El seranu

Ellos son el tiempo…

Y justo, en este momento, salen las hojas. Es ahora, justo ahora, cuando ya están y no están aún. Están todas, pero los árboles sin vestir. Se ven todas las ramas y se ven todas las hojas. Verde suave y claro el olmo enorme y solo. Punto de traslucidez. Verde luz. Pero a los nogales les salen las hojas del mismo color que cuando acecha el otoño. Ramas esponjadas de arcilla tierna y encendida, barniz de sol.
A los manzanos les han asomado las hojas y las flores a la vez y están desordenados. No es exactamente belleza. Están asustados de primavera.
Hace un momento, mirar era un ramo de ramas desnudas y lejanía detrás. Ahora ya no se ve cómo llevan a alguna parte las montañas del otro lado.
Alguien plantó los nogales y los manzanos ahí, justo ahí. Juntos. Un trozo de tierra de alguien. ¿Qué hacer con la tierra? ¿Qué hacer sin la tierra? Alguien que no pensó que no vería el árbol ser árbol como ahora lo es. Alguien fue arquitecto de frutos y sembró templos futuros. No pensó que no vería el árbol llegar a hoy. Pensó que alguien vería, en este lejano hoy, el árbol así, enorme, árbol. No sabía quién, no sabía que sería yo, pero yo llenaré cestos de nueces en octubre y aún en noviembre, pensando que cuando llegué, los árboles ya estaban aquí. Dando.

Dicen ahora algunas emociones detenidas que los pájaros cantan más que antes. No es verdad. Desconozco su estado de ánimo, su extrañeza, su posible paz de reconquista. Pero cantan como siempre. Como pájaros. Cada uno como es. Aquí. Tal vez en la ciudad esa sensación se deba, simplemente, a que no los minimiza el ruido habitual. Recuerdo cómo, después de la tormenta en tardes de domingos acallados, los pájaros urbanos parecían lo mismo que ahora oigo: pájaros.

«Pregúntale al pájaro por qué canta. Te responderá cantando», proverbió alguien.

Escribo tormenta y oigo un trueno. Recuerdo la nube con un rayo rojo sobre el mapa meteorológico, pronosticada, un día tras otro, desde por lo menos tres días atrás. Y aquí está. Los pájaros lo saben mejor que yo y que los pronósticos. No lo saben antes, lo saben mejor. Ellos son el tiempo y lo dicen. Lo celebran. También se sabe el tiempo porque lo callan. Y lo aguardan, cantándose secretos al oído durante un momento. Luego van para casa y se anidan al calor del nido que llevan en sus pechos blanditos y calientes. Y esperan sin saber que esperan.

Alguien dijo, o escribió, o encontró: «Siempre me pregunto por qué los pájaros permanecen en el mismo sitio cuando pueden volar a cualquier lugar sobre la Tierra. Entonces, me hago a mí mismo la misma pregunta».

Ahora llueve, y vuelven a contarlo.