Los segadores
Con la llegada del estío, las mieses doraban para ser cortadas, acarreadas y finalmente trilladas en las eras, donde más tarde los granos de trigo y centeno eran molidos, para alimento de hombres y animales.
Desde la ribera baja valdeorrense, un grupo de segadores, desde que acababan sus faenas en las tierras que les vieron nacer, se encaminaban a ganarse unas perrillas, para aliviar el sustento de sus hogares.
Antes de amanecer ya se reunía el grupo, saliendo de la ribera con paso raudo, para que cuando el sol saliese llevasen un trecho de camino, y en las horas centrales del día hacer un pequeño descanso. Cuando el astro rey rayaba el ocaso, llegaban a La Baña, haciendo noche, y de ahí a los pueblos de Cabrera Alta, y la Carballeda.
El grupo compuesto por hombres y algunas mujeres, buscaban amo en cada pueblo, mientras durase la cosecha, para de nuevo proseguir en los pueblos siguientes de la contorna.
Los segadores, hoz en mano comenzaban la jornada con las primeras luces del alba, no sin antes haber tomado la parva (pan o algún dulce, normalmente rosca, acompañado de una copa de orujo), para a eso de las diez, hacer un alto en el trabajo, para saborear, algunas viandas, llamado “Dieces”. Luego hasta la hora del almuerzo sobre las dos de la tarde, un pequeño descanso, y de nuevo incorporarse al trabajo hasta que la luz del día permitiese la visión en el campo.
Cada segador llevaba el tramo, más o menos de un metro a ambos lados de sí mismo. Llamado la o, a Sucada según las zonas. Como su nombre indica es un surco de terreno sembrado. Los mejores con la hoz seguían hacia delante en su trabajo, dejando a los rezagados y menos expertos para detrás. Cogía cada uno su surco, o Sucada y hasta la hora del descanso cortaban mieses, yendo de finca en finca. Los que tenía mejor garganta comenzaban los cánticos típicos de la siega, los demás le seguían haciendo un poco ameno el trabajo.
Después de segar, había que atar y amontonar el cereal. En el trigo se ataba con la paja de centeno, ya separada del grano, trenzada llamada, Vilortos, Bincallos, dependiendo de lugares. El centeno en cambio, se sacaban del atado o manojo, pajas con la espiga de dicho centeno, y en la misma espiga se hacia el atado, denominado Grañuela. Solían llevar los atadores, a los más pequeños de la casa para hacer esa labor. Se amontonaba en filas que se iban cerrando, para que el agua resbalase, si llovía sin entrar en los granos, que iban siempre hacia dentro del montón. A esto se le denominaba Amoreñar, o hacer Moreñas en la tierra.
Después de acarrear el cereal, ya se amontonaba en las eras a la espera de ser trillado, bien a mano o con máquinas. El apilamiento en las eras se denominaba Meda, por ser más alta, terminando en forma de cono para facilitar, que el agua no penetrase en el grano, a la espera de ser trillado.
Cuando la distancia del pueblo era grande con las tierras de siega, hacían noche en las mismas fincas, para ahorrarse la caminata hasta el hogar del amo, y de nuevo volver a la mañana siguiente. Así descansaban más tiempo. Cenaban lo que el dueño les llevase, y después preparaban un lugar donde extender el cuerpo, para pasar la noche al raso. Con el primer albor del día comenzar de nuevo la faena. A veces para abrigarse de la bajada de la temperatura durante la noche, dormían en el centro de un corro de mieses atadas en manojos, para conservar el calor del día
En algunas casas para las que trabajaban, solían alimentarles bien y llevarle agua fresca de la fuente, dentro de la escasez de aquellos años, en otros, en cambio, la comida era más bien inexistente, para el esfuerzo de toda una jornada, y el agua en los botijos estaba todo el día, aunque la tuviesen a la sombra, a media mañana, ya estaba caliente, por lo que refrescaba poco sus gargantas.
En una ocasión en un pueblo cercano a Donado, el ama que había quedado viuda hacía poco le preparó, para el almuerzo, un plato de caldo de judías verdes, aliñado con pimentón picante en abundancia, por lo que el calor se multiplicó debido al pimentón. Éste acompañado de un buen trozo de tocino y pan. Donde solían comer mejor, era para el cura de Truchas. El párroco, además de tener buena cocinera, era abundante con la comida, y a lo largo del día, uno de sus empleados, le llevaba agua fresca de la fuente cada poco para refrescarse a lo largo de la jornada.
No hace muchos años, dos de aquellos segadores que eran de los más jóvenes del grupo, en la romería de la Peregrina fueron reconocidos por el hijo de uno de los amos que tuvieron cerca de Donado. Contaba el hombre, que aquella mujer menuda y risueña y su hermano, segaban con un ahínco admirable y de sus gargantas salían aquellas voces, que te emocionaban solo escucharlas.
Foto: somoscomarca.es