Avifauna de Cabrera
Cabrera, nuestro indómito terruño, la hoy más que nunca abandonada comarca leonesa, pero que aún conserva numerosos valores culturales, arquitectónicos y una gran riqueza en sus entrañas, en sus montañas y en sus pueblos. Bellas tradiciones de nuestro pasado que maravillan a cualquiera que nos visite.
El afán de sus gentes por sobrevivir en estas tierras, ha mantenido un paraíso natural digno de conocer y de preservar. En sus montes aun conviven el lobo y el águila real, corzos, ciervos, tejones, garduñas, gatos monteses, … y hasta el oso y el lince se acercan a estos parajes agrestes y olvidados.
Estamos a principios de abril, florecen en sus valles el espino, las jaras y caen los últimos pétalos de los cerezos, salen ya las hojas de los fresnos, los nogales y los chopos. Estamos a más de mil metros de altitud, caminando por una senda que bien puede ser un “carril de los romanos” a Las Médulas, donde el brezo y el cantueso están también en flor. El esplendor de la primavera nos emociona, y en una lastra de pizarra nos sentamos a descansar y contemplar estos paisajes. Me acompaña mi tío Alonso, como tantas veces en mis visitas a las brañas a atender las reses. No conviene venir sólo a la sierra. En un momento de placidez, repaso la gran diversidad de aves que nos rodean, y que tanto he disfrutado observándolas por estos lares.
Ha llegado el ruiseñor de su viaje a África, y canta melodioso al bello día, entre la maraña de los sotos que ahora echan los primeros brotes. Compite su canto con el del zorzal común y el mirlo, de tonos más aflautados. Arrulla cerca una torcaz, que anidará en la horquilla de un gran roble. Desde un lejano soto de castaños se oye el cuco, donde le hacen el coro pinzón común y curruca capirotada. Escuchamos el relinchar o risa de un pito real. Pronto llegarán las oropéndolas a completar el concierto.
Por las vacías calles de los pueblos vuelan silenciosas las golondrinas y los aviones comunes. A final de mes llegarán los vencejos, que con su algarabía de chillidos nos harán recordar a los niños en el recreo de las escuelas, ahora cerradas. Por los gallineros y patios de las casas merodean gorriones, colirrojos, carboneros y herrerillos. Y en algunos huertos aun cultivados por nuestros mayores, verderones, camachuelos y algún escribano soteño. En las laderas y baldíos encontraremos jilgueros, pardillos, verdecillos, escribanos montesinos y el escaso escribano hortelano. Y seguro que también al alcaudón real y un bando de abejarucos. En mayo llegarán las tórtolas y las codornices.
Le señalo a mi tío Alonso una garza real sobrevolando el rio, parece una flecha plateada en el fondo del valle, que se confunde con el reflejo de las claras aguas del Cabrera. Son escasas las aves acuáticas en esta comarca, pero martín pescador, mirlo acuático, ánade real y andarríos chico se pueden ver desde el lago de la Baña hasta su llegada al Sil. Frecuentan sus orillas las lavanderas blancas y cascadeñas, y últimamente algún cormorán grande.
Lo que si tiene nuestra Cabrera es aves de montaña, desde collalba gris y rubia, roquero rojo y solitario, tarabilla común, alondras, totovías y zorzales charlos, hasta todo tipo de aves rapaces y córvidos. Anida en sus cantiles todos los años la majestuosa águila real, que domina las alturas de la comarca con su inmensidad. Por sus laderas y pastizales podemos ver aguiluchos, el cenizo y el pálido, merodeando entre los brezales. Águila culebrera y aguililla calzada sobrevuelan las solanas, a la caza de algún reptil o de roedores. También alcotanes y halcón peregrino surcan vertiginosos estos valles, a la caza de alguna avecilla. Siguiendo la carretera a la búsqueda de algún animal atropellado vemos al milano negro, que disputa con cornejas, hurracas y cuervos los restos que pueda encontrar. Y a las brañas pronto llegaran los buitres leonados, siempre a la espera de alguna carroña. En recuerdo tal vez de los rebaños de ovejas trashumantes, pero que ahora son sustituidas por algunos hatos de vacas que pastan y limpian estos montes.
De la espesura de estos sotos nos puede sorprender la aparición súbita de un azor o un gavilán, raudos piratas alados. Donde también se oye el graznido de los arrendajos, auténticos centinelas del bosque, el tamborileo de un pico picapinos o la fuerte voz de una de las más pequeñas de nuestras aves, el chochín.
La presencia de rapaces nocturnas es evidente por sus voces. En las largas noches de enero cantaba el búho real, ahora suele ulular el cárabo y las lechuzas. Mochuelos y autillos son más escasos.
Pero dentro de esta biodiversidad, que muy sutilmente describo, espero encontrarme en este día, y poder mostrar a mi tío el ave más emblemática de estas cumbres de Cabrera, la perdiz parda, pardilla, charrela o charras, como le llamaban los lugareños. Estamos en uno de sus auténticos santuarios, donde se conserva la mayor población de la especie en toda la península.
La perdiz pardilla, que vive en una cota superior a la fina o roja, era la propia de las bouzas o gándaras de esta comarca.
Una forma tradicional de cultivar la tierra, donde se rompía el monte, se sembraba el centeno y al año siguiente ya se dejaba en barbecho. Estas campas eran el hábitat ideal de las perdices pardas, donde anidaban y vivían todo el año. Incluso en las fuertes nevadas aguantaban bajo un brezal, junto a una fuente o una mata de arándanos, acurrucadas para darse calor. Son unas aves que debemos estudiar, conservar y proteger, y desde aquí hacemos una llamada de atención a las administraciones competentes.
Mi tío Alonso se ha quedado dormido entre un escobar, al amparo de este dulce sol primaveral. No tenemos prisa, prefiero esperar a que se despierte. Mientras, disfruto con los prismáticos viendo el volar de un cernícalo vulgar que otea desde el aire, “teciendo” ante la suave brisa, a la caza de algún grillo. Oigo muy altas las voces de chovas piquirrojas, esas “chollas” de pico rojo que merodean las cumbres. Tengo la sensación de que estamos en el cielo.
Fdo: Alfonso Fernández Pacios.
Carucedo.