El seranu

El Guardia de las Gallinas y los Niños

Higinio era un señor de unos cuarenta años, estatura media, rechoncho, pelo negro rizado, y unas mejillas sonrosadas. Cargaba a cuestas una escopeta, quizás para intimidar a los aldeanos de los pueblos en los que él, era el Guardia de las Gallinas.

Por aquellos años, las gallinas no tenían que andar por las calles a su libre albedrío, tenían que estar encerradas en los gallineros, para eso estaba Higinio, para vigilar, que no entrasen en los sembrados de los vecinos, y para evitar, que en cada calle o callejón se tropezase con las gallinas, y el gallo. Estos últimos, si eran agresivos, atacaban a los que se cruzasen con él, que además de picar, podían ocasionar una buena herida, con los potentes espolones que tienen en las patas. Si alguna aldeana dejaba salir las gallinas y no estaba pendiente de ellas, si llegaba Higinio, multa al canto, y los parroquianos no estaban para pagar los veinte duros estipulados.

En una ocasión, dos hermanos pequeños después de salir de la escuela, fueron a cuidar las vacas, una tarde soleada de mediados de abril. Ella, un año mayor que su hermano de solo cinco años. Tenían que guardar las vacas que no pasasen, al prado de otro vecino. En esa época del año, el pasto abunda, y más en los terrenos llamados Llameiros/Lameiros, que eran praderas pequeñas resguardadas del frío y con abundante agua y por eso eran las primeras en dar forraje. Los niños estuvieron un rato atentos a los animales, para que no entrasen en el del vecino, pero pasado un tiempo, se aburrían y empezaron a jugar a construir castillos. Las vacas soberbias con tanto pasto, no se conformaban con lo que tenían y pasaron a los prados vecinos, mientras ellos absortos, jugaban.

Al levantar la cabeza, comprueban que las vacas han pasado para los otros Llameiros; raudos van a traer los animales de vuelta y al pasar la pared que hace de división, se encuentran con Higinio escopeta al hombro. Los mira con cara de pocos amigos, y les amenaza con decírselo a sus padres. Añade, además, que merecen un castigo por no estar atentos. El niño, empieza a llorar y su hermana haciéndose la valiente como mayor que es, gimotea.

Higinio les dice que son unos niños muy desobedientes, que los niños así deben ser castigados, pues no se puede desobedecer a los mayores. Por ello, les va a poner una multa de cien pesetas, asegurando que ellos la van a pagar. A esas alturas los dos lloran a moco tendido, pues no tienen dinero, sólo el de la hucha y ese no se puede tocar hasta que esté llena, o para comprar algo que necesiten.

El guardia se está divirtiendo, no tiene ganas de irse, y de vez en cuando sonríe por lo bajo cuando los niños no miran. Arrecian en sus lloros, culpándose mutuamente. El niño, culpa a su hermana, por ser mayor y no estar pendiente, y ésta, porque él solo quiere jugar. Y ahora…se preguntan: ¿qué pasará?

Es hora de irse, y el guardia sigue allí, ellos, se hacen los remolones, no saben qué hace., Higinio, mientras tanto, se ríe divertido. No desean marchar para casa, pues no tienen con qué pagar. El Guarda les anima a marcharse, él, los acompaña.

Al llegar a las primeras casas del pueblo, ven llegar a su madre, y asustados se ponen a llorar,mientras caminan ligeros, la mujer no sabe lo que pasa. Se queda a hablar con Higinio, que le cuenta la historia y ríe de nuevo, la madre sonríe con él. Los niños van raudos, sin mirar ni una vez hacia atrás.
La madre les da alcance, los ve compungidos, llorosos y pregunta: ¿Qué pasa? ¡Como si no supiese nada! Los niños se atropellan para contarles el problema, la madre le quita importancia y añade: «No os preocupéis por las cien pesetas, yo sé las daré, aunque antes me vais a prometer, que estaréis atentos a lo que os mande, sin olvidarse de lo que os diga,sino para otra vez ya sabéis a quién le tocará pagar, además os quedareis sin paga, hasta que reunáis la cantidad necesaria». Los dos asienten al unísono.

La madre les abraza sonriendo, mientras piensa…una lección así no se olvida.