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El tiempo

A sus ochenta y muchos años, el tiempo era ahora lo que le sobraba. Las horas se dilataban, juntando un día con otro, lleno de monotonía, acercando a cada paso, un día más vivido, y uno menos por vivir.

Volviendo la vista atrás en sus comienzos, el día se esfumaba, como agua entre los dedos, ávido de explorar la vida, intentando ganarle la carrera. Recuerda…. sus ratos lúdicos detrás de una pelota, o corriendo junto al río saltando sobre las piedras que sobresalían, para intentar pescar algún pez despistado, o alguna trucha escondida debajo de estas. Se acuerda del abuelo, apoyado en el cayado, llamándole en vano, instándole a sentarse un poco a su lado, deseoso de conocer las nuevas de esa jornada, para apurar esas horas de un tiempo que ahora le sobraba. Cuando fue creciendo, llegaron sus obligaciones, que eran más cada día, para asfixiarle y acorralarle.

Cada nueva jornada se planteaba, soltar lastre y saborear esos tiempos para si mismo. ¡Vana ilusión!…

Por su condición de perfeccionista, exigencias de los que le rodeaban, cada vez las responsabilidades crecían, dejándole sin un pequeño respiro.

Cuando quiso darse cuenta, los años de cumplir sus sueños habían volado, atrás quedó la agilidad, la independencia, y esa economía boyante que nunca llegaba, los hijos ya crecidos; ese cuando sea…. Se fue olvidando.
Complicadas reuniones, sintiendo una mano en el hombro en señal de aprobación, contando su buen hacer y su responsabilidad. Superando ventas del año anterior, ascendiendo a gerente en una empresa, que cuando tuvo que prescindir de él, le trató como un número. Él, que pensaba que era….

Cumplió como padre, hermano, esposo, amigo. Había dedicado su tiempo a todos, olvidándose de él.

Apoyado, en el quicio de la puerta, enganchado al cayado como en otro tiempo, su abuelo lo hiciera. Solicita, la atención de su hija, pide que se quede un poco, anhelando enterarse, el nuevo ascenso que le han dado. Al pequeño, que rebosando de tareas escolares, le dedique solo unos minutos, antes de salir corriendo, detrás de la pandilla que camina hacia la plaza.¡ Le gustaría tanto, saber de sus logros, sus fracasos, pudiendo aconsejarle!. Pero la adrenalina, que inunda aquel pequeño cuerpo, le empuja a salir pitando, para no perder ni un segundo de ese tiempo, que al pequeño, parece escapársele.

Un día tras otro, como si fuese una letanía, repite las mismas acciones, pero como siempre, cada uno absorto en lo suyo, no lo ven, no se enteran; persiguiendo una carrera, que casi nunca se alcanza.
Se alza, para que le escuchen, sube el tono, por si da resultado, pero nadie parece interesado, en parar un solo momento.
Ahora, después de sus ochenta y tantos consumidos, ve que hacen con él, lo mismo, que antaño él hacía, quieren adelantar al tiempo, vivir con avidez cada momento, sin darse cuenta, que al bajar por la pendiente de la ansiada meta, se han dejado, las vivencias por el camino, atragantadas, sin poder saborearlas y aprender de ellas.

Con una nueva jornada, reclama la atención de las personas que llegan a su vida, los que podían escucharle, la mayoría se han ido. Los que están, simplemente no pueden, o no tienen tiempo para esos mayores. A veces se quiere, pero la vorágine diaria, absorbe hasta el mínimo segundo que queda. Se vuelven invisibles, y se les suele dejar a sitios habilitados para ellos, queriendo creer que con los de su edad, están mejor. Esos lugares pocas veces son de su agrado, si alguna vez se preguntara.
Para cuando se van. ¡ Se les suele echar tanto en falta.! Aparece la culpabilidad, el no haberles dedicado un poco de ese tiempo, de escuchar, de estar más atento.

Puede sonar repetitivo, pero lleva siendo así desde que el tiempo, es tiempo. Unos hoy, otros, mañana, los predecesores, en otras épocas. A cada uno que llega, le sobrará ese tiempo, que años atrás, tanto ansiaba.
Suena a triste, es esclavizante, pero no hay nadie, que escape al tiempo.