Amor en Mayusculas
A punto de finalizar la década de los años treinta, llegaban al mundo unos infantes como muchos otros, a lo largo de la geografía española. Estos habían nacido en uno de los pueblos de la comarca de Cabrera.
En aquellos años no era difícil ver, a los pequeños de la casa colaborar en el trabajo del hogar, donde sus servicios fuesen necesarios, aún a expensas de no asistir a la escuela. Estos chiquillos no fueron ajenos a la situación de la época y como una obligación necesaria, se adaptaron a la situación, porque sencillamente era lo que había.
Ramón, el pequeño de tres hermanos, asistía a la escuela, cuando le era posible, ayudando en las labores del campo y el ganado.
Elena, por su parte hacía lo mismo, siendo la mayor de cuatro hermanos, tocó cuidar de ellos, más si cabe aún, cuando su madre falleció siendo una muchacha de trece años.
Pronto el padre contrajo matrimonio con otra mujer, Elena, tuvo que hacerse cargo del cuidado de sus tres hermanos.
Ramón al ser el más pequeño, tuvo algunos privilegios, pero aún así la vida era dura, no había mucho donde sacar un sueldo. Por lo que cuidar animales y trabajar la tierra era lo que se podía aspirar, una tierra, que no daba suficiente sustento para todo el año.
Viviendo en el mismo pueblo, no era difícil verse, y aunque eran de barrios distintos, la mayoría de los días se encontraban. Aunque había rivalidad entre los barrios, Elena y Ramón, siempre fueron ajenos a ellas.
Con el paso del tiempo, Elena se convirtió en una mujer espigada de ojos oscuros, y una innata elegancia, Ramón, en un muchacho alegre, decidido y audaz. A pesar de conocerse desde niños, nunca se habían visto de otra manera, pero ese día en las cercanías de la fuente, mientras la muchacha, accedía a ésta para llenar el cántaro, ambos notaron un estremecimiento, algo que nunca les había sucedido. Desde el incidente en la fuente, hacían lo posible para verse a diario.
En un principio, nadie se dio cuenta de sus encuentros, pero como el amor lo ilumina todo, hasta el más viejo del pueblo estaba al tanto de sus amoríos.
Al enterarse el padre de Elena, puso el grito en el cielo, pues Ramón, no era lo que él deseaba para su hija. Además pensaba: Si la muchacha se enamoraba, ¿Quién cuidaría de los más pequeños?
Por mucho que al hombre no le gustase la idea, no tuvo otra opción que aceptar a Ramón. Se casaron, en una ceremonia sencilla, pues no había para más y al poco de la unión, como tantos otros cabreireses tomaron la decisión de emigrar.
Se fueron para Bruselas la capital de los belgas, y allí trabajaron en todo lo que llego a sus manos. Hasta que reunieron el dinero para regresar y poner en su pueblo un negocio de tienda y bar.
Trabajaron, como todos. Él, muy temprano recorriendo los almacenes en Ponferrada, dos días por semana, llevando la mercancía que venderían en su pueblo y los colindantes. Ella, la casa, el bar y la tienda. Juntos se distribuían las tareas. Como Elena era muy observadora, y sabía de lo que apasionaba a su esposo, intentaba llegar a todo para que él, pudiese realizarlos.
Ramón era una hombre, avispado y muy trabajador, Elena por su parte, era más reflexiva y antes de dar un paso se aseguraba que no tuviese que lamentarse. Era ella la que frenaba a su marido, pues él era más decidido. Ambos se compenetraban a la perfección. El amor que se profesaron y se profesan, es de esos, que cuando lo ves, te emociona. ¡Como se miran!. Sin hablar parecen decirse todo. La complicidad en cada decisión, en cada gesto es fácil de percibir.
Después de más cincuenta años juntos, sin que tuviesen descendencia, los son todo uno para el otro.
Pero la vida, o el destino, han dejado a Elena, con una enfermedad degenerativa, en una silla de ruedas. Aunque el oído y su mente entienden todo, no pude hablar, más que con sonidos guturales, que Ramón conoce a la perfección. Él, no ha querido ayuda de ningún tipo, y se encarga del aseo, del alimento y de todo lo básico que ella necesita, a pesar de sus limitaciones.
