La primera piscina
Allá por la década de los setenta, no eran muchas las piscinas que ocupasen un trozo de terreno en los alrededores de la casa. En este pueblo a la ribera de un río como tantos otros, cercano si, a la capital de la provincia, donde cada casa contaba, con los habitáculos propios de una casa de campo, con establos, leñera, bodega, pajar y un trozo de tierra para cultivar o huerto. Los más pudientes contaban con mayor extensión de terreno, que en los más humildes, se recortaba bastante. En las tardes de verano cuando el calor apretaba los chiquillos, y los más jóvenes se zambullían en las aguas del riachuelo, para refrescarse.
A finales del pasado verano, una familia con raíces del pueblo, venida de la capital, compró una finca, en la cual construyó, una casita para los fines de semana, con una hermosa piscina, ataviada con tobogán, tumbonas, césped bien recortado, y algunos árboles, que ya empezaban a dar una pequeña sombra. En la edificación, adosada a esta, estaba una cochera y una pequeña bodega, que bajaba unos cuantos metros excavada en la tierra, con algunas clases de vinos, cervezas y refrescos, con una mesa en el centro y media docena de sillas.
Los chiquillos del pueblo, por las tardes se reunían en torno a las eras, donde a mediados de época estival se recolectaba el cereal, para trillar en dichas eras. El resto del año era par el disfrute de los muchachos, que corrían detrás de un balón o jugaban al escondite.
Ese verano, después del consabido partido, al caer la tarde iban a darse un chapuzón en la hermosa piscina, que estaba recién estrenada. Primero lo hacia el grupo de dieciséis y diecisiete; seguidos de los de catorce a dieciséis, por último los de trece, y catorce, con alguno de doce pero, solo los más osados. Llegaban allí, instalándose como los auténticos amos, bajaban por el tobogán, se tumbaban en las tumbonas, entraban en la bodega, bebiéndose parte de los refrescos, cervezas y vino que luego con cuidado rellenaban con agua. Así cada día fue pasando el verano, cuando marchaban unos, los siguientes estaban en espera. Solo los fines de semana se abstenían por estar ocupada.
El dueño echaba chispas, harto de llegar para sorprenderles, veía como en un abrir y cerrar de ojos se esfumaban. Por lo que puso en práctica una idea malévola, esperando resultados.
Clavó una punta que traspasase el tobogán de abajo hacía arriba, o sea, con un pequeño sobresaliente del clavo, por la zona de deslizamiento del tobogán.¡ Ahora a esperar resultados, se dijo ladinamente!.
Nada más dar comienzo la nueva semana, siguieron con las mismas pautas de siempre. Llegaron los mayores, y los más aventajados eran los que ocupaban primero la rampa de deslizamiento. Va el primero, luego el segundo, y el tercero, caen a la piscina y salen, más rápido que entraron, con el cuerpo tieso y una brecha que va desde las posaderas, a la parte baja de la pierna, de la que brota un reguero de sangre. Los demás se olvidan del tobogán dándose una zambullida, para salir sin más. Intentan secar la sangre con unas toallas que allí encuentran.
¡Hoy, se le ha chafado la diversión!, por lo que algunos comienzan a marcharse. De repente oyen un coche acercarse, lentamente… Los más rezagados, aún a medio vestir, saltan la valla, ayudados por los que están fuera, y se marchan apresurada mente, en sus bicicletas. ¡De nuevo se les escapan! ¡Maldice para si el dueño!. Decide esperar….por los segundos, pero estos alertados, no llegan. Continúa….sin visos del el último grupo. El dueño de la piscina, al ver que hoy, también se le escaparon, sale de la finca, con un cabreo de cuidado, sube al coche, conduce despacio reparando en los caminos que salen del pueblo, por si viese al último grupo. Ya se iba a marchar, cuando repara que del camino del Foyo, vienen tres muchachos, por lo que decide dar la vuelta y seguir les a una buena distancia.
Los chicos, ajenos a la presencia del dueño, pedalean a buen ritmo, para alcanzar a los demás que salieron primero. Dejan las bicis detrás de la valla trasera, sus pertenencias y en bañador, saltan a otro lado. Cuando llegan allí, se encuentran que no hay bullicio como otros días, dos de los primeros que bajaron por el tobogán, sangran abundantemente, por la pierna, mientras los demás les rodean y tratan de para el sangrado, apretando, una toalla contra la gran brecha.
Absortos con la visión de la herida, no reparan que un coche a paso lento acaba de llegar, y en unos segundos la verja delantera se abre, dando paso al dueño, que arremete, con el coche hacia ellos. Salen todos corriendo en dirección a la valla trasera, algunos cogen su ropa, pero otros, ni por ella esperan. De un salto, fuera, y a pedalear de nuevo.
El amo de la piscina, sube de nuevo al coche y los sigue, pero ellos cruzan por entre las tierras baldías, aunque más de uno, apunto esta de caer. Algunos quedan más atrás ya que debido a la huida rápida, han abandonado el calzado, y pedaleando descalzos, no avanzan como los demás.
El propietario, encuentra los zapatos abandonados de los que precipitadamente salieron sin darle tiempo a ponérselos. Se agacha y los recoge, maldiciendo… ¡hoy alguno va a caer!. Comenta.
Sale de nuevo conduciendo con cuidado, revisando cada camino y sendero. Da unas cuantas vueltas no ve a ninguno. Se encamina ya a la capital, cuando al hacer la rotonda, divisa a tres chiquillos, pedaleando, y sin zapatos, por la vereda opuesta a la rotonda.. Aceleró con fuerza, dando la vuelta aún en sitio prohibido. Siguió a los muchachos hasta la entrada del pueblo. Estos ajenos al coche, pedaleaban con ritmo para llegar a casa, ya estaba oscureciendo cuando cada uno se encamina a sus respectivas moradas, dentro del mismo barrio en casas vecinas. El más pequeño, aparca la bici; se dispone a entrar en el hogar descalzo, cuando observa como su progenitor, charla con el dueño de la piscina, que porta en la mano los playeros tanto de él, como de sus amigos. Tentado está de dar la vuelta, pero la voz firme de su padre, le obliga a acercarse. Sabe que no hay escapatoria, ¡le espera una buena!. No se confunde, después de recibir unos sopapos, sin cenar y castigados el resto del verano, tanto él como sus amigos.
¡Adiós a la piscina, piensa el muchacho!. ¡Por fin, dice el dueño satisfecho!. Pero solo fue un pensamiento… ya que a los dos días, los otros que no fueron descubiertos continuaron haciendo de las suyas, ahora con más agresividad. El clavo, salió del tobogán. El dueño, después de conocer el alcance de los heridos, no se atrevió a poner otro, por miedo a las represalias. Total que la piscina, se podía decir que era de los muchachos