Pan de Pajarines
Después de vivir una posguerra con pocas oportunidades, mal alimentada y un sinfín de penurias, daba buena cuenta de sus ahorros y aprovechaba hasta la última migaja de pan.
Cuando creció y fue madre, trató que sus hijos tuviesen lo necesario, no despilfarrando nada de lo conseguido.
Ella trabajó en las primeras explotaciones de pizarra, acarreando con un mulo, la piedra ya elaborada, que cada día sacaba la plantilla de la empresa en que trabajaba. La transportaba un par de kilómetros, desde cerca del río hasta el camino que hacía las veces de carretera y una carroceta dos veces por semana venía a la plaza que lindaba con dicho camino.
Madrugaba, y se iba con la compañía del mulo y un perro canela llamado Sil todas las mañanas. Cuando llegaba al trabajo, estaba amaneciendo, la plantilla de la empresa aún no había llegado. Cargaba el mulo, y después de una docena de viajes, sacaba la pizarra amontonada del día anterior al descargue, a veces sintiendo a lo lejos los aullidos de lobos.
El mulo era grande y ella más bien bajita, con lo que, para cargar al animal, tenía que ponerse de puntillas, intentando compaginar la carga. Un trabajo que no era precisamente fácil.
Para la hora que algunos desayunaban ella, ya se comía su tentempié de las dieces. Los restos de comida que quedaba además del pan lo guardaba con cuidado y lo traía de nuevo para el hogar. El pan y los restos, era lo primero que se comía. El pan se utilizaba para migar en la leche del desayuno.
Cuando tuvo a sus hijos, siguió trabajando mientras su madre cuidaba a los niños. Los restos de la merienda tanto de ella como de su esposo, era lo primero que se comía para luego seguir con lo acabado de cocinar. El pan era repartido entre todos. A veces, los niños protestaban por lo reseco que estaba, después de pasar casi una jornada a las inclemencias diarias.
Si los pequeños se resistían a comerlo así, se le contaba que como estaba todo el día dentro del capazo, y en plena naturaleza, oyendo a los pajaritos, los alimentos sabían a ellos, por eso se le llamaba: “ Pan de Pajarines”.
Aún así, de vez en cuando, surgía algún reproche, por parte de los pequeños, que ella intentaba hacerle comprender. Los alimentos, no se podían tirar, pues para conseguirlos, había que trabajar duro y aún así no siempre se tenían.
Lo del cuento del Pan de Pajarines,ó Paxarines, era para animar a los chiquillos a valorar las cosas y no desperdiciar nada. Si aún seguían protestando les hacía unas rebanadas (tostas) de ese pan fritas, con las que acompañaba un chocolate caliente, siendo una fiesta para los más pequeños, consiguiendo así no tirar nada y estar alimentados.
¡Y como no, sin quejas!!