En la residencia, celebrarían algo un poco especial, creía, pero con mascarillas, distancias y el virus, no lo veía nada fácil.
Amaneció el día anterior a Nochebuena, y aunque tenía esperanzas de que alguien llegara o le llamase, las horas pasaban y no había noticias. Hacía un frío glaciar y en el ambiente se respiraba la tristeza y la rareza de un año nada típico. Ese día no quiso salir de la habitación, algo que otros momentos deseaba, a pesar de la prohibición. Se sentía más solo que nunca, deseaba ya acabar con todo, por un lado. Por otro, se aferraba a la vida y tenía miedo.

Ya próximo el oscurecer del día de Nochebuena, vinieron a avisarle, que le esperaban, Matías, nervioso no encontraba el bastón y la bufanda recorriendo los rincones de su habitación. Esperaba abrazar a su hijo, que tan abandonado le había tenido, también el resto de la familia. Al bajar al recibidor, se encontró que quien le esperaba era su nieto mayor, contrariado, pregunto por el padre, éste sin darle más importancia, cambió de tema.
Llegaron a la casa de la familia, y después de los saludos oportunos preguntó por su único hijo. Todos se escabulleron, mientras Matías no entendía nada. Fue su nuera, hoy más conciliadora que de costumbre la que con una mirada cargada de dolorosa emoción le comunicó lo sucedido. Su hijo, hacía ya casi seis meses que se había llevado el coronavirus. ¡Matías atónito no se lo podía creer, el sobreviviendo a su hijo!. Seguro que como tantos más se fue solo. Las manos le temblaban, casi no se tenía de pie, sollozando no era capaz de hablar. Sus tres nietos le rodeaban, dándole esa fortaleza, que más que nunca necesitaba.
El encuentro que él intuía muy feliz, se tornó en una cena triste y cargada de recuerdos, se comió y se habló poco, flotando en el ambiente a los que se han ido.
Esa noche la pasó en la casa de la familia, no consiguió dormir, solo alguna pequeña cabezada. En la que soñó con todos los que no estaban. El día de Navidad, cabizbajo y desolado comió con todos, cuando se fue a levantar para irse, sus nietos y nuera, le dijeron que si deseaba podía quedarse a vivir con ellos, algo que Matías no esperaba.
Aún sin dar crédito a lo escuchado, dijo: no, no deseo molestar, además ya estoy muy viejo, y solo os daría problemas, y lo peor, falta mi hijo. Ellos contestaron que lo hacían por él, ya que era algo que deseaba hacer, si estuviese aquí. Así que solo cumplían su voluntad.
El hombre, no era capaz de hablar de la emoción, y mirando hacía la lejanía, pidió desde lo más recóndito de su corazón porque la vacuna fuese efectiva, y esta pandemia acabase.
Se acordó, pedir un deseo como cuando era un niño, esperando que se realizara, y dijo: “TODO ES POSIBLE CUANDO SE CONFIA EN LA MAGIA DE LA NAVIDAD