El seranu

Cambio de estación

Con los primeros días de septiembre, que este año, se ha presentado más frío de lo normal y con lluvias, el cambio de estación parece adelantarse.

Como es sabido en la zona berciana ”Al pasar la Encina el invierno encima,” bien que se ha cumplido, pues otros años en septiembre aún se puede disfrutar de días de intenso calor. Este año, ha habido algunos días buenos, pero la mayoría han sido más típicos de otoño.

Con los días grises, se reduce más las horas de luz, las hojas de los árboles, antes de un verde intenso ahora se tornan amarillentas, para pasar a marrones, soltándose de las ramas que en primavera las hizo crecer. Eran el ropaje que vestía toda rama en la estación primaveral, poblando cada una de las que componen los miles de plantas, arbustos y árboles que llenan bosques y matorrales, en los montes que rodean la zona.

Con la llegada del otoño, el abanico de colores que van del amarillo intenso, pasando por dorados pálidos, ocres, rojizos y violáceos, la vegetación ofrece al observador un cuadro de distintas tonalidades, para en breves días abandonar todo vestigio de vida, dejándose llevar al descanso del frío invierno.

Entre los bosques robles, chopos y castaños, se van tornando amarillos, contrastando con los rojizos y morados, de viñedos y cerezos silvestres, que a punto de dejar sus ramas desnudas, ofrecen al visitante que observa desde una posición elevada, el colorido que la zona le ofrece. Entre estos, se puede ver, algunas retamas que aún conservan su color, acompañadas de las carrascas, y alcornoques, (zufreiros palabra autóctona), que destacan. Ahora entre el abundante colorido.

También los trinos de pajarillos, a la vera de los ríos y entre la arboleda que lo rodea, se han apagado, en la época cálida unas horas antes del alba, ya se oía una sinfonía de gorjeos y chillidos, que en estas fechas, tan solo se oye algún mirlo madrugador, acompañado de los graznidos de los cuervos, que temerosos del frío bajan de altitud.

En las tardes de estío los miles de insectos pululan por entre la verde vegetación, saliendo cuando el calor desciende, para cebarse con el incauto que se deje caer por márgenes de ríos, arroyos y humedales.

Unos ponen sus huevos al lado de los remansos de agua, para cuando la temperatura le sea propicia eclosionar, otros se envuelven en sus crisálidas, para despertar del letargo cuando el sol caliente de nuevo con fuerza.

Si el invierno viene seco, los insectos se multiplican, por el contrario si es lluvioso, los ríos crecen, y esos huevos en las orillas de la corriente, desaparecen sin eclosionar y por lo tanto, no hay tanta cantidad de estos, sobre todo los molestos mosquitos y moscas. Teniendo como contra, que son menos los que ayudan para polinización de las cosechas de frutas y verduras. Lo ideal sería un equilibrio, que por ciclos o la mano sobre todo humana, desestabiliza el orden que la madre naturaleza contiene.

Con las fuertes crecidas de los ríos en la época invernal, la primavera se presenta vigorosa, y las miríadas de insectos son menos numerosas.

Cuando el frío se agudiza dice el refrán:

Es el tiempo de los tres hermanos.
Comer lo cosechado y guardado.
Quemar hasta el último palo
Y estar siempre, soplando las manos.