Con el libro bajo el brazo
Rondaba la cincuentena, con un traje gris descolorido, después de días de uso, y sin perspectivas de cambio, una camisa blanca desgastada, de un color amarillento principalmente en cuello y puños. Componía el atuendo un sombrero negro de fieltro y unos zapatos del mismo color, que en otros tiempos fueron lustrosos. En época de frío un gabán marrón oscuro componía su atuendo y un libro de pastas color café ,que por el lado interno aún podían vislumbrase, tintes de un color burdeos original.
Recorría los poblados con su libro bajo el brazo. Cuando se encontraba, con enfermedades, sucesos y problemas cotidianos, abría su libro y después de unos momentos revisándolo emitía su opinión. Alguna vez acertó con sus remedios, pero nunca a nadie hicieron mal.
Con el boca a boca de sus paisanos fue creciendo su fama y ya se hablaba de él en pueblos aledaños a su capital.
Los niños, cuando sabían de su llegada, acudían en tropel a escuchar sus historias, de héroes, villanos, viajes, sucesos y aventuras de cualquier tema. Todos los escuchaban en silencio, solo alguno, más impaciente le era complicado llegar al final.
La gran mayoría oyéndole, se creían hasta los salvadores del mundo.
Cuando se acercaban las fechas en que el Hombre del Libro llegaba a los pueblos todos lo recibían con entusiasmo, y la mayoría le agasajaba con lo que su economía les permitiese. Con dinero pocas veces era obsequiado, por lo que su indumentaria, no tenía muchos viso de cambiar. Comía, dormía y mal pagaba sus más acuciantes necesidades, mientras se decía: Lo demás puede esperar.
Ahora desde que su fama había crecido, las visitas a sus primeras poblaciones se iban espaciando, y tanto niños como mayores le echaban en falta.
En lugares rurales más alejados y pequeños, su visitas eran especiales, ya que los habitantes de dichas zonas al distar horas de los núcleos más concurridos, su llegada se consideraba un gran acontecimiento. Allí el señor del Libro, era el que traía las novedades y sucesos que ocurrían a nivel local, nacional e incluso alguno internacional. También era en esos lugares donde mejor se sentía, compartiendo con sus moradores lo que tenían y en contacto con la naturaleza de la que gustaba decir: ¡Siempre se aprende!.
En uno de esas visitas, apareció un niño que los demás consideraban diferente, debido a un problema de nacimiento. El cual, tenía un retraso en el lenguaje, y aunque tenía edad para saber leer, todavía lo hacía con dificultad, costándole entender los textos. Ese día se acercó al señor del Libro, y en un momento de descuido del hombre, el chiquillo abrió el libro por una página, al principio, la vio vacía, paso otra y otra y estaba igual, iba a ponerse a llorar, pero cuando lo cerró y abrió de nuevo, encontró unas páginas repletas de dibujos fantásticos, con sus palabras, que se iban colocando según el niño necesitase, leyendo de carrerilla, además de comprender el texto. Sin que nadie se hubiese dado cuenta, el pequeño depositó el libro donde estaba, y se alejó lleno de alegría, ahora se dijo: Por fin puedo leer y entender el significado de lo escrito, esto es mágico, espero que mis compañeros, me consideren un poco mejor, aunque diferente.
El libro, fue la clave, para que el pequeño, tuviese esa fuerza que da creer en uno mismo, que todos sin duda poseemos, pero que cuesta mucho, pensar que se tiene.
El señor del Libro siguió recorriendo las poblaciones con éste bajo el brazo, a buen seguro, que para otros fue fuente de inspiración, imaginación, sabiduría y entendimiento entre sus textos.