El seranu

Como cada día

Como cada día de la semana José Pedro, a sus sesenta y siete años, ya jubilado, tenía la tarea de acercar y recoger a sus nietos al colegio cercano. Éste era una persona que se agobiaba por todo, meticulosa que tenía el día programado y organizado, cuando algo o alguien le torcía las ideas y tenía que cambiar de planes, se ponía muy nervioso, quejándose de todo, con los que tenía cerca y los no tan cercanos con los que se llevaba bien. Todos cuando le veían aún siendo de un día sin altibajos, sabían que se quejaría, haciéndose la victima de todo lo que le sucediese. El no era culpable, siempre los demás eran los que descontrolaban su vida, y él, una pobre victima.

El lunes por la mañana, cuando iba a llevar a sus nietos al colegio, de camino también llevo la fiambrera con la comida, que sus hija y nietos consumirían, ya que como su hija trabajaba muchas horas en la empresa que el había fundado, y ella en la jubilación de su progenitor, había heredado. En el traspaso de gerencia, José Pedro no las tenía todas consigo, ya que era un negocio que factura buenos dividendos, y aunque el alardeaba de progre, llevar las riendas una mujer no lo veía, pero ésta demostró con creces que no era una sombra de su padre, sino toda una ejecutiva.

Lo que más temía la hija de José Pedro, era cocinar, no se le daba bien y a su marido, aunque ponía interés, tampoco. Así que la esposa de José Pedro, que todavía estaba en activo, después de salir del trabajo junto a su única hija, cocinaba para todos.
Ese día en cuestión, llevaba en el tuper, pollo estofado con su jugo, y no se le ocurrió otra cosa que cargarlo al hombro. El utensilio iba lleno, teniendo que caminar por la calle ligero, ésta no era la mejor posición para llevarlo, por eso al no ir alineado y en posición recta, fue vertiendo parte del líquido por la cazadora del hombre y como ésta era de un tejido para el agua, tipo chubasquero, resbaló por la prenda, para caer de lleno en toda la pernera del pantalón por la parte de detrás.

Dejó el encargo en casa de su hija y salió ágil camino del colegio con los pequeños. Estos ajenos a lo que no fuesen sus juegos, no repararon el desaguisado del abuelo, éste tampoco, pues el olfato, lo tenía un poco atrofiado. Caminaron un buen trecho de camino, hasta el colegio, por una de las calles más transitadas de la villa. A pesar del fuerte olor a pollo que desprendía ni él ni los chiquillos se percataron de nada.
Nada más rebasar las puertas de la escuela, una señora, de esas que se creen saberlo todo y estar por encima de los demás, le comenta:
¡José Pedro, pero hombre, como vienes!, tienes toda la parte de atrás del pantalón chorreando aceite, a parte de un olor a pollo que mata.
¿Pero no teníais empleada de hogar? Añade. ¡Hay que andarse con cuidado con lo que nos está viniendo, que aparte de no trabajar como antes, son unas frescas!.

El hombre detestaba a la mujer, porque ésta gozaba cuando su creída superioridad, empequeñecía al adversario, y contestó:
¿Marisa, que demonios estas diciendo?
¡Eso, como te dije!., contesta ella. Un hombre como tú de los de la vieja escuela, de una familia de abolengo que se pasee por la calle de esta manera no es normal. A parte cuando se enteren o te vean, los que te conocen y no son pocos. ¿Qué pensarán?.
José Pedro, deseaba fervientemente verter toda su ira, contra la mujer, pero en lugar de eso se fue dejando a Marisa con la palabra en la boca, sabedor de que en menos de lo que canta un gallo, se enteraría parte de la ciudad, de su percance.

El hombre se encaminó a su casa tratando de meterse por calles menos transitadas, acortando el camino, pero todo parecía estar en su contra, ya que no dejaba de encontrarse con gente por todas partes, y en una ciudad pequeña como la suya, todos se conocían. Entra en el portal, mirando hacia todos lados, para ver si alguien le ve, por suerte el rellano y la entrada al ascensor están vacías. Se introduce en éste y con la misma rapidez, en su piso. Al entrar resopla aliviado. ¡Por fin en casa, exclama!. Allí en su hogar se siente seguro y más aliviado, aunque el bochorno no se lo quita nadie.
Mientras se cambia de ropa y deja la sucia en cubo de la ropa, repite para si mismo, sacando la rabia que lleva dentro. ¡Esto ,es culpa de Soledad!, ¡mira que dejarme la fiambrera, de esta manera!. No hace nada bien. Y Mercedes no ha llegado, otros días ya está faenando en la casa, pero hoy… Quizás tenga razón Marisa ¡Éstas, cuanto le das la mano, te cogen el brazo entero! ¡Si lo sabré yo!.

En estos monólogos consigo mismo, llega Mercedes la empleada de hogar. Al abrir la puerta, se da cuenta que hay alguien dentro.
¡Hola, buenos días, comenta!:
José Pedro, hecho una furia sigue repitiendo su letanía, esta mujer no se fija en nada, y así me pasan las cosas. Y Mercedes no llega. De repente oye ruido, y se calla. La empleada va a su encuentro. Ella al verle por allí comenta:
¿Pero jefe no iba usted de paseo por las mañanas?,
¡Tú los has dicho!, pero como siempre Soledad no dice nada del tuper y al colocarlo al hombro, se me cayó todo en la ropa. Por su culpa hoy soy el hazmerreír de la ciudad y ella tan pancha.
Jefe, perdone, pero ella no tiene la culpa. Estas cosas, hay que llevarlas en la mano lo más rectas posibles, por si llegase a caerse.
¡A mi me lo dices!. ¡Te he dejado la ropa en el baño, para ver que puedes hacer!. Aunque lo que más me mata es que haya paseado a lo largo de la ciudad , sin que nadie me dijese nada, ni yo darme cuenta. Solo al regreso, esa enterada de Marisa, se haya hecho la buena y me lo dijo. ¡Menuda es ella! No debe quedar nadie de los más cercanos y conocidos que no lo sepan.
Tranquilo, dice Mercedes: ¡A todos nos pasan cosas, pero no se comentan, y eso créame, que no tiene importancia!.
¡Eso lo dices tú!, ¡pero no sabes la vergüenza que pasé!
¡En dos día olvidado!, ya verá, dice: la empleada, y comienza su jornada.

Mientras José Pedro, sale de la casa quejándose de su suerte. Como siempre, todo o casi todo le pasa a él, aunque siempre son los demás los culpables, de sus problemas.