En fechas festivas en las que hay, algún demostración de los deportes que a él le apasionaban, acude acompañado de su inseparable Elena, bien en coche o empujando la silla de ruedas.
Cada día la saca a pasear por las calles del centro de Ponferrada, incluso los días de mercado, algo de lo que en otro tiempo disfrutaban.
Cuando la alimenta, entre bocado y bocado, como un joven enamorado le dice:
¿Te gusta, mi cariño?. Hoy me ha quedado un poco soso ¿Qué te parece?
Ella, asiente con la cabeza, mirándolo con un brillo especial en los ojos.
Hoy, le vuelve a decir:
¿Sabes quien ha venido a verte?; ladeando la cabeza , niega. Mira:
¿Sabes quien es?. Intenta hablar, pero solo le sale un pequeño chillido, mientras me mira, y de sus ojos caen sendas lágrimas. Asiente con la cabeza y me extiende las manos. Tengo miedo a acercarme, pues temo que mi contacto, le acarree complicaciones. Ramón me anima; ¡Tranquila, estamos vacunados los dos! y tú tienes la mascarilla.
Al acercarme, me besa las manos, mientras clava sus ojos en mí. Intento poner una sonrisa en mis labios, aunque un nudo me oprime la garganta.
Ellos saben, mi cariño hacia ellos, y verla así es algo que me rompe el corazón.
Luego Ramón le susurra: ¿Te acuerdas, mi cariño, cuanto trabajamos en el bar?. Aquellas risas que después de tanto trajín, nos relajaban. Elena, no deja de mirarnos, mientras menea la cabeza, e intenta aplaudir con las manos entorpecidas, sin dejar de llorar.
¡Oh, cariño mío, pero no llores!.
Con todo cuidado le seca las lágrimas y la besa con ternura.
El tiempo que dura la tarea de darle el alimento, le va acercando el bocado con toda delicadeza, entre ambos, le acaricia el rostro y le besa en silencio. Ella, intenta regalare una pequeña sonrisa.
Al acercarme para despedirme, trata de acariciarme el rostro, con sus torpes manos, incapaz de contener la emoción, también yo estoy llorando.
Ramón me acompaña a la salida, y le digo: ¿Por qué no buscas alguien que te ayude?, ¿así no puedes?, ¿No ves que ya te cuesta cuidarla?
Me mira, mientras llora abiertamente. ¿Tú que harías? Sabes que es, todo para mí, ¿Recuerdas, las veces que cargaba ella con el trabajo, para que yo fuera a los bolos, o a tantas otras cosas? ¡No, no.., yo no puedo llevarla a un centro de día, ni a una residencia, ni siquiera, dejarla en manos de nadie!. ¡Hasta que pueda yo la cuidaré! Añade con vehemencia.
Ella haría lo mismo conmigo,. ¡Sabes, que así sería!.
Y te confieso, que aún la quiero más si cabe desde que ha enfermado. ¡Ves, ella es feliz cuando estamos juntos! ¡Y yo, no sabría que hacer sin ella, son tantos años!…
Tranquila, ¡no nos falta de nada, como ves!. Continua:
No te preocupes, solo salud. ¡Y eso, no puedo comprarlo!.
Le miró con todo mi cariño.
Si existiese una posibilidad, créeme que iría al fin del mundo a buscarla. Asiento.
Me tiende las manos, mientras llora abiertamente, Yo, casi no consigo contestar, el nudo me ahoga la garganta. Al cerrar la puerta tras de si, dentro del ascensor doy rienda suelta a mis lágrimas. Antes de salir, doy unas vueltas por el portal para serenarme un poco.
En la calle me junto al trajín de la gente, bajo la mirada para esconder mis ojos llorosos.
Me acompaña una idea, que no deja de dar vueltas.
Lo que acabo de ver, es algo admirable. A su lado he podido sentir, ese amor, que por mucho que pase el tiempo, las dificultades de la vida, o lo que sea, siempre está ahí.
Esa emoción que ellos sienten, saben expresar, y yo he visto, es un Amor con Mayúsculas, lo demás…. solo sucedáneos.