La presa…
Respiró profundamente y abrió sus dedos para dejar suelta la cuerda de cáñamo que tensaba su arco. La flecha atravesó la maleza e hirió de muerte a un pequeño “xabarín”. A pesar de su certero lanzamiento, a Eloy le acompañaba su padre Nicanor, por si surgían problemas con la presa recién cazada.
Llevaban dos meses en Cabrera alta, en el pueblo de Baillo, o “Vayellu” como Nicanor siempre decía:
– “Esu de Baillo son inventus de la xente que truxo lus cartelinos de la carreteira, eiquí siempres dixose Vayellu”
Y es que Nicanor era de Trabazos, pero se casó en Forna, y cansado de luchar contra las grandes pendientes de ese pueblo, decidió vender todas las posesiones que tenían y comprar una fragua en Baillo.
– “Fiyu, eiquí nun hai las cuestas que pur ende abaxu”
Desde entonces la comida escaseaba y gracias a la profesión del padre de familia, Eloy disponía de flechas hechas con el hierro que podían apañar, incluso con los restos de algún vagón de la Bañeza que le traía algún arriero de la zona. Por entonces, la ruta ferroviaria de la vía de la plata estaba abierta, y proporcionaba una buena conexión, no sólo cultural con el sur, sino de aporte de fruta como naranjas que escaseaba en el norte.
A Eloy le había costado mucho abandonar Forna, y aunque admitía que aquellas otras cuestas de Cabrera alta, permitían una agricultura más eficiente y no tan laboriosa, estos primeros meses habían sido duros. Tuvieron que recurrir a la caza, pero no a esa caza como deporte que los ricachones de la ciudad con grandes escopetas venían a sentarse y esperar a que pasase un corzo por delante de él sino una caza convertida en una tradición de respeto por el entorno y su amada tierra.
Pero no era el único motivo por el que echaba de menos su pueblo natal. Cuatro meses antes, el día de año nuevo, los mozos subieron a la peña y comenzaron con el ritual de las “lloyas”, una especie de rimas que año tras año, y mediante el mismo rito que se perdía en la historia de sus ancestros, coronaba al mejor mozo que recitaba la lloya más elaborada.
Este año había sido él, por lo que adquiría ciertos derechos sobre la moza con la que bailar, o incluso era respetado por sus propios compañeros tomando un cariz de líder a lo largo de ese siguiente año. Pero al marchar, perdió todo ese beneplácito de los demás. Pasando a ser un alegre recuerdo de lo que pudo hacer hasta la llegada de la Cuaresma…
Esa noche harían serano los mozos y mozas del pueblo, y jugarían al “llobu” un juego que reproduce la caza en el que las mozas hacen de “ouveyas” mientras que los mozos hacen de “llobus” y él, el último en llegar le tocaría la labor de perro guardian para impedir que los “llobus” entrasen en la cuadra y aprovechasen el revuelo para juguetear con las mozas. Ya lo tenía todo dispuesto, se pondría una anguarina, y sobre ella escondería bajo una capa un tojo, y cuando se abalanzasen sobre él, se pincharían y saldrían escaldados. Pero no era el momento de pensar en ello, sino en el animal que se retorcía delante de ellos.
Padre e hijo se acercaron a la pieza que se desangraba todavía viva en el suelo y sujetándola fuertemente, hincando la rodilla en su cabeza, Nicanor le clavó un largo cuchillo en el corazón del animal. En ese momento, un “respingo” recorrió toda la espalda de Eloy, el cual se arrodilló y rezó una oración por el animal, una ofrenda a la madre tierra, por ser tan generosa y permitir a su familia comer una temporada de la carne del animal, incluso intercambiarla para adquirir otros alimentos que no disponían, como el bacalao, tan recurrido en Cuaresma, cuarenta largos días para familias pobres que él no llegó nunca a entender.
Llevaron el animal a casa como pudieron, le cortaron la lengua y una porción de hígado para entregárselo al veterinario y comprobar que no tenga triquinosis. El veterinario era muy serio con estas cosas, “Sí es un jabalí es necesario tomar el doble de muestras que si fuese un cerdo criado en casa”. De tal forma que fue lo primero que hicieron.“Quien nun mata recu nun come carne” dijo Nicanor mientras cogía al jabalí por las patas delanteras y tiraba de él para con la ayuda de su hijo, subirlo sobre una mesa de madera. Y es que la fecha de la matanza está supeditada a la época de más frío para que ayude a la mejor conservación de los productos cárnicos, así que siendo ya abril, dejarían la mayor parte para tratar de comer esos días a pesar de las restricciones eclesiásticas.
Nicanor sacó una botella de orujo, puso dos vasos sobre la mesa al lado del “cochu” y los llenó hasta arriba. “¡Buena caza fiyu! Bebe un tragu d’esti oruxu que está fuerte cumo la madre que lu fondóu”. Eloy bebió de un trago el orujo que su padre había traído de Valdeorras y fue a por un “manoyo” de paja, con el que prendiéndola en “feixes”, fue chamuscando la piel del animal. Después, ya ayudado por su madre, lavó al animal con agua templada y raspó con “gadaño”, que había hecho su padre en la fragua y que previamente había estado afilando.
Llegó el momento de abrirlo con dos cortes limpios y longitudinales tras los que se extrageron las costillas del pecho y separaron la barbada del manto de grasa o unto, y lo tendieron en un palo para que secase. Aunque el del Jabalí es más fuerte que el del cerdo común, les valdría para asar pimientos y proporcionar ese sabor rancio tan característico. Después extrajeron todas las “coradas”, el corazón, la “paxarina”, “l’entretiñu” y el “fégadu”; y las tripas empleadas para embutidos. Y con el estómago se hace el “Ventruyu”, que curiosamente allí en Vayellu se le llama “Pastor”.
Fue en ese momento cuando golpearon la puerta.
– “¿quien yía?” dijo Nicanor preocupado.
– La Guardia Civil, por favor, abran la puerta.
– “Puta que lus fundóu, estos palamanes vienen pulo recu” susurró a Marina, su mujer que permanecía callada con la mirada fija en la puerta.
– “¡Vou!”
– Buenas tardes, Nicanor, ¿de quien es este rastro de sangre que llega a su puerta?
– “Yía d’un Xabarin que cazóu’l mieu fiyu no monte”
– Nicanor, sabes que no puedes cazar furtivamente así que vamos a tener que multarte.
– “ Estamos pasandolu muei mal, yía solu pa cumere”
– ¡Como si es para ofrecérselo a la Virgen! Son 5 pesetas de multa y nos llevamos la carne.
Y así fue como toda la labor del día se perdió en breves segundos. Suerte que Eloy ya había escondido parte del trofeo de su hazaña en una panera que estaba oculta a la vista de los guardias civiles. Nicanor pagó la multa, y obligado por los guardias, tuvo que ayudarles a llevar parte de la carne al cuartel de Truchas. Cuando regresó estaba apesadumbrado y miró a su mujer e hijo con tristeza: “lus probes siempres seremos probes…”
Eloy se vistió y fue para el serano. Cuando los mozos decidieron jugar al “llobu” el tenía la mirada fija en Ramón, el hijo del guardia que había venido con la tripa bien llena a rondar las mozas de Baillo. Ya sabía lo que tenía que hacer…
Este relato fue premiado en el concurso de ensayo breve sobre la caza del Ayuntamiento de Encinedo para el Cazario
Muy bonito relato, viva la madre que te fundó.
Hay que acostumbrarse a añadir comentarios
Es un relato bien realista y a la vez,con la magia que tú sabes poner a todo lo que haces