El seranu

Desde otra mirada

Con paso lento, apoyado en su cachaba camina Emiliano, observando el banco que utiliza en el parque, por si éste, estuviera ocupado. Encorvado, con la boina ladeada y los pasos tan cortos que más parece resbalar, que andar por la acera. Mira hacia el parque una vez más, observando si su sitio de costumbre, sigue libre. Llega al banco elegido. Hoy nadie se le ha adelantado, está solo y bien que lo agradece, ladeándose hacia la derecha para que la vieja encima, con sus hojas haga de quitasol para el mes de marzo, anómalamente caluroso ese año. Desde que asentó sus posaderas en el banco, gira la cabeza, lo que sus cervicales agarrotadas y con artrosis son capaces de virar a ambos lados.
Mira a la izquierda, y ve caminar una madre con dos chiquillos, más otro dentro de un carrito de bebé. Los dos mayores caminan delante de la madre, intentando cual de ellos, llega primero al parque para subirse al tobogán, mientras su madre acelera el paso, intentando no perderles de vista.
Girando a la derecha; se da cuenta, que una mujer de más o menos su edad, avanza llegando al primer banco, apoyada en un andador, seguido de un pequeño chucho, que va despacio como la dueña, parándose cuando ésta lo hace.
De frente el bullicio de los coches, que pasan por la avenida a una velocidad endiablada, oyéndose el claxon, que alguno aprieta como si la vida le fuera en ello, por alguna imprudencia del vecino.
Allá más a lo lejos un grupo de muchachos, están riéndose a carcajadas, sin notar que a escasos metros dos enamorados, ajenos al griterío de los adolescentes, parecen comerse a besos.
Entrando en la esquina que bordea la avenida, camina una mujer, que sale de supermercado del barrio, apurando el paso pendiente del reloj, por si no llega a todo lo previsto.
De la taberna de enfrente a Emiliano, la que tantas veces visitó… en otros tiempos, unos cuantos parroquianos charlan entre ellos animadamente, después de meterse entre pecho y espalda un suculento menú, con los colores subidos en sus mejillas, y el palillo danzando entre los labios.
Casi al lado de estos; dos hombres con mejor postín aunque sea de apariencia, dan unas caladas a un gran puro, aspirando con avidez, mientras con desdén miran a sus convecinos, creyéndose en mejor posición, a juzgar por sus indumentarias.
En el banco cercano a él, acaba de sentarse una mujer menuda, abre un libro y del interior parece salir algo, que altera a ésta, pues, de sus mejillas resbalan lágrimas cual torrente. Cansada de llorar, ya desahogada, mira a ambos lados, por si han reparado en su persona, pero cada uno va a lo suyo, y nadie parece verla, tan solo Emiliano, que desde la sombra de la encina mira a intervalos, sin que ella pueda intuirlo.
Después de un rato, la mujer se despereza, y volviendo a remirar, encuentra unos pies con un cayado a la sombra de la encina.¡Se asusta!, pensando que ese alguien, viese su desdicha. Se tranquiliza, pensando que tal vez, ni la haya visto. Aún así, sale presurosa, mientras Emiliano la persigue con la mirada, hasta perderse entre el caminar raudo de la gente.
El anciano, entretenido con la mujer apenada, no se dio cuenta que ya han abandonado la taberna, los que charlaban despreocupados, como los que se creían mejores.
La anciana del andador, acababa de salir de las inmediaciones del lugar, con el perro a su lado.
Hace ya un buen rato que la madre y sus pequeños, se han ido, cansada quizás de tantas regañinas, sin el menor caso por parte de los pequeños.
Las risas de los muchachos se han apagado, debido a su marcha. Los que si continúan son los enamorados, que ahora se miran con gran ternura.
Aparte de ellos se ha quedado solo, y aunque suele quejarse, cuando alguien le arrebata el sitio, hoy, lamenta no tener a nadie con quien darle al palique, acostumbrado como está, a no hablar más que consigo mismo.
Como la temperatura en esta fecha es buena, aprovecha un poco más observando los acontecimientos cercanos, haciendo tiempo por si aún llegase alguien, con el que intercambiar impresiones.
Por la esquina opuesta entra a paso ligero Pedro, algo inusual para lo que éste suele hacer, levanta la mano, esperando que Emiliano le vea. Cuando está a escasos metros, le saluda, volviéndose el primero con cara de alegría.
Ya me iba a marchar, comenta Emiliano ¡hoy te has retrasado!
Si, he querido venir antes, comenta Pedro; pero un dolor aquí en la rodilla, me lo ha impedido, tan solo después de tomarme un calmante, parece haber aflojado. ¡Pero ya sabes, los achaques!.
No hablemos de achaques contesta Emiliano, pensemos en cuando éramos jóvenes y nada nos dolía.
Fíjate: mira aquellos enamorados, sonríen, seguro que no les duele nada, si acaso, el corazón.
¡Que lejano se ha quedado aquello!.
Ya, comenta Pedro: pero en breve se verán ellos así, harán lo mismo que tú y yo ahora.
Todo se ve desde la mirada del que observa, haciendo que sea la realidad de quien lo ve, añade Emiliano