El seranu

La niña

Cuando con las primeras luces del día aquella niña de tan solo seis años despertó, vio a los pies de su cama una caja con unos zapatos blancos y un vestido de color blanco también con estampados de color rojo. Loca de contenta se lo probó todo y corrió a la habitación de sus padres para mostrárselos… y allí encontró una cama sin deshacer… allí no estaban ni sus padres ni sus enseres… solo una ventana entreabierta y un olor a vacío que impregnaba la estancia.

Ella sabía a pesar de su corta edad que aquellos regalos recibidos eran una despedida, una manera de decir adiós, un adiós en el tiempo que no sabía calcular pero que como en ocasiones anteriores siempre le resultaba eterno. Entonces entre sollozos se fue en busca de sus abuelos para abrazarse a su querida abuela y llorar… llorar amargamente como solo los niños saben hacerlo. Su abuela lloraba con ella al mismo tiempo que pretendía consolarla.

Aquella misma noche sus padres, mientras ella dormía plácidamente habían salido hacía el extranjero para continuar con sus trabajos como otros tantos años anteriores.Con lágrimas en los ojos y el alma en un puño encogida se habían despedido de ella mientras dormía dejándola al cuidado de sus abuelos maternos en aquel Silván de los años 70.

Su madre, subida en aquel coche de línea lleno de emigrantes, no podía pronunciar ni una sola palabra ahogada en una llantina silenciosa por tener que dejar de nuevo en el pueblo a aquella niña tan deseada. La historia se repetía año tras año y ella no acababa de acostumbrarse… sabía que la dejaba en buenas manos… pero el corazón no entiende de razones y el tiempo para volver a ver a su niña se le haría eterno… mientras su marido la abrazaba y le prometía que aquel sería el último año.

Y mientras tanto aquel coche de línea en marcha los iba separando, los iba alejando de su niña, de su pueblo y de su familia por aquellos caminos de tierra polvorienta. La niña pasaría aquel trance y volvería de nuevo a asistir a la escuela, volvería a sonreír, y volvería a jugar a ser pastora con el ganado, siempre bajo la tutela y el cuidado de sus queridos abuelos.

Llegó el duro invierno lentamente después del otoño, pasó la primavera y con los primeros calores del verano la niña saldría día tras día al encuentro de aquel coche de línea que iba y venía, un día y otro, siempre trayendo gente, siempre trayendo ilusiones. Y día tras día, decepcionada, volvía a los brazos de la abuela pero siempre con la esperanza de que pronto volvería a ver llegar a sus padres. Hasta que por fin el día tan esperado llegó y pudo reconocer sus voces tras los cristales de aquel viejo Land Rover que la llamaban para finalmente bajarse y abrazarse con ella entre lágrimas de emoción. En esta ocasión con el mayor regalo de todos… un hermanito recién nacido y la promesa de que ya no habrían más despedidas.