El seranu

El adiós

Cuando aquella mujer cerró la puerta de su casa por última vez, dos lágrimas se deslizaron por sus mejillas y cayeron a plomo contra el suelo.

Apenas podía respirar porque con aquella vuelta de llave decía adiós a toda una vida antepasada, allí se cerraba una etapa de su vida, se quedaban tras aquella puerta recuerdos y vivencias que llevaría ahora grabados en la memoria.

En ella había entrado recién casada, ilusionada, feliz y de ella salía años más tarde apenada y triste.

Cerraba aquella casa ahora vacía, para salir en busca de un futuro mejor en las tierras del Bierzo.

En aquella casa había construido durante años y con mucho esfuerzo su hogar junto a su marido, allí había tenido a todos sus hijos, y allí a pesar de vivir humildemente habían sido todos muy felices.

Delante de la puerta un nogal desnudo, que tanta sombra le daba en las tardes del verano, parecía ahora querer despedirse también de la familia pero no le quedaban fuerzas.

En la parte de atrás quedaba un pequeño cortinallo y unos corrales ahora yermos y vacíos.

Habían podido venderla junto a todas las tierras y el ganado en una subasta pública y con aquel dinero habrían comprado otra en un pueblecito cercano a Ponferrada, lugar que se le ofrecía más próspero y con más futuro, y se habrían unido así a otras muchas familias que habían decidido también abandonar el pueblo.

Se despedía así de lo que había sido su hogar y junto a sus últimas hijas y su marido se subió por fin a un carro tirado por una pareja de vacas y con el que tanto habían trabajado en aquellos valles y tierras que ahora dejaba para siempre.

Y en aquel carro cargado de grandes arcones llenos de enseres personales, de maletas y de recuerdos, llenos de vida y de nuevas ilusiones iniciaban un viaje sin retorno.

Los vecinos apenados salían a su encuentro, a despedirlos mientras dejaban atrás el regueiro, la fuente, la ermita, y un pasado que ya no volvería.

Atravesaban el barrio lentamente mientras las primeras luces del alba encendían un día triste, gris e inolvidable para ellos.

Las hijas revoloteaban subidas al carro, ajenas a su angustia, mientras ella decía adiós en su interior a su pueblo, a sus gentes a sus raíces.

Poco a poco el sonido de aquel carro chillón por aquel camino de tierra los iba alejando de su querido pueblo y a su vez los iba acercando a una nueva vida.