Cuento de Ñavidá
Vivía aquel hombre al final de un pequeño barrio,en la última casa, rodeado de valles silenciosos, de un pequeño regueiro que bajaba alborotado, y de muchos nogales que sombreaban y marcaban con rigor todas las estaciones del año
Alejado de los vecinos pero rodeado de plena naturaleza y de plena tranquilidad y acompañado por sus rebaños de cabras, por sus gallinas y algún perro fiel. Su mujer se había ido prematuramente hacía unos años ya después de haber dedicado su vida a él y a sus dos hijas, que la vida había llevado por diferentes países, por diferentes ciudades como otros tantos vecinos. Siempre lejos físicamente de su pueblo natal y siempre cerca con el pensamiento.
Y ante aquella soledad acostumbrada, quebrada por aquellas cartas de sus hijas que llegaban salvando distancias vivía aquel hombre a las puertas de la Navidad, que se presentaba fría como otras tantas, al abrigo de montañas nevadas y de una cocina de leña. Y mientras se acercaban estas fechas las familias se iban reuniendo, las calles se iban llenando de niños y el pueblo se iba cargando de Navidad.
La distancia, los trabajos, la vida de la ciudad y su negativa de abandonar el pueblo e ir a la ciudad habían hecho imposible el reencuentro con sus hijas en años anteriores. Pero aquella noche, mientras el pueblo dormía y después de recorrer muchos kilómetros llegaban dos coches rompiendo el silencio y rompiendo la ausencia de muchos años. En ellos, sus propias hijas con sus familias que se habían aunado para acompañar a su padre en estas fiestas tan señaladas.
Y mientras aquel hombre dormía, pareció escuchar una voz familiar que le llamaba desde el camino que lleva a la casa, entre nogales desnudos por el invierno, como tantas veces lo habían hecho de niñas a escasos metros de la puerta. Pensó que la imaginación le traicionaba, creyó estar soñando… pero a una voz se le unía otra que le llamaba sin cesar mientras se allegaban a la casa. Se levantó y alcanzó a mirar por la ventana… sus lágrimas brotaron de repente de sus ojos vidriosos y la emoción ahogaba su garganta viendo como sus hijas, aquellas niñas ahora con sus familias se acercaban por aquel camino cargadas de equipajes, cargadas de Navidad.
Emocionante relato, Arturo. Aúna muchos aspectos que se han repetido a lo largo de los años en La Cabrera y en tantas otras zonas: la soledad del que se queda, el anhelo del reencuentro, la eterna emigración y sobre todo, las ganas de volver a la tierra en la que nacemos.