El seranu

El carnet de conducir

Con la llegada de las primeras empresas de pizarra en la zona valdeorrense, había necesidad de contar con un medio de transporte, para acceder al lugar de trabajo. En las primeras explotaciones abiertas, los empleados, acudían a lomos de animales, los más privilegiados, mientras la gran mayoría lo hacía en grupos, caminando. De los pueblos aledaños, con una hora o más de caminata, y eso por senderos y atajos, los obreros llegaban al lugar de trabajo.

Juan y Manuel, dos primos que residían en localidades diferentes, se emplearon en dichas empresas. El primero, había sido camionero de una empresa ganadera, que había desaparecido, el segundo cultivaba unas tierras, de las que se recogía poco para el esfuerzo empleado. Así que se fueron a probar suerte en la pizarra.
Después de unos años duros, el primero consiguió ser el que transportaba la piedra, en una pequeña camioneta, Manuel, fue el capataz de la empresa.
Como su primo Juan, Manuel deseaba poder tener el carnet, para no ir caminando todos los días al tajo, pero como no tenía buena cabeza, y que él se consideraba aún menos capaz, no tenía auto. En aquella década del los años sesenta, no era difícil, conseguir dicho permiso, si se disponía de dos mil pesetas para pagar por él. Algo que no era muy lícito y con lo legal que era Manuel, no entraba en sus planes. Él, disponía de ese dinero, aunque estaba incluido en lo que guardaba, para comprar el vehículo, y si lo gastaba en el carnet, temiendo no aprobar a la primera, tendría que esperar a comprar el auto. Por lo que junto con su esposa decidió, que sería ella, que tenía una memoria maravillosa la que lo sacase. Ésta, vino a sacarlo a Ponferrada, a la recién estrenada autoescuela Victoria. Quedaba toda la semana, en casa de un familiar en las cercanías de Ponferrada. Debido a estar todo el día y que ella tenía buena memoria aprobó todo a la primera. Manuel y los niños quedaban en casa de los abuelos, mientras la mujer estaba fuera.

Para adquirir el coche, tuvieron que comprarlo a medias con Juan, que tampoco poseía la cantidad necesaria para comprarlo. Compraron un mil cuatrocientos treinta de color canela, y de segunda mano, por el que pagaron la cantidad de cuarenta mil pesetas, toda una fortuna. Repartieron el coche, en semanas, a no ser que tuviesen un viaje urgente, y lo necesitasen, haciendo uso del auto aunque no le tocase.

La mujer de Manuel, era muy buena de memoria, el vehículo, no era su fuerte, además no estaba práctica, debido a ello, pasó bastantes sustos. Las carreteras, no eran las mejores y para colmo, teniendo a Manuel, apuntando todo lo que debía hacer. Que tira por la derecha, que mete segunda, que aceleras poco, que aparca allí, acababa con la poca paciencia que la esposa tenía. Cuando conseguía hacer unas prácticas, acompañada del primo Juan, la mujer conseguía llevar el auto bien y sin agobios. Por el contrario, si iba Manuel ordenándole todo el rato no daba una. Pasó el tiempo y la mujer si iba en compañía del esposo en el coche, todo se le complicaba, por lo que tomó la decisión de dejar el coche. Al principio Manuel puso el grito en el cielo y dijo a la mujer:
¿Cómo vas a dejar de conducir?. Si lo dejas no podremos ir a ninguna parte si no es andando o a caballo.
Una vez más se dejó convencer. Siguió un tiempo, aunque ella no se sentía cómoda.
En una ocasión que llevaba los niños en el coche, y en el asfalto había un poco de hielo, al intentar apartarse de una camioneta, cargada de cerdos, donde el conductor se había despistado, a punto estuvo de marchar por el precipicio, suerte que un fresno grande, se lo impidió, ocasionando un buen porrazo al auto, y unos cuantos rasguños, a ella y los pequeños. Ese día tomó la firme decisión de abandonar, por mucho que Manuel insistiera, la decisión estaba tomada. Sabía que tenía que arreglar el vehículo, y el dinero, que invirtió en sacar el permiso, y comprar el coche, le dejaron sin un céntimo, pero aunque sus esposo se pusiese hecho un basilisco, no la convencería.

Tuvieron una gran trifulca, y aunque ella se sentía mal, por lo que hubiese podido ocurrir. No se dejó convencer, le dijo, que estaba decidido, que a ella no le gustaban los autos, y con lo intransigente que era él, estaba todo el día de los nervios, cuando sabía que tenía que conducir.
Manuel estuvo un tiempo enfurruñado. Después de arreglar la avería, tomó la determinación de venderle la parte a su primo, que su hijo mayor, estaba sacando el carnet. Perdería parte de lo invertido, y le daría facilidades, para que se lo abonase en plazos.
Fue así como en poco tiempo, volvía a estar sin coche.
Tentado estuvo de pagar por el permiso, ya aprendería a base de equivocarse, como hacían otros, pero haciendo siempre lo que creía correcto, dejó pasar la oportunidad. Por lo que cuando deseaba, hacer algún viaje, tuvo que pagar a un taxi, o recurrir al transporte público, que en el lugar donde residía tenía pocas opciones.
Tan solo cuando sus hijos crecieron, pudo comprar un auto para casa, y nada más cumplir los dieciocho años su hijo, fue lo primero, sacarse el carnet, y comprar un coche.