Por todos los Santos
Los días anteriores al uno de noviembre habían sido ventosos, desapacibles, con aguaceros fuertes y fríos. Como es normal en la zona norte y en altitudes elevadas. Como rezaba el dicho popular: (Por los Santos, la nieve por los campos), en ésta ocasión no había llegado la nieve a cotas bajas, pero aparecía en las cumbres más elevadas.
Ese día amaneció limpio y despejado, para a las pocas horas, envolverse en una niebla espesa y húmeda, que entumecía los dedos.
Como era día de magosto, en el pueblo, por los diversos barrios, se preparaban para ofrecer, lo mejor, en cuanto a castañas, su forma de asar, las viandas y el vino, que se obsequiaba. Todos procuraban llevar lo mejor que tenían para impresionar, a sus vecinos y los forasteros que se acercasen.
Comenzaron las hogueras, intentando ser las más grandes y concurridas, con ricos manjares, dulces y salados, para rematar, con castañas calentitas, asadas, y una buena ración de vino, para alegrar la velada.
Mientras la gente reía y disfrutaba, unos cuantos amigos de broma y la guasa, se afanaron en colocar en las inmediaciones del cementerio, alguna broma. Calabazas con luz, sábanas que se elevaban con el viento, velas en el porche de la iglesia, dibujando sombras fantasmagóricas en la pared, para asustar a los del barrio, más bajo, denominado El Fondal. Allí, se asentaba la iglesia, el Campo Santo y bajando la ladera, la pradería que daba alimento a los ganados. Estaba también la acequia que salía del río, y regaba los prados. Siempre había alguno, que aunque no era época de riego, aprovechaba para de noche cortar el agua, y dar validez al dicho» ¿Dónde hay hierba?. ¡Donde el agua invierna!.
Comenzaron las celebraciones. Con el paso de las horas, todos o en gran mayoría, después de recorrer las diversas fogatas y sus magostos, se le notaba la alegría que los tentempiés y el etílico conseguían. La algarabía entre los asistentes era notable, tan solo unos pocos se mantuvieron sobrios, los demás jarana y viva la Pepa.
Cuando los ánimos decayeron, cada uno, se fue acercando al hogar, para recuperar la compostura o dormir la melopea.
Uno de los que apuraba hasta el final los saraos, y conseguía mantenerse en buenas condiciones, para seguir, tomó la decisión de ir a regar los pastos, para poder tener primero alimento para sus ganados. De camino a casa, tenía que bordear el muro de la iglesia y el cementerio. Al pasar, creyó ver algo extraño cuando divisó el campanario, pero animado por la euforia, no le hizo caso. Entró en un anejo pegado al hogar, cogió unas botas, y tomó el sendero, que le acercaba a la acequia que traía el agua. Se sabía el camino de memoria, pero por si acaso tomó un garrote que estaba apoyado en la salida de las puertas del corral.
Al bordear de nuevo la iglesia, creyó ver unos sombras, que parecían vagar sin rumbo, mientras unas cabezas brillantes pendían de las alturas. Nunca tuvo miedo, hoy con la cabeza algo espesa, se envalentó más y siguió hacia adelante. Al doblar el recodo del muro del cementerio, en un pequeño trecho más oscuro, algo le rozó por detrás, pero como deseaba regresar pronto, siguió su camino. La niebla espesa y fría, se metía hasta los huesos.
Comienza la labor, y en pocos minutos el agua se precipita en dirección a sus prados, revisa y como todo está en orden, toma el camino de regreso. De repente, siente, como si algo le impidiese avanzar, algo le sujeta por la espalda, pero no ve a nadie. Sabe que los guasones del pueblo, andan metidos en el ajo.
Piensa…si huye, mañana será el hazmerreir de la contorna, si queda… va a ser una noche larga. El frío le hace tiritar. La cabeza, empieza a darle vueltas. Aún espeso, agarra con fuerza el garrote, que hace las veces de cayado y con golpes imprecisos, bate al viento, por si alguien se encuentra al alcance. La oscuridad y la persistente niebla , no deja ver más que a escasos metros.
Aún así sigue blandiendo el cayado, en todas direcciones. En el último golpe, ha hecho blanco, asienta de nuevo el palo, y bate con más fuerza. Oye un ahogado gemido, duda si parar, pero con nuevas energías ondea el garrote a diestro y siniestro. El herido, no tiene por menos que pedir clemencia, ocasión que aprovecha el verdugo, para asentar un nuevo golpe.
Toma el camino de regreso, sin dejar de sacudir el garrote a cada paso. Las luces que tintinean a la vera del camino, como una procesión silenciosa, se dispersan en todas direcciones, por si llegan los golpes y alcanza a alguno.
A pocos pasos de la salida del muro, que rodea la iglesia, de nuevo una voz lastimera le roza la oreja, excitado por el frenesí de los porrazos, arremete violentamente, en dirección a la voz. Atiza con violencia y consigue el objetivo. Él alcanzado, no deja de suplicar, ocasión que aprovecha el que golpea, para dejarlo fuera de control.
Cercana a la madrugada, entra en casa, sin dejar de batir el cayado. Con el nuevo día, en algunos rostros pueden observarse los desperfectos, que si un moratón , alguna brecha, una magulladura… Nadie dice nada. el tiempo sigue pasando como cada día. Las procesiones de las santas Compañas, seguirán estando, mientras alguien las recuerde por todos los Santos.
Y… como suele suceder, los que iban de burladores, les cambió las suerte, para salir burlados.