El sitio de mi recreo
Tuvieron que ser los acordes de la canción de Antonio Vega, El sitio de mi recreo los que devolvieron años atrás a la memoria de Magdalena aquellos primeros años de su infancia correteando alrededor de aquella desaparecida escuela.
Debido a la escasez de juguetes con los que poder divertirse, los pequeños con cualquier artilugio, fabricaban los suyos propios
La pequeña Magdalena, a igual que sus vecinos, jugaban en los momentos que podían y no eran reclamados para algún “mandado” como se solía decir, en los juegos heredados, e incluso inventados
Hacían largas carreras, mientras se divertían jugando al Escondite, o a Tres Navíos en el Mar, al Lori con y sin cadenas, escondidos esperando a otro grupo que los descubriera. La particularidad del Lori, era que al descubrirte, si te alcanzaban te zurraban, con una vara larga de roble, con sus ramas pequeñas en la punta, con las que si eran verdes, hacían más daño, pero no arañaban como cuando eran secos.
A la Billarda, a la que las niñas tenían muy poco acceso, por ser considerado un juego de hombres, en el que se golpeaba, un pequeño palo afilado en ambos lados, situado en el suelo, sobre una pequeña elevación en un borde. Con otro palo más largo llamado Palen se golpeaba el que estaba en el suelo, haciéndolo brincar. Si se era hábil, se golpeaba de nuevo, en el aire, haciendo que el golpe fuera mayor y lo llevase más alejado. Ganaba el que lo enviase más lejos. Magdalena era una de ellas, por los que sus compañeros del sexo opuesto, la respetaban y admiraban a la vez.
Entretanto, las féminas en gran mayoría, pasaban el recreo, jugando al Pañuelo, al Corro mientras recitaban alguna canción, a la Piedra o también llamada Raya. El Pañuelo consistía en recorrer por la parte de fuera de un circulo mayor o menor según la cantidad de infantes, soltándose el pañuelo en la persona elegida.
La Raya, consistía en unas líneas trazadas en el suelo, y a pata coja se empujaba con el pie para pasar de recuadro, teniendo especial cuidado, de que dicha piedra saltase la raya, y sin pisar la misma al ir sobre un solo pie saltando. Llegado al recuadro se podía descansar, e ir avanzando hasta tener terminados todos los cuadros. Claro, que al lanzar la piedra a los cuadros más alejados, debía calcularse el impulso para que no se pasase, quedase encima o muy cerca del trazado. Si quedaba encima, perdías, si estaba muy cerca de la raya era difícil sacarla. En estos juegos, había algún muchacho, bien por ser más cohibido, ó los que le gustaba estar cerca de las muchachas, para rozarlas, o incluso tocarlas, sin que su masculinidad se viese peligrada.
También había otro juego llamado Santos, Almendruños, Garza etc, (dependiendo de los lugares), en que se depositaba en el terreno, con un pequeño hoyo una espacie de sello, aunque más grande, recortado de las cajas de cerillas, que con un buen lanzamiento de una pequeña piedra, con bordes bien pulidos o un trozo de goma gruesa, como el de una suela de zapato viejo, se sacaban del pequeño hoyo y del circulo que lo rodeaba. El que conseguía sacarlo, se apropiaba de lo ganado, dejando al propietario con menor cantidad, llegando en ocasiones, a ganar muchos, como a perderlos todos.
Las peleas entre bandas, denominadas Guerrillas, donde dos muchachos más fuertes y avispados, de distintos barrios, elegían a su pandilla, y donde tuviesen el lugar de juegos de cada grupo, expropiarle juguetes, bien comprados, o hechos por ellos, y enseres que tuviesen en el lugar, llevándolos al campamento propio. Cuando era mucho lo sustraído, se preparaban trifulcas. Animados por cada líder, peleaban con botes de agua, palos, que representaban armas, algún tortazo y patada que otro, para justificar la victoria. En esos días era raro el que no salía en mayor o menor medida alcanzado, uniéndose incluso con otras pandillas de algún otro barrio más alejado, para intentar vencer a los que se querían adueñar de todo y llevar la voz cantante.
Ya cuando la edad despuntaba, era asiduo, jugar a las Prendas, en las que cada individuo aportaba una propiedad (un pañuelo, una pulsera, un zapato), lo que no tuviese mucho valor, si se podía, ya que si no se cumplía con lo mandado, el objeto no era devuelto. Era la ocasión perfecta, para dar un beso al o la persona objeto de su amorío. En otros momentos, se obligaba a beber, o abrazar, a la persona odiada, por lo que no era nada gratificante.
Con el tiempo fueron cayendo en el olvido, y no siendo el balón y la cantidad de juguetes adquiridos, hoy es difícil ver pequeños jugando en la calle, dubitativa se lamentaba Magdalena, con un deje de añoranza, en la recta final de su existencia, y visualizando en su mente aquel pequeño patio, que rodeaba la escuela, donde acudían muchachos de diversas edades, y que se hacía pequeño, para la afluencia de pequeños.
Se acabaron las tropelías de chiquillos, siendo muy difícil escuchar sus voces, esas que en otros tiempos, alegraban a unos y torturaban a otros, que cansados del trabajo diario, intentaban cabecear un ratito en las horas centrales del día.