El seranu

Miedo

La tez apergaminada llena de surcos, la mirada distorsionada, enfocada al frente, asustada, temblorosa la mano que se aferra al cayado, esperando encontrar la fuerza para salir adelante. Camina, con paso corto, arrastrando los pies, más que flexionando las rodillas, se de tiene para tomar aliento, se despide de todos los lugares conocidos, a sabiendas de que esta enfermedad se lo llevara consigo.
Había escuchado a los suyos cuando era niño, que una gripe mala, o el mal de los soldados, había diezmado la población de este continente y allá mar adelante en otras tierras nuevas, nada menos que entre cincuenta y cien millones de personas. Se contaba de la Peste, que no era Peste, pero como si lo fuera. Cien años después, un invisible virus, se había convertido en un terrible mal, que se iba cebando en los grupos más vulnerables y ese era al que el pertenecía. Y el miedo, encogía su corazón.
No sabía si por precaución o por suerte, el primer envite lo había evitado, pero en su fuero interno, temía que en breve, fuese uno de los muchos que componían las estadísticas. El temor se colaba, por entre los pelos de su lacia cabellera, bajando a través de esta, por todo el cuerpo, agarrotado de artrosis en las extremidades, todavía más, por si aún fuese poco.
Intentaba animarse y darse fuerza, evitando a pesar de su soledad, en ver a los suyos. Estaba solo, por deseo propio, tal vez.. por no ser una carga, pero en las largas noches y días que se mantenía alejado del contacto humano, se veía como un despojo, como un apestado, del que todos se alejaban. Ya se sabe, cuando se camina por la recta final de la vida, son muy pocos los que tienen consideración, la mayoría ven alguien inservible, al que no se debe tener en cuenta. Se piensa, que está en su mundo, con sus lagunas mentales, aunque a veces, son meros espectadores, esperando ver lo que tanto auguraron y temieron, sin ser escuchados si quiera. Con una mueca más que con una sonrisa, se le anima, a escuchar y estar callados, en definitiva no incordiar.

Enfrascados en la segunda ola, si antes había poco contacto humano, ahora, se evitaba por todos los medios, el pánico llegaba cuando los informativos, mostraban y repetían la lista, de los que pasaban al otro lado.

Hacía mucho, que no abrazaba a los suyos. En algunos momentos pensaba que lo mejor, era abandonar y dejarse llevar, pero había una pequeña, chispa que en ocasiones, brillaba un poco más, haciéndole plantar batalla. Hablaba a diario con sus seres queridos, a través del hilo telefónico, pero nada comparable con el calor de un pecho conocido… y el olor de de quien se sabe entre los suyos. Aún así daba gracias, por poder oír su voz, aunque fuese en la distancia.

Trataba de imaginarse, las veces que cavilaba en sus últimos tiempos, pero ninguna le llegaba de lejos. Sabía que las enfermedades y las limitaciones, serían lo normal, pero el aislamiento de todo ser humano, nunca lo hubiese pensado.
Más que al virus, temía a sentirse solo y la sensación de abandono. Ese miedo, en las largas noches, en que el sosiego no es posible, a pesar de desearlo y hacer lo indecible por encontrarlo, le oprimía el corazón.
Él, que había deseado tener su último aliento rodeado de los amaba, veía como hoy era inalcanzable. Si sobrevivía al virus, algo que no le parecía previsible, debido al confinamiento y la soledad, temía volverse trastornado, cualquier día le encontrarían, yacente tras una puerta, o cualquier rincón. Tan solo el amor por su familia, le mantenía a la espera, de lo que sucediese. Y esa espera era como una desesperación, la vida seguía su curso, manteniendo la espada en alto, sin saber en que momento la mano que todo lo acciona se dejará caer, para acabar con tanto sufrimiento.
Mientras tanto solo cabe seguir, empujarse al abismo es de cobardes, solían decir. Aunque hay que estar en esa piel, para saber lo que pasa.
No se llega a entender, lo que vive en cada uno, hasta que no se transita por la misma experiencia.