El seranu

Durmiendo con su enemigo

Clara, había nacido en un hogar desestructurado, donde su padre, la mayoría del tiempo lo pasaba en el bar, gastando lo que no poseía. Su madre, lo que el marido le daba para la manutención y el hogar, lo gastaba en cosas banales, sin pararse a pensar en lo que necesitaban. Al igual que su esposo, el trabajo no era su mejor virtud. Poseían unos terrenos, que si sembraban, no se acordaban más de ellos, hasta la recolección malográndose siempre, y los empleos que encontraban duraban, un suspiro. Siempre eran los demás los que le hacían la vida imposible.

Clara, fue la más pequeña de cuatro hermanos, dos muchachos y otra chica. Los primeros, heredaron buena planta como el progenitor. En ella, no destacaba nada, en apariencia, que fuese digno de mención. Parca en palabras, de mirada huidiza. Los que la conocían bien, sabían que era muy cariñosa y sensible. Arrastrados quizás, por los problemas en el hogar, la falta de lo más básico, hacía que la muchacha se mostrase huidiza.

A sus dieciséis años, conoció a Alberto, de uno de los pueblos cercanos de la zona. En más de una ocasión, pensaba Clara… ¿Cómo la habría elegido?. Él, de un metro ochenta de estatura, una cara perfecta, con unos ojos enormes de color azul. Además de una labia que a todas las chicas llevaba de calle. Ella, una simple del montón, cuando vio que le hacía caso, quedó colgada de él.

Alberto, al igual que Clara, no respiraba buen ambiente en su casa. Solo recuerda el cariño, que su abuela materna le prodigaba. A su padre no le conoció, había sido fruto de un amor pasajero. Su madre, a caballo con las drogas, terminó con una sobredosis una noche, cuando el chiquillo contaba solo seis años. Su abuela fue el referente, de lo que una madre puede ser. Mayor para hacer se cargo del pequeño, la mujer le permitió todos sus caprichos. Siendo un adolescente, ya tuvo sus primeros encontronazos con la ley.
Había tenido, unas cuantas relaciones cuan conoció a Clara, además de dos retoños de los que nunca se responsabilizó. La pobre de la abuela, por miedo a sus ataques violentos, siempre le respaldaba.

Como ya he apuntado, Clara, no sabía si lo tenía o lo soñaba. Ávida de cariño, se aferró a él, como un clavo ardiendo. El primer tiempo de convivencia, resultó ser maravilloso para la joven. Vivían en casa de la abuela, y aunque la anciana no le ponía buena cara, para la joven todo era perfecto. Todos los errores que cometía Alberto, los pasaba por alto, solo deseaba que estuviese con ella. Clara, hacia trabajos intermitentes, aquí y allá, en lo que podía. Él, siempre buscaba un trabajo, o negocio, que nuca salía. Amparado por la abuela, que surtía sus necesidades, y ahora un poco por Clara, ya no necesitaba más.

Al poco tiempo de ir a vivir con Alberto, Clara quedó embarazada. Para la joven fue toda una alegría, no así para su pareja, que solo era un revés para sus intenciones. La anciana, por su parte veía como se le ampliaba la familia, y no sabía que hacer.
La muchacha, trabajaba dos días por semana en una pastelería, y otro limpiando en una casa particular. Cuando el embarazo avanzó, sus jornadas de trabajo se extinguieron, esperando con ilusión el nacimiento del bebé. Alberto, por su parte seguía persiguiendo quimeras, sus sueños nunca llegaban a materializarse.

La joven, trataba de animarle a buscar trabajo, y lo más cerca que tuvo, fueron dos meses, en un aserradero, que cansados, de que siempre tuviese excusas para llegar tarde al trabajo, optaron por no renovar su contrato.

Cuando la pequeña Esperanza vino al mundo, fue el mejor regalo para su mamá, a pesar de las dificultades. Se volcó en su hijita, llenándola de amor, de ese amor que ella tanto había echado en falta. Alberto, ahora que Clara estaba ocupada, tenía más tiempo para liarse con otras, y más de una vez pasaron dos o tres días sin aparecer por casa, cosa que a la joven le hacía sufrir. Por su parte la anciana, cada día se portaba peor con Clara.

Después de tres meses aguantando de todo, y el dolor por el abandono de su pareja, decidió volver a casa de sus padres. Al principio no aceptaron de buen grado, pero como no tenía otra opción accedieron. Igual que en sus años de infancia, las necesidades básicas, eran deficitarias. Por eso tomó la decisión, de dejar la niña con sus padres y ella trabajar para sacar a su hija adelante. Aunque a regañadientes cuidaron de la pequeña, para que Clara trabajase.

Por unos meses Clara se dedicó a trabajar, y al cuidado de la pequeña. En su ausencia sus padres se hacían cargo. Un día apareció Alberto, y dijo que se llevaba a la niña, que era su hija. Los padres de la joven se opusieron, pero agresivo y violento como era, empujó al abuelo y a la mujer la zarandeó hasta que le quitó a la niña.

Cuando llegó la joven, se sintió morir, Alberto se había llevado a su pequeña del alma.
Con ayuda, Clara consiguió llevarse a su hija, de nuevo. Alberto por su parte, no le tenía especial cariño a la pequeña, simplemente era algo con lo que el podía sacar beneficio.

Clara regresó a casa de sus padres con la pequeña, Alberto por entonces ya tenía otra novia. Aunque, saberle con otra persona le hacía sufrir, por su hija trato de olvidarse de él.

Pasó un tiempo, ya la pequeña empezaba a dar sus primeros pasos. Clara estaba deseando regresar del trabajo, para estar con Esperanza. Con su empleo cubría los gastos de la niña y de ella, aportando una cantidad para ayudas en la casa. Lo demás lo guardaba.

Un día cuando salía del trabajo, apareció Alberto con otra chica, una mujer muy llamativa. No paraba de burlarse de Clara, llamando la atención de la otra chica. Los dos se reían mientras la madre de su hija, se alejaba sin escucharle. Él, en un arranque de ira, acelera el coche y atropella a Clara. Desde el suelo ésta pide socorro, está malherida, y antes de que aparezca nadie alertados por los gritos, el joven le propina un puñetazo que la deja inconsciente. Con la ayuda de la chica que le acompaña, que está como ida, meten a Clara en el coche, la llevan unos ochenta kilómetros del lugar. Le ata un hierro al cuello, y la empuja desde un saliente de la carretera, que bordea el embalse, en un recodo, alejada de las poblaciones y poco transitada.

Está anocheciendo. Satisfecho con el trabajo, sube al coche de nuevo donde su actual acompañante, esta adormilada, con el cuerpo hasta arriba de alcohol y otras sustancias. Le cuesta procesar lo que ha ocurrido. Decide, hacerse más dormida de lo que está, para que la deje en su casa y alertar a las fuerzas del orden. Pero Alberto tiene otros planes. Al pasar por el puente que da al río cercano a su casa, pensando que la joven sigue borracha y dormida. Para, e intenta sacarla del auto, para empujarla al río y no dejar testigos.

Es noche cerrada y la joven trata de zafarse de las manos de su asesino. Pelean y la muchacha en el suelo, ya se da por vencida, de repente encuentra una piedra. Con sangre fría, le ve acercarse para empujarla. Ella, le golpea con el pedrusco en un ojo cerca de la sien, se tambalea Alberto, queda unos instantes atolondrado, aprovechando ésta a trompicones para huir a la carrera. Él tarda unos minutos, en centrarse de nuevo, antes de arrancar el coche, tiempo que la muchacha ha aprovechado.

Ve cercanos los focos de su perseguidor, pero como un milagro, aparece otro auto, en dirección contraria, viéndola correr ensangrentada trata de ayudarla. La muchacha le pide que le lleve a la policía, instándole a marchar. Alberto al ver el otro coche, decide dar la vuelta y alejarse. Ya habrá otra ocasión, piensa. Ahora lo importante es ir por la niña, llevarla a donde ha quedado y recoger el dinero.

Llega a la casa de los padres de Clara. Aporrea la puerta para que le abran. Le han visto desde la ventana, y deciden no abrir a pesar de los golpes. Alertados los vecinos intentan mediar, pero está fuera de si, y armado.
Avisados por el coche que socorrió a la chica, la policía va en su busca.

En el transcurso del camino, reciben la alerta de que posiblemente el joven que buscan, está en la casa de los padres de joven, montando gresca. Allí le encuentran, golpeando la puerta, con un hacha como un poseso.

Sus inquilinos, se refugian en el desván, mientras un grupo de vecinos, tratan de disuadir a Alberto, pero este no escucha y les amenaza, incluso agrediendo a uno que se acerca. Momentos más tarde llegan las fuerzas del orden, y todavía se envalentona más, teniendo que abrir fuego al aire, pero aún así sigue golpeando con el hacha, y encarándose a la ley. Imposible acercarse a él. Entretanto, llega otra patrulla silenciosamente se acercan por detrás, quitándole el machete.

Con el forcejeo hace que Alberto caiga al suelo. Momento que los otros compañeros de la ley aprovechan para esposarle. Los abuelos de la pequeña, salen aliviados, y exponen sus temores por la tardanza de la hija. Los agentes, le confirman lo que la otra joven ha testificado, y a la mañana siguiente hallan el cadáver.

Clara, estaba en el fondo del agua, debido al peso que colgaba de su cuello.
En la reconstrucción de los hechos, no dio muestras de culpabilidad, más bien de desafío.
Después de los años que pasó en prisión, nunca se acordó de su hija. Cuando salió en libertad, no la buscó si quiera.
Clara, fue un tropiezo en el camino, aunque ella, mientras vivió no dejó de amarle, sin saber que dormía con su enemigo.