El seranu

Cincuenta años después

Como tantos emigrantes, que a lo largo de la geografía española, salieron de su lugar de origen, embarcándose en tediosas travesías que casi un mes más tarde, les dejaba en las costas de un nuevo continente, allí en la punta más al sureste, en el país Argentino, instalaron su morada la familia Cabo Arias.
En las inmediaciones de Mar del Plata, en el extrarradio de la ciudad se asentaron en una humilde casita con un pequeño huerto, donde sembraron semillas llevadas de España. Allí además de otros productos sembrados, siempre había unas coles altas, y más duras que soportaban bien el frío llamadas en su patria chica “colinas”. Con esa verdura preparaba Manuela el caldo que Antoñito recordaba. Aquel caldo que su tía abuela Rosario, cocinaba y él tanto evocaba, cuando tuvo que emigrar a la Argentina junto con sus padres
Antonio con sus cuatro años, recordaba vagamente la casa de sus abuelos. La abuela fallecería breves años después de su partida, debido a su precario estado de salud. Su abuelo, descansaba en algún lugar de la isla cubana, donde intentó buscarse un porvenir para los suyos, del que nunca regresó.
Lo que más se le venía a la mente, eran los tíos de su madre Rosario y Eloy, y sus hijos con los que convivió en sus primeros años, pero sobre todo el sabor del caldo, que su tía preparaba como nadie, aunque este fuera una de las pocas cosas que cocinaba bien.

Cuando partieron para Argentina, Manuela su madre, iba en avanzado estado de gestación y aunque no esperaba el nacimiento hasta días después de la llegada, su hermano se adelantó, debido quizás al estrés del viaje o lo que fuese, Héctor nació en plena travesía, en un número de latitud y longitud determinado en la inmensidad del océano Atlántico. Éste no tenía un lugar con nombre, para ubicar su nacimiento.
Allí comenzó el colegio el pequeño Antonio, más tarde sería su hermano Héctor el que se incorporaría. El primero tenía pequeños destellos de una época temprana en España, más concretamente en la comarca cabreiresa nacimiento de sus padres y de él mismo..

Cincuenta años después, fallecida Manuela, su madre, y su padre ya bastante deteriorado, Antonio y Héctor decidieron venir a España, pues en sus trabajos se lo podían permitir, a pasar un mes de vacaciones, visitando otras zonas aparte de su querida Cabrera.
A la llegada a Madrid, encontraron un paisano suyo de la misma zona que al encontrarse lejos entablo una amistad con ellos. Este se llamaba Orlando y descendiente de españoles de la zona del Bierzo, pero de los que casi no tenía datos. Como Orlando viajaba solo y ellos dos también, juntos recorrieron zonas y ciudades del norte de España aparte de Cabrera. Hicieron amistad e invitaron a Orlando a conocer su tierra
Cuando llegaron al lugar de nacimiento de Antonio, les esperaban sus parientes, y la casa donde el había nacido, hoy está remodelada, en uso como casa de turismo rural. Pero las puertas de acceso a la casa y al corral, siguen siendo las mismas, aunque restauradas. Antonio a sus cincuenta y cinco años, no puede por menos que emocionarse, todavía, la estructura original sigue, y al cerrar los ojos, recorre las estancias en sus recuerdos, parándose en los que antaño, fue el gallinero y el horno, hoy siendo parte de la cocina, la habitación que daba al corredor, hoy una galería donde se divisa parte del Morredero, La Guiana y hasta las peñas de Ferradillo. Al llegar a este rincón, el recuerdo de su madre y su abuela, se cuela en el pensamiento. Héctor, su hermano conocedor del recuerdo tantos años guardado, le sigue a escasos metros de distancia, con la compañía de Orlando y de su prima, callados, para no romper la magia de tantos años después. Sabedores de tanto acumulado en su mente lo dejan que vaya solo. Antonio, sin apenas darse cuenta, acaricia las piedras, esperando que ellas le den un atisbo de vida, ahora fluyen en su mente aquella mente de niño, las estancias una por una, la abuela, su madre y aquel pote ya ennegrecido, pendido encima del fuego, en la parte más alta del llar. Mira y recorre cada rincón, todo está cambiado para bien. Hoy ellos se alojaran en esa casa por expreso deseo. Mientras descansen en esas alcobas, las mentes de Antonio y Héctor, aunque con más intensidad en el primero, sentirán, que un recuerdo común a ellos, el de esos seres queridos que les precedieron, y bajo ese techo caminaron.
Orlando por su parte, se siente inundado de un deseo, que él no ha podido cumplir, saber de sus ancestros. Una persona sensible y muy emotiva, que ha impresionado a todos que le recibieron. Debido a su baja estatura, la prima de sus convecinos, le bautizo con el nombre de Pucheiro, no como algo peyorativo, si no como algo pequeñito, que siempre hay que cuidar.

Cincuenta años después, su querida tía Rosario no está, ni tampoco su tío. De sus primos, solo viven las dos mujeres, Juan con el que más jugaba, también se ha marchado. De éste, están sus tres hijos y su esposa que intentan de hacerles sentir bien, y tratarles como su primo hubiese hecho.

Terminadas las vacaciones toman rumbo otra vez a su hogar, a las costas del océano Atlántico, en Argentina, cerca de la ciudad de Mar de Plata. Antonio aunque echando en falta a los que se han ido, lleva una satisfacción en el alma, que puede verse en sus ojos. Por fin volvió a encontrar sus raíces, y hasta el día de su marcha obligada, guardará en el corazón.
Orlando “alias Pucheiro” seguirá buscando, a ver si la fortuna, deja un reencuentro como el de sus paisanos.

Desde esa fecha, cuando la situación económica lo ha permitido, han regresado otras veces a España. Mientras los Pesos y la salud lo permita. Volverán alguna vez, aunque son conscientes, que como ellos, los de aquí también se van apagando